Georges Bernanos, un viejo vozarrón
El 5 de julio de 1948, moría en el hospital americano de Neully un hombre singular, extraño e inconformista, cuyo vozarrón había sonado en los ámbitos de la Iglesia, la cultura y la política con una independencia y una radicalidad que, naturalmente, a nadie había agradado. Años atrás, había obtenido un éxito discreto con su libro Diario de un cura rural, pero el autor se había convertido poco a poco, en sus personajes y había acabado por hacerse molesto; así que, salvo entre los grandes -Mauriac, por ejemplo, jamás ocultó que hubiera dado toda su obra y su vida, redondeada por la gloria con tal de haber escrito las páginas que ese hombre había escrito fue siendo olvidado progresivamente. En la ceremonia religiosa que se celebró a su muerte, en Saint-Severin, sólo había, por eso, unos pocos amigos. Y lo curioso es que el escritor muerto, Georges Bernanos, recibió, sin embargo, unos extraños honores militares, rendidos por un puñado de soldados de la vencida República española -él, que era un monárquico- y dos países suramericanos.
Un «rojo» detestable
En este nuestro país, por razones políticas específicas y quizá también, o sobre todo, por esa ausencia de entendederas que es el carácter distintivo de todas las mentalidades censorias, la suerte de Bernanos como escritor ha sido igualmente singular. Como se había levantado contra la represión nacionalista y el papel de la Iglesia en ella el escritor francés pasó entre nosotros por una especie de detestable rojo, y las mentes rectoras del catolicismo oficial de este país le señalaban, además, como un hereje peligroso, quizá en connivencia con el modernismo y el judaísmo que por aquí eran cosas de las que no parecía tenerse concepto alguno ni claro ni oscuro, pero que se invocaban como terribles pródromos de maldición. Sólo que, más tarde, en el catolicismo español, a los cazadores de herejes partidarios de sumas y cánones que habían anatematizado a Bernanos sin poderlo entender, sucedieron los curas demócratas y progresistas de quienes Bernanos habló siempre con tanto desprecio, los. partidarios del reinado social del Sagrado Corazón, que decía don Miguel de Unamuno, por su parte, y el escritor francés seguiría siendo el gran desconocido. Porque, además, la moda literaria de hoy, como diría Malraux (a propósito precisamente de Bernanos, se cuida muy bien de que no se escuche ningún vozarrón literario, ninguna obra construida con viejos sillares, y el curioso apelativo de católico con que se motejó a Bernanos como escritor ha hecho pensar, sin duda, a las jóvenes generaciones que Bernanos pertenecía a la buena prensa o incluso a los charlatanes de sacristía. Y, sin embargo, es una evidencia que, si no se ha leído a Bernanos, se padece alguna amputación, se lleva algún, muñón espiritual. No está entre los nombres que los muchachos de EGB deben recordar en sus exámenes, pero eso sólo significa lo que el propio Bernanos decía que significaban sus malas notas de colegial: que ,sus maestros y los muñidores literarios pertenecen al reino de los mediocres, al misterio de la imbecilidad que tanto le obsesionaba.
Porque este hombre ha visto como pocos la aventura de este mundo nuestro. y su entramado: la fe -convertida en sociología por los buenos padres demócratas, la fascinación de la imbecilidad y la mediocridad que hay en los totalitarismos políticos, el poderío del dinero y de la vejez que odia la dignidad humana de los pobres y los supone sólo ávidos de dinero, como odia la alegría y el idealismo de los jóvenes y los prepara hermosas guerras o revoluciones para asesinarlos.,
El hombre libre
«El Estado no teme más que a un rival -escribirá-: al hombre. Y me refiero al hombre solo, al hombre libre. No al refractario brutal y sumario; no al anarquista intelectual que es el más ridículo de todos los intelectuales y, para emplear la palabrá célebre de Proudhon, el más femelin. Hablo del hombre libre..., del hombre capaz de imponerse a sí mismo su disciplina, pero que no la recibe iegamente de nadie; del hombre para el que el supremo confort es hacer en cuanto le es posible lo que quiere y a la hora que quiere, aunque tenga que pagar con la soledad y la pobreza este testimonio interior al que concede tanto valor; del hombre que se da o se re.húsa, pero jamás se presta... Y no pretendemos que tales gentes sean el tipo perfecto de humanidad y ni siquiera deseamos que su número crezca sin cesar. Sabemos solamente que, cuando esta especie se hace muy rara, se ve también cómo el espíritu de legalidad triunfa sobre el espíritu de justicia, la obediencia se convierte en conformismo y las instituciones imaginadas para la protección de los individuos y de las familias las sacrifican a su furioso crecimien to.»
Bernanos fue uno de estos hombres y un cristiano que llevó su fe entre las manos como un honor que no debe ser manchado, como el signo de un orgullo que no searrodillará ante nadie o sólo para atender a los apestados. Sus libros son un vozarrón que no soportan nuestras sociedades. Se comprende perfectamente que se trate de arrinconarlos en los anaqueles del olvido.
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