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La deuda externa asfixia a América Latina

El endeudamiento externo alcanza su punto de mayor gravedad en los países del llamado Tercer Mundo, en particular entre las principales naciones de América latina. Ya a Fines de 1976 un alto directivo del Chase Manhattan Bank (tercer banco de Estados Unidos) calculaba la deuda total de los países subdesarrollados en más de 150.000 millones de dólares. A mediados de 1977, las cifras que se manejan son todavía superiores y las últimas estimaciones publicadas atribuyen solamente a América latina una deuda externa de 80.000 millones de dólares.

Estas cifras escalofriantes demuestran que las crisis financieras que enfrentan las naciones latinoamericanas ya no pueden ser consideradas crisis coyunturales, como se solía hacer en la década de 1960, sino que son profundas crisis estructurales. El endeudamiento externo, por tanto, se ha convertido en elemento determinante no sólo de la vida económica, sino también de los procesos políticos y sociales.

La incidencia decisiva del endeudamiento en el campo de la política fue puesto de relieve por el New York Times en ocasión del último cambio de Gobierno en Perú, cuando el general Morales Bermúdez asumió el liderazgo de la junta militar e impuso un plan económico mucho más conservador que el de su predecesor, el general Juan Velasco Alvarado. El Times señalaba: «El Gobierno peruano en el poder desde 1968 parece estar a punto de venirse abajo. El Gobierno está sometido a las presiones de un consorcio de bancos privados de Estados Unidos que han hecho públicas las demandas económicas y políticas que exigen a cambio de aliviar la situación de la gigantesca deuda externa de Perú... »

El peso de la banca internacional se ha hecho sentir de manera todavía más rotunda en las crisis políticas de Chile y Argentina. Está documentado el papel que les cupo a los bancos extranjeros en la «desestabilización» de la Unidad Popular en Chile, entre 1970 y 1973, siendo particularmente notorio que los bancos multilaterales como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (supuestamente neutrales) se negaron a acordar virtualmente ningún préstamo al Gobierno encabezado por Salvador Allende. Desde el golpe de Estado de septiembre de 1973, la junta militar chilena ha determinado tomar como Norte de su política económica el cumplir con todas las exigencias de los grandes bancos extranjeros, política que no sólo ha castigado duramente a los sectores asalariados, sino también a gran número de pequeños y medianos empresarios.

Más allá de los posibles efectos políticos y sociales, el elevado grado de endeudamiento externo afecta profundamente al desarrollo económico de los países latinoamericanos. Esto se manifiesta en los casos de las dos naciones de América latina con mayor población, con mayor estabilidad y con mayores tasas de crecimiento económico en los últimos años, Brasil y México, que son justamente los dos países con mayor deuda externa de todo el mundo. Esta experiencia histórica parece proporcionar una regla general para los países subdesarrollados o en vías de desarrollo que se podría sintetizar así: cuanto más rápido es el crecimiento económico de un país, mayor es la dependencia financiera del exterior.

Actualmente, Brasil retiene el título de campeón mundial de los deudores internacionales, ostentando una deuda que supera los 28.000 millones de dólares, seguido de cerca por México con sus no despreciables 24.000 millones. La sangría económica que representan estas cifras se refleja en el hecho de que un 40 % de las exportaciones brasileñas de cada año se destinan exclusivamente a pagar a los acreedores extranjeros.

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La peligrosa situación financiera brasileña que tanto preocupa a los principales bancos internacionales es irónicamente el resultado de la excesiva liberalidad de esos mismos bancos al conceder empréstito tras empréstito en los últimos años. Los financieros norteamericanos y europeos se preguntan si pueden continuar otorgando créditos a Brasil, pero su respuesta hasta ahora ha sido que tienen que hacerlo para asegurar las muy cuantiosas inversiones extranjeras en ese país.

Aún no están claras las soluciones que proponen los banqueros para evitar que uno o más países deudores declaren una moratoria, ante la imposibilidad de seguir pagando los intereses y la amortización de los préstamos. Lo que es evidente es que si no se puede revertir esta tendencia de excesivo endeudamiento, las crisis financieras de Brasil y de los demás países latinoamericanos podrán llegar a tener consecuencias gravísimas, contribuyendo a agudizar una ya seria crisis económica internacional.

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