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La política de la elipse

El hecho de que en las últimas elecciones españolas dos partidos se hayan separado ampliamente de todos los demás que, aun siendo desiguales, estén en el mismo «orden de magnitud», ha hecho que muchos hablen de bipartidismo como carácter de la democracia naciente. Se piensa que el Poder puede estar reservado a dos únicas fuerzas políticas, dos alternativas entre las que habrá de optar la opinión electoral. Y surge una preocupación, el fantasma de lo que se llama polarización. ¿Es así? ¿Es una inferencia legítima»Polarización fue la tendencia de la política española durante la República, iniciada ya en 1931, consumada en 1936; por eso se llegó pronto a la discordia, la guerra civil y el fin de la democracia. El temor ante una situación semejante parece justificado. Pero hay casos de bipartidismo en que no hay, en absoluto. polarización. Los Estados Unidos son el ejemplo máximo -con atenuaciones, ocurre algo parecido en Inglaterra, gran parte de Europa occidental y, en general, es la tendencia de los países de lengua inglesa-. Los únicos partidos que tienen posibilidades reales de gobernar en los Estados Unidos son el demócrata y el republicano, que alternan en el Poder -y no digo «se turnan» porque no hay ningún pacto que así lo establezca-, porque a veces uno u otro partido gobierna durante varios períodos presidenciales, y sólo cede el mando al cabo de bastantes años, veinte en el caso de las presidencias de Franklin Roosevelt y Harry Truman, cuando los demócratas gobernaron de 1933 a 1953.

Hay ciertamente bipartidismo, pero no hay en absoluto polarización, precisamente porque los «polos» están eliminados del acceso al Poder (no por ningún veto ni exclusión legal, sino por la voluntad de los electores). Diría, siguiendo la imagen, que los «casquetes polares» quedan descartados, como suele hacerse con una sandía antes de abrirla. Las posiciones «radicales» (extremistas, diríamos en España) son lícitas, por supuesto, pero no son tomadas muy en serio; no atraen al cuerpo electoral en su conjunto. Se les llama the lunatic fringe («el fleco demencial»), expresión muy reveladora. En este caso al menos, el bipartidismo podría llamarse despolarización, y lejos de ser peligroso es lo que asegura el ejercicio de la democracia.

Desde poco después de la guerra civil empecé a explicar lo que había pasado en España y lo que hubiera podido pasar a estudiantes españoles y extranjeros. Siempre he usado un esquema gráfico. Imáginese una forma geométrica alargada, aproximadamente elíptica; puede haber dos casquetes extremos, violentamente opuestos, sin voluntad de acuerdo y dispuestos a no convivir. Cada uno de estos extremos ejerce tracción sobre el conjunto, en opuestas direcciones. Caben dos posibilidades: a) Que el torso mayoritario del país no acepte esa tracción, no se preste a ella y «desconecte» ambos extremos, los deje fuera de juego mediante su desinterés y falta de seguimiento. b) Que literalmente les «haga el juego», que ceda a los violentos tirones en ambos sentidos y se deje escindir, partir por la mitad; que siga dócilmente o a regañadientes a las fracciones minoritarias que se han propuesto tomper la convivencia; el resultado es la discordia. Es exactamente lo que ocurrió en 1936. El Partido Comunista, que nunca había alcanzado por sí mismo más que un diputado en 1931 y otro en 1933, dieciséis o diecisiete (entre más de quinientos) en las Cortes del Frente Popular -es decir, con los votos socialistas y republicanos-, fue el decisivo y más influyente en una zona. Falange, que nunca pudo elegir ni un diputado, resultó el partido único en la otra zona. Ambas, como se ve, espejo de democracia.

Para llegar a ese enfrentamiento fue menester que muchos, que estaban bastante próximos, siguieran a los que estaban mucho más lejos. con pretexto de que unos estaban «a la derecha» y otros «a la izquierda» de una línea imaginaria que no tenía por qué ser un abismo. Resultó que en medio no había nada, es decir, un vacío en el que se despeñó la nación entera.

