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Hitler, estrella de cine

El diario Le Monde publica una crítica de la película Hitler, una carrera, que acaba de ser estrenada en Berlin occidental con clamoroso éxito de público. Manuel Lucbert analiza, como sigue, el contenido de la cinta cinematográfica.

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Los alemanes siempre lo hacen todo mal: si se desinteresan de su pasado se les reprocha una indiferencia culpable hacia los crímenes del Tercer Reich; si forman colas gigantescas a la puerta de un cine donde ponen una película sobre Hitler, se empieza inmediatamente a sospechar de ellos y., sin prevío análisis, se les acusa de estar de nuevo presos de ,los demonios familiares.Hítler, una carrera: Otra vez el rostro del Führer -brazo en alto, expresión patética-, vuelve a dominar las calles, desde las carteleras de uno de los principales cines de Berlín. De Berlín Oeste, naturalmente, porque en Berlín Este parece como si el asunto no tuviera nada que ver. Esta no deja de ser una de las mayores paradojas de la obra llevada a cabo por el más grande alemán de la historia cuando él llegó al poder, Alemania era débil pero, una. Después de su reinado se encontró de nuevo dividida y su actual división ha resultado ser uno de los pilares fundamentales del buen orden europeo...

Fest, en su película, no cree en las explicaciones simplistas e irracionales que han hecho de Hitler un monstruo psicópata. No cree tampoco en las explicaciones mecanicistas de tipo marxista que le presentan como el producto de fuerzas económicas interesadas en salvar in extremis a Alemania del desastre del comienzo de los años 30...

Ignora la noche de cristal, desencadenante salvaje de las persecuciones antisemitas. No se escucha el llanto de los habitantes de Praga a la entrada de las tropas alemanas; la siniestra exterminación de los campos de concentración alemanes se liquida en unas pocas imágenes; Mi lucha, el libro por excelencia de los alemanes en frase del propio Goebbels, no es ni siquiera mencionado: es Hitler sin hitlerismo. El Tercer Reich sin estrellas amarillas... Fest está plenamente convencido de que el nacional-socialismo impedirá de una vez para siempre a Alemania volver a ser un Estado autoritario. Cree que con Hitler acabó el siglo XIX y que en Alemania Occidental, donde el pensamiento es cada vez más político, el extremismo no es más que un fenómeno marginal. Quizá tenga razón, pero el hecho de que periódicamente vuelvan a darse apuntes de neonazismo, no debe de permitirnos abandonar la vigilancia. Puede que Fest sea, a pesar suyo, la más reciente víctima de la propaganda nazi. No puede dejar de sorprendernos, sin embargo, que sea una víctima tan complaciente.

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