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Las nuevas formas de programación cinematográfica

No es injusto afirmar que la distribución y la exhibición cinematográficas, al menos en nuestro país, son las dos ramas de la industria que han demostrado menor imaginación e inventiva. En el ciclo de explotación de los productos fílmicos la mayor dosis de creatividad -y esto es innegable- se da en los autores de las obras y en sus colaboradores, entre los que el productor y los financiadores tampoco están faltos de inventiva. Los que se ocupan, en cambio, de distribuir las películas acabadas o de exhibirlas se limitan, por lo general, a aplicar una fórmula rutinaria y a explotar los tópicos más que probados, sin darse cuenta de que éstos sólo son válidos en, unas determinadas condiciones culturales y económicas, fuera de las cuales es preciso efectuar determinados reajustes para que funcionen bien.La programación cinematográfica es un caso particular de cualquier plan organizativo de largo alcance que intente ponderar todas las variables que entran en el complejo proceso de la fruición de las películas. Está claro que la naturaleza de los locales, su número y distribución geográfica, la inserción en determinadas áreas -urbanas, agrícolas o industriales-, los factores demográficos y culturales, los índices anteriores de frecuentación... Todo este gran conglomerado influye, positiva o negativamente, en el arraigo de una determinada programación. Los encargados de recopilar el material en cada distribuidora ofrecen los primeros materiales para programar adecuadamente, pero los definitivos criterios dependen de los empresarios de cada sala concreta -o circuito compuesto por varias saIas- y de los expertos en quienes deleguen.

Programar la exhibición de acuerdo con los criterios principales expuestos -y muchas variables más que deben tenerse en cuenta y que no tenemos tiempo de analizar con detalle- no es tarea fácil ni rutinaria. Muy al contrario, la sala, que tiene la fortuna de contar con un programa ágil y mediato suele ofrecer unos rendimientos económicos superiores, amén de las innegables ventajas de un plan inteligente y adaptado a la audiencia y sus necesidades socioculturales.

España, como no podía ser menos, ha llegado tarde también a este apartado de la programación, en el que han sido pioneras, lógicamente, muchas salas de cine-clubs que escapaban de los marcos oficiales y estaban en manos de entidades de un cierto peso cultural e ideológico. La adaptación de una programación alternativa -caso de los ciclos destinados a homenajear a Humphrey Bