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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El eurocomunismo desde fuera y desde dentro

El eurocomunismo, es decir, la estrategia adoptada por los partidos comunistas de países capitalistas que han sobrepasado un cierto grado de desarrollo (destacando entre ellos los PC de Francia, Italia y España), es un fenómeno que ha desbordado el marco de la polémica teórica y política para entrar en el campo de las relaciones internacionales. Este nuevo giro, que le ha llevado recientemente a las primeras páginas de la prensa de todo el mundo, se remite, directísimamente, por más señas, a la versión española del eurocomunismo. En estas condiciones, examinar conjuntamente las opiniones del secretario general del PCE y de Fernando Claudín sobre el tema pienso que puede ser un ejercicio esclarecedor. Aparte de la indiscutible paternidad eurocomunista de ambos autores (adelantado el segundo, converso el primero: recuérdese que Claudín fue expulsado de las filas del comunismo español en los primeros años sesenta por mantener tesis muy próximas a las que hoy mantiene la dirección del PCE), las obras en cuestión se complementan mutuamente: los textos de partido de Carrillo hallan contrapesos críticos en la reflexión independiente de Claudín, y, a la vez, las apreciaciones de este último encuentran en Eurocomunismo y Estado un adecuado marco de contraste.El libro de Carrillo no es el libro de un teórico. Es el libro de un líder político que tiene un programa que defender y lo defiende. Esta defensa, además, ha de hacerse de cara a unos militantes no siempre coincidentes en sus sensibilidades, y en el seno de una tradición en la que no es practicable una postura netamente rupturista.

Santiago Carrillo:

Eurocomunismo y Estado, Barcelona:Crítica (Grijalbo), 1977, 218 páginas. Fernando Claudín: Eurocomunismo y socialismo, Madrid: Siglo XXI, 1977,181 páginas.

El resultado de las anteriores dificultades es una serie de capítulos en los que, con un lenguaje desmañado, aunque incisivo, el autor guarda los equilibrios pertinentes, al costo, muchas veces, de forzar los recursos, por mor de dejar más o menos intactas las viejas fidelidades. Quizá el ejemplo más patente de este tipo de contradicciones sea el esfuerzo que Carrillo hace por salvar al leninismo a la larga. El secretario general del PCE deja entrever que el leninismo, culturalmente hablando, contenía la tendencia autoritaria y tecnocrática del marxismo que la URSS perpetúa; sin embargo, el necesario «tono de partido» diluye esta posible interpretación, y las críticas al sesgo leninista-soviético se reducen al desprecio por la democracia, presente en dicho sesgo (y ello haciendo acopio de un arsenal de citas de Marx y Engels en defensa de la democracia, pasaje este que rompe el acento unitario de manifiesto personal que el libro posee, en contra incluso de la prevención hacia las citas de autoridad que Carrillo confiesa).

También suenan a prosa oficial los pasajes en los que el autor asume la trayectoria histórica de su partido, sin rehuir temas tan escabrosos para el PCE como el asesinato de Nin, y presentando a la vez actuaciones pasadas (así, el apoyo a la legalidad republicana durante la guerra civil) como posibles precedentes de las actuales posiciones eurocomunistas. Creo que son acertadas estas revisiones del propio pasado, trátese de la corriente de que se trate; en este caso concreto, no obstante, insisto en que la autorreflexión dista mucho de ser enteramente libre, y más parece estar incluida por razones coyunturales. Me permito opinar, por tanto, que cabe recogerla como intención no desarrollada al máximo. Quizá algún día, cuando se culmine la unidad de la izquierda que en Francia anticipa en cierta manera el programa común (convergencia socialista-comunista que el propio Carrillo estimula en su obra), y ya no haya que «salvar la casa» en todo momento a la luz del presente, la perspectiva histórica se verá libre de adherencias tácticas.

Acabo de aludir a la preconización de la unidad comunista-socialista que Carrillo defiende. Campean en la obra otras ideas positivas aparte de ésta. Entre ellas: la concepción del socialismo como progresiva profundización de la democracia, la defensa de la vida política como esfuerzo conjunto de nuevas firmaciones que no degeneren en la imposible, (y forzada) unificación, el rechazo del autoritarismo (incluido el soviético), el antidogmatismo.

El Estado capitalista

En lo que respecta al análisis del Estado en las sociedades de capitalismo monopolista, el énfasis se centra en la creencia de que es posible ganar para la democracia y el socialismo a los componentes de los diversos aparatos ideológicos (Administración, Ejército, iglesias, enseñanza, etcétera), algunos de los cuales, concretamente Ejército e Iglesia católica, son examinados largamente en España a la luz de las perspectivas políticas. Asimismo, Carrillo insiste en que estas instancias sociopolíticas tienen un papel importante que jugar dentro de las luchas sociales, debido al peso que adquieren en el nuevo mapa productivo y sociológico del capitalismo avanzado. El autor -y con él el eurocomunismo- se hace eco de las transformaciones que, tanto en la estructura de clases como en la composición de las fuerzas de producción, ha acarreado el desarrollo capitalista. A esto, lógicamente, nada hay que objetar, a no ser la tardanza de esa toma de conciencia entre los PC occidentales, a los que golpearon las crisis de los últimos años sesenta en plena indigencia teórica (por emplear la feliz frase de Claudín). De surgir algún problema, éste surge para mí cuando deduzco de las páginas del libro que se habla de cambiar el significado o la función de los aparatos ideológicos, pero nunca de cambiar los propios aparatos. Con otras palabras: echo de menos en Carrillo una mayor atención a la expectativa de cambio cualitativo, que una visión excesivamente, diríamos, estructural, deja de lado (o ignora crasamente en algunas ocasiones, como en la ortodoxísima explicación del mayo 68, de la que Carrillo excluye su principal motor, el utópico).Excesiva cautela, en definitiva, y abundancia de clichés; como contrapartida, propuestas defendibles, y la presumible convicción de que, con pasos como la publicación de este libro, el eurocomunismo camina hacia su clariflicación.

