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Tribuna:
Tribuna
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Los economistas

Lo que molaba en mi infancia era ser cadete. El mito erótico y matrimonial de la española era el cadete. Luego, con Botón de ancla, se puso de moda el marino. Ahora es el economista, como hace años fue el ingeniero de caminos. Las españolas están cambiando siempre de mito erótico-matrimonial. Las españolas son unas locas. Las españolas se traen un jaleo que es demasiado, tío, te lo prometo.Yo creía que la economía era una ciencia exacta. Nada, que no. Es la ciencia más inexacta y confusa de todas las ciencias. Ni siquiera sé si es una ciencia. Resulta que los números son unos bohemios, así como descubrió Einstein que los átomos son ácratas e irracionalistas y pegan saltos cuando quieren.

Voy a un almuerzo de economistas:

-Que el Gobierno va a gravar con sus impuestos a la pequeña y mediana empresa.

-O sea, los mismos que les han votado.

-Eso.

-Toma ya Centro Democrático. ¿Y por qué no le tiran algún viaje al gran capital?

-El gran capital no es una abstracción. Son unos señores con nombre y apellido. Y no muchos señores.

Ya lo voy entendiendo. La pequeña y mediana empresa no es nadie. Es un estamento social, una clase. Gravar fuerte el millón de renta anual es meter la vara en el negro y enorme toro de España, ay, negro toro de pena. Pero meterles la vara a los Urquijo, los Fierro, los Oriol, y por ahí, eso ya sería como metérsela al presidente de la corrida o director de lidia. Sería como si el varilarguero se subiese al palco presidencial, con caballo y todo, para alancear autoridades. Y eso, claro, no está previsto en el reglamento.

-Le advierto que todos esos señores que usted ha citado -me dice el economista- cumplen religiosamente con sus impuestos.

-No lo dudo. Aquí, los ricos, todo lo hacen religiosamente. Son religiosamente ricos. Faltaba más, tío.

En estos párrafos está barnoscu ando aparece el profesor Ollero, el del famoso documento. Don Carlos Ollero ha elevado el documento en general a la categoría de género literario como hizo el doctor Marañón con los prólogos. El profesor Ollero está redactando otro documento:

-Dentro de los senadores de designación real, queremos constituir un grupo de senadores especialmente afines. Así que estoy haciendo un documento.

Este hombre hace un documento como Cela hace una novela

-A Cela, precisamente, no le gusta la denominación que Marías quiere darle a la cosa: Senadores para la concordia.

Yo también veo mejor Senadores para la discordia. Porque discordia va a haber, eso seguro, en cuanto salga el nuevo programa de festejos impositivos. Fernández Ordóñez me dice que se acuesta y se levanta temprano para estudiar el tema:

-No por mucho madrugar se tributa más temprano, querido Paco -le digo.

Y el profesor Ollero:

-Espero que no me llame usted profesor como se Ie llama a Ruiz de Elvira.

-Descuide, jefe.

Los economistas, ya digo. Tanto la derecha como la izquierda mantienen en su mística la defensa de la pequeña y mediana empresa. Para mí, la pequeña y mediana empresa son esas viejas tiendas galdosianas de la calle de Apodaca. Tiendas que están llamadas a morir, entre otras cosas, porque en ellas no se puede robar una corbata como en El Corte Inglés. La última liberación que le queda al varón domado del capitalismo es robar una corbata, y cómo vas a robarla en una pequeña tienda, donde sólo tienen cinco, contando la del dependiente.

La democracia es cata, y quien va a pagar la democracia en España es la pequena y mediana empresa, no las grandes familias. El economista sigue siendo el sex-symbol masculino del desarrollismo, pero no creo que arregle eso. Le voy a sugerir al profesor Ollero que redacte un documento, hombre.

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