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Educación y arte dramático

Ha terminado la temporada teatral. Y ha terminado la ocupación electoral de los teatros. Entraremos en una relativa calma y en un período de reflexión. Algo, mucho, aprenderán las gentes de teatro sobre las opiniones de sus compatriotas y otro poco recordarán los políticos de sus ilusionadas pisadas sobre los escenarios del país. De la reflexión saldrán algunos proyectos serios: el Congreso y la conciencia de una urgente y creadora ley del Teatro. Estas páginas han reflejado, una y otra vez, las carencias e ilusiones de nuestra grey dramática. Con la lección de la democracia en la mano serán los interesados quienes deberán ordenar su pensamiento y exponerlo con lucidez. Pienso que los partidos triunfantes van a ser muy receptivos.En esas condiciones, casi lo único que no ha tenido eco en estas columnas ha sido el tema de la conexión infancia-adolescencia-arte dramático cuyo tratamiento en el Instituto de Ciencias de la Educación coincidió plenamente con la campaña electoral. La calma estrenística de esta semana es buena ocasión para el comentario.

Ya no se discute el hecho de que los trabajos artísticos enriquecen a los niños con un tipo de experiencias que ninguna otra materia puede darles. La música en general, incluso el ballet, las artes plásticas -y especialmente la pintura- están más o menos establecidas en nuestra enseñanza. Los educadores estiman que su conocimiento de esas formas artísticas les permite su uso y, sobre todo, su valoración. Es lógico, porque se trata de formas expresivas que pueden salvarse y se salvan por las técnicas modernas del registro o por la calidad intrínseca de sus soportes. Pero el teatro, como es una forma de expresión fluida y vaporosa, que no puede prolongarse más allá del instante de su creación, del instante en que una obra es representada, ese teatro, tan inaprehensible y fugitivo, no se considera en nuestra actual pedagogía como un elemento valioso. Se ha hecho mucho últimamente y se ha trabajado bastante a fondo -por ejemplo, en el Instituto Británico de Educación, en Newscastle -upon- Tyne- sobre el profundo sentido que la actividad dramática tiene en el desarrollo infantil.

Teatro y desarrollo de la personalidad

El medio dramático es vital en la formación infantil y los educadores tendrán que estudiar su técnica y, al mismo tiempo, explorar la enorme gama de sus posibilidades. El papel esencial de un educador consiste en presentar a sus alumnos aquellos hechos, datos y situaciones que contienen una cierta dinámica enseñante. Naturalmente ese educador instruye pero ha de afrontar, a la vez, el magnífico fenómeno de la presentación y crecimiento de personalidad de todos aquellos a quienes ofrece los variadísimos datos de una información genérica. En esas condiciones, parece importante que además de presentar un acervo de conocimientos proponga permanentemente una alternativa de situaciones y proyectos, válidos para estimular la energía, la inteligencia y la capacidad de trabajo de sus alumnos. Y, en ese terreno, la formación dramática no tiene precio. Digo formación dramática y no teatro para evitar la incomprensión del problema que significa aceptar la incorporación del teatro a la enseñanza sólo como remate, representación o producto terminado. Me refiero a la enseñanza del arte dramático en sí como medio de que las energías infantiles sean mejor utilizadas al llegar el momento de afrontar los problemas del crecimiento y la formación.

En la enseñanza de la pintura o de la música la confusión no surge porque ningún niño pinta o interpreta una melodía pensando en que pueda ser visto u oído. La música suena, sencillamente, y la pintura infantil va a la pared, sin envolver la petición de un aplauso. Pero en la expresión dramática existe una fuerte tendencia a considerar que su utilización natural señala, como objetivo único, la organización material de un hecho, la representación ante el público, en la cual se centran todos los esfuerzos. Creo que hay que referirse, en cambio, a la utilización del arte dramático no como un acto final sino como un medio pedagógico para liberar, identificar y orientar todas las energías que confluyen en el desarrollo infantil. Por supuesto que no hay por que rechazar la idea de la presentación pública del trabajo final. Pero el arte dramático debe ser estudiado en nuestros centros, no para hacer y presentar espectáculos sino para ayudar a hacer hombres y mujeres; para que el trabajo que constituye el ejercicio de la creación dramática -la concepción de un texto, la composición de unos actores, la elaboración de un montaje- contribuya a la formación, el desarrollo y el crecimiento de la personalidad infantil. No se trata, pues, de enseñar a hacer teatro sino de utilizar el arte dramático como un elemento más en el proceso de la formación humana.

