Miguel Dávila
Miguel Dávila Galería Juan Más.
General Castaños, 15.
Existe un aire que puede resultarnos familiar en la andadura de este pintor argentino, que se presenta ahora entre nosotros. Y nada hay de extraño en ello; todo artista suele escoger sus cartas en el bagaje histórico que compartimos, generando así un ámbito propio de lenguaje que no elude, por lo particular, las semejanzas con otras opciones vecinas. Confesando una herencia expresionista e informalista, perfectamente verosímil en su actual producción, se declara en la vía de una búsqueda de ecos baconianos, que, aun siendo evidente, yo me inclinaría por entenderla más cercana a algunas soluciones de los que se vieron incluidos en las filas del pop británico, donde el desgarro cedía en amargura a la ironía. No será entonces extraño que alguien se vea tentado a husmear aquí algo de ciertos dibujos de Carlos Franco o de un Gordillo anterior. Mas es preciso calibrar con tiento la distancia que los separa, so pena de equivocar los términos por simplificar en demasía. Lo coriáceo de unos es aquí mucho más amable. Las formas de Miguel Dávila quieren, pese a todo, de un equilibrio acentuado por la jovialidad del color que semeja a menudo el tono ingenuo de la tiza. Es a veces reconocible, en algún paisaje de resonancias folkloristas, el asiento naturalista en que se apoya. Otras, caballo y jinete se funden en un híbrido centauro donde el enfásis caricaturas toma las riendas. La obra de Dávila ha cedido, a mi juicio, en violencia respecto a su producción anterior. En ello radica la cesura que lo va separando de Bacon, que lo lleva a un tipo de expresión autónoma en la cual la agradable factura que sus trabajos poseen bien pudiera deparar alguna sorpresa.
Babelia
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