Gaudín, como ya antes manifesté, se mueve con independencia total, libre de responsabilidades de partido. Esto le ayuda, entre otras cosas, a acometer la crítica del sovietismo existente, desde sus propias raíces, sin añagazas de detalle histórico. Una comprensión cultural del fenómeno le lleva a afirmaciones como la siguiente, que reproduzco por su elocuencia: «La única realidad concreta, material, de consejismo que se consolida como forma de Estado y de organización social -el sistema soviético-, revela rápidamente contradicciones de fondo con las representaciones teóricas de esa forma de democracia... No se trata de desviaciones del modelo conceptual.., sino de contradicciones que ponen en tela de juicio la esencia misma del modelo.» Desde esta perspectiva, la crítica a la falta de democracia en uno de los intentos de construcción del socialismo se muestra en toda su amplitud.

Canto a la democracia

La reivindicación de la democracia llena el libro entero. Todo él es un apasionado canto a la democracia, concebida como elemento inseparable del socialismo: una democracia plena -no la limitadísima versión de la misma que apuntaló la socialdemocracia clásica-, una democracia que, a través de la idea de «bloque sociopolítico», logre armonizar la representatividad (democracia tradicional) con las aspiraciones de los movimientos de base, rompa la mística del unitarismo y renueve no sólo a los agentes de los organismos en funcionamiento, sino también las propias condiciones y la práctica de esos mecanismos democráticos. Un nuevo esquema de convivencia hacia el socialismo, así, pues, que vaya más allá tanto de las limitaciones de la democracia capitalista como del autoritarismo soviético. Esta concepción del «bloque sociopolítico», para mí, es bastante más sugestiva que la paralela noción carrillista de «nueva formación política» a la que aludí anteriormente. En efecto, también en este punto Carrillo se enfrentaría con el lastre de no poder romper del todo con la vieja noción del partido de vanguardia, con lo cual, aun admitiendo el pluralismo, el secretario general del PCE no llega en sus propuestas al tipo de renovación social profunda y cualitativa al que sí apunta Claudín.El curocomunismo, en la descripción de Claudín, aparece, tras una muy aguda disección de su génesis histórica, como un paso esperanzador, aunque incompleto, hacia esas nuevas concepciones participativas, continuadas y plurales de la democracia para el socialismo. Fallaría en él la práctica democrática entre sus propias filas y una actitud más firme hacia la URSS (esta afirmación se hace antes de la polémica Brejnev-Carrillo, y, en todo caso, se refiere a todos los PC eurocomunistas).

Pero no es en el plano internacional donde Claudín se muestra más dubitativo del eurocomunismo. Lo crucial para él reside en las estrategias internas. Tomando como test el caso italiano -y esta es, a mi entender, la parte más sugestiva del libro, sin que quiera decir que el resto desmerece-, el autor se interroga sobre la viabilidad de la tesis eurocomunista -verdadero concepto eje- acerca de una primera fase de democracia avanzada previa a la transición socialista propiamente dicha (la transición a la transición). Aquí las razones no son solamente teóricas. El principal argumento es la dificultad que, siempre en el caso italiano, supone crear un frente interclases antimonopolista (el compromiso histórico), partiendo de un muy dudoso hecho, como es el que toda la burguesía italiana sea realmente antimonopolista. Insisto en que considero este punto una cuestion muy importante. El tiempo se encargará de dilucidar el grado de simplismo que los PC eurocomunistas puedan mostrar en su apreciación de las clases, conflictos e intereses de sus respectivos entornos.

Con la autoridad que le confiere el muy directo conocimiento de los asuntos de que trata, y con un estilo fluido que elude el academicismo, Claudín se enfrenta críticamente con un fenómeno de envergadura como es el eurocomunismo. Él designa muy bien a éste como la tardía recepción a nivel institucional -es decir, de partidos- de unas directrices marxistas que ya habían hecho evidentes antes las transformaciones de todo orden de un capitalismo desarrollado y en crisis. Queda por ver hasta dónde llegará la renovación de esas instituciones, de esas burocracias (y entiéndase que doy a este término su estricto valor sociológico). En una encrucijada de tal proceso, un secretario de partido y un teórico independiente polemizan de forma indirecta. Esperemos los frutos, conscientes del valor simbólico que la polémica posee.

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