El sofisma que se desliza es que o hay, unanimidad o hay imposibilidad de convivir; o hay homogeneidad o hay radical disparidad y desacuerdo. La verdad es estrictamente la contraria: en toda sociedad libre hay tensiones, hay divergencias, hay disyunción; peto todo eso acontece a una sociedad una, cada una de cuyas partes necesita a las demás, incluso para afirmarse como lo que es. La misma expresión, tan trivial y poco iluminadora, «izquierda» y «derecha» es intrínsecamente recíproca, no hay derecha sin izquierda, y viceversa, cada una se define respecto a la otra, y cuando en un país se supone que «no hay más que derechas o no hay más que izquierdas», se ha entrado en los dominios del absurdo o, más modestamente, de la estupidez.

También es grave que se suponga que, si hay izquierda y derecha, no puede haber más que eso; es decir, que tal dicotomía afecta forzosamente a todos los hombres y grupos. Cuando se escapa a esa inaceptable imposición, se suele afirmar la existencia de un «centro», expresión que ha adquirido tan significativa importancia en los últimos meses. Si se quiere decir que hay algo que no es ni derecha ni izquierda, está bien, y hay que afirmar enérgicamente esa posibilidad-, pero la palabra «centro» es un poco peligrosa, porque sugiere que está entre la derecha y la izquierda. ¿Y si hubiera algo más allá de ese planteamiento, algo que encontrase que izquierda y derecha son dos opciones inactuales, que no responden a la situación real de los países de hoy, en suma. reaccionarias?

***

Si se quieren usar imágenes geométricas -que siempre son peligrosas cuando se trata de cosas humanas-, yo propondría el modelo político de la elipse. Como es sabido, se trata de una curva plana, cerrada, simétrica, con dos focos; la suma de las distancias de un punto cualquiera de la curva a cada uno de los focos es constante.

Esta estructura geométrica puede tener validez política. La elipse no es una forma única, como la circunferencia, que tiene un centro único. La elipse puede ser más o menos alargada, según los focos estén, más o menos separados; cuando están muy próximos, no es muy distinta de la circunferencia; cuando los dos focos coinciden, es una circunferencia (que aparece como un caso particular de la elipse, cuando la distancia entre ambos focos es nula).

Si imaginamos una elipse elástica -como es la realidad social-, los dos focos pueden variar su distancia, aumentarla o disminuirla; pueden estar muy cerca, pueden alejarse; si esto ocurre, la elipse se alarga, se hace, por consiguiente, muy estrecha, pero sólo en el infinito se anularía la elipse, se identificaría con una línea recta. Y el infinito es una posibilidad límite, ajena a la realidad histórica.

Los Individuos serían los puntos de la elipse. Unos estarían más cerca de uno de: los focos, más lejos del otro; la suma de estas dos distancias permanecería la misma para todos. En una elipse poco excéntrica, con los dos focos cercanos-, las diferencias no serían muy grandes: unos estarían más cerca del foco A, pero no muy lejos del foco B; otros, próximos al foco B, no muy distantes del A; algunos, equidistantes de los dos. Esta situación podría variar sin, que la configuración se pusiese en peligro; los focos podrían realizar una aproximación cuando se tratase de establecer las bases de una convivencia nacional, iniciar un relativo distancia miento cuando se tratase de ofrecer dos opciones políticas diferenciadas. En esa danza armoniosa consiste la política civilizada, donde y cuando la hay.

Este esquema elíptico se dibuja en la política española. Si se mantiene, veré el porvenir con confianza. Si ambos focos consiguen independizarse de los tópicos de la derecha y la izquierda, si rehúsan dejarse encasillar, en suma, si son originales e inventivos, mi optimismo ira más allá de toda cautela. No sería imposible que España, aleccionada por cuatro decenios de infortunio político, hubiese alcanzado una adecuada capacidad de invención y cordura; del pueblo, lo creo firmemente -por eso no lo he despreciado nunca, como suelen hacer los demagogos: por eso son demagogos-; de los políticos, no estoy tan seguro.

Si alguno de los dos focos pierde de vista al otro, si se desplaza excéntricamente, romperá la elipse y destruirá el modelo; o, si no tiene fuerza suficiente, quedará relegado a un lugar extremo y la elipse elástica restablecerá otra dualidad focal, otro sistema de alternativas de Poder. Todo eso será el argumento de nuestra vida política en los meses que quedan de este año 1977.

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