Dramatizar es un instinto y ese instinto es ya, lógicamente, una forma de aprendizaje, un medio para ampliar nuestra formación, un camino que utilizamos todos, incluyendo naturalmente a quienes nunca pensaron en actuar en un escenario. Miramos, oímos y leemos esperando que esos actos fortifiquen y conduzcan nuestra imaginación permitiéndonos recrear y descubrir el mundo. Ese fenómeno de la tensión y espera dramáticas iguala al niño con el hombre, porque no depende exclusivamente de la contemplación de un espectáculo calificado por la preceptiva como dramático sino que está vinculado con el incontrolable deseo del ser humano de escapar a su existencia, a los imperativos de su vida diaria y aprender, adivinar y sentir, ayudado por las reflexiones y emociones que cualquier propuesta imaginativa puede presentarle. No sólo como una liberación provisional, como una seria posibilidad de conocer otros seres, otras actitudes y otros sentimientos, voluntaria o involuntariamente asimilables de alguna manera. Nadie puede saber, y mucho menos explicar, cuanto olvidó o aprendió, llorando o riendo, en un teatro. Vivimos míticamente, inventamos nuevos y nuevos mitos y a ellos volvemos, una y otra vez, cuando los necesitamos.

Lenguaje emocional y lenguaje intelectual

Parece vital que el arte dramático entre en nuestras escuelas. Tan vital como que los educadores aprendan á ajustar el contenido de ese arte dramático a los condicionamientos de sus necesidades pedagógicas, para utilizarlo como un medio más en su tarea de enseñar a aprender. Ello quiere decir que el arte dramático que debe enseñarse no debe variar en sus objetivos aunque su actividad se ajuste, en cada caso, al proceso de crecimiento y maduración de los educandos. Es evidente que la necesidad, en el escalón primario, exigirá la difusión y servicio de leyendas, cuentos, mitos e incluso de hechos reales, con validez suficiente como para constituirse en soporte directo de puros y sencillos juegos teatrales. Ya con eso quedará provocada una respuesta infantil de carácter social, respuesta estimulante del control vocal, las energías físicas, la imaginación y el lenguaje, datos todos que forzosamente han de movilizarse en cuanto el niño se interese en la situación a desarrollar; dicho en otras palabras, en cuanto realice la asimilación y entendimiento de las situaciones a través de un camino tan personal como la expresión dramática que, inevitablemente, refiere y conecta orgánicamente la información facilitada por el profesor con las primeras experiencias o vivencias del alumno. Parece lógico, pues, que en ese escalón el papel del profesor sea el de un generoso proveedor de argumentos, situaciones e ideas y, a la vez, el creador de un cierto ambiente, casi de una atmósfera cómplice, con actitud suficiente para el planteamiento de los trabajos dramáticos. Está claro que el desarrollo infantil es el que irá marcando la sustitución de ese esquema por otro en que la expresión verbal y el tratamiento de las situaciones deberán adquirir un mayor y mejor refinamiento. Será sin duda un proceso paralelo y muy ajustado al de la natural mejoría en la verbalización infantil. Y precisamente la progresión de esta escalada es la que hace necesario el estudio completo del arte dramático. La práctica demostrará que el desarrollo del niño irá pidiendo más finos perfiles a las historias creadas e interpretadas y, aunque se prolongue el tiempo en que preste palabras y gestos muy personales a cualquier historia propuesta, el conjunto desafiará, cada vez con más fuerza a su capacidad para organizar los materiales con que trate. En definitiva, la técnica dramatúrgica consiste siempre en lo mismo: encontrar una organización racional de los acontecimientos que se proponen. Pero, además, en esa transmisión desde el informalismo y casi la simple diversión de los primeros juegos dramáticos a la petición de unas expresiones más concretas, más directas y, por tanto, más elaboradas, no sólo se cumple un proceso teatral: se pide a alguien que pase de sentir, tener sentimientos, a organizar esos sentimientos en términos claros y expresivos; se pasa de enseñar a sentir a enseñar a comprender. Y no de cualquier forma, sino tan claramente, que el sentimiento y su valoración podrán comunicarse a otros. Se instrumentaliza así un lenguaje emocional y otro, diríamos, intelectual. Dudo mucho que exista otra actividad que exija tanto uso del lenguaje como la actividad dramática. Sólo eso justificaría la petición de un lugar educativo para el arte dramático. Justamente ahora, con un país cargado de esperanzas.

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