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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El amor a la libertad y el amor a la vida

El título del libro está lleno de sugerencias, sobre todo cuando viene acompañado de la Firma de uno de los creadores de la Ilustración, el movimiento que condeno la fe, no sólo la católica, y la conducta irracíonal del hombre. Esperaríamos de él una crítica de la religión y, sobre todo, ya que de ello parece tratarse, de las instituciones creadas para el recogimiento de los hombres y mujeres que desean consagrar su vida a Dios. Instituciones obviamente absurdas para un ilustrado, para quien los votos monásticos no sólo serían causa de repugnancia, como algo que se opone a la ley natural, sino que constituirían, además, un desperdicio social. Tiempo y energías perdidas, vidas perdidas. Este es, indudablemente, el trasfondo ideológico de La religiosa, pero tal vez sea, con todo, lo que menos importa hoy.Lo que más interesa de él es su capacidad de mostrar, por debajo de tesis y reflexiones sociales, la sicología íntima de unas mujeres obligadas, por una variedad de circunstancias, a mantenerse apartadas del mundo,

La religiosa

Denis Diderot. La Fontana Literaria. Ediciones Felmar. Madrid, 1977.

Diderot construye su relato como si se tratara de un caso real. Es una religiosa, sor Suzanne, quien toma la pluma para contar su vida. Pero, nos preguntamos, ¿puede existir la joven -jovencísima, de dieciséis, dieciocho, o, todo lo más, de veinte años- que se niega a entrar y permanecer en el claustro, simple y llanamente, por amor a la Libertad? (Libertad, por supuesto, con mayúscula, porque se trata de un concepto sagrado). ¿Qué es lo que mueve a sor Suzanne, que reúne todas las cualidades imaginables -que es, en verdad, la encarnación de la idea pura de la joven perfecta: bella, sensible, inteligente, y consciente, además, de sus talentos- a defender, soportando torturas de toda índole, su derecho a la Libertad? Nada especial la espera al otro lado de las rejas, no es un amor terrenal lo que inspira sus luchas. Sus sucesivas negaciones a formular los votos, la magnífica entereza con que se mantiene firme ante la adversidad, su espíritu, en suma, incorruptible, no pueden por menos que producir nuestro esceptismo porque se apoyan, se nos asegura, en ese maravilloso, fascinante y, al parecer, tan poderoso ente: la Libertad.

Lo que sin lugar a dudas constituye la dimensión real del libro son esas otras mujeres, las superioras de sus sucesivos conventos, que van desfilando ante nuestros ojos en un muestrario de personalidades atormentadas. Fundamentalmente la última de ellas es un prodigio de creación y verosimilitud. Sor Suzanne, que no es, ni mucho menos, insensible a la belleza ni al amor, describe con complacencia a su superiora cuando, rodeada de las novicias más jóvenes y bonitas del convento, se tiende feliz en su diván. «Le aseguro, senor marqués, a usted que entiende de pintura, que era un cuadro bastante agradable de contemplar», escribe. Su superiora la escogió a ella para enamorarse, y sor Suzanne, que es la idea pura, no podía sucumbir, el pecado no estaba en sus planes. Pero cuando Diderot -por boca de la misma sor Suzanne- describe la pasión que se apoderó de la superiora, privándola de toda felicidad, devorándola como insaciable llama hasta acabar con su razón, ante la incomprensión y condena general, está, de hecho, descendiendo a otro plano. No se trata ya de la defensa de la Libertad -ese hermoso, sagrado concepto por el que sor Suzanne ha sufrido tanto-, sino la de la Vida, la del Amor. La tortura que no consiguió amedrentar a la novicia deja paso al padecimiento íntimo y enloquecedor que supone para la superiora la asumición de su pecado, del que, además, no puede sinceramente arrepentirse. El concepto de Libertad -y no parece que Diderot sea inconsciente de ello- se ve desplazado por la realidad del amor y del deseo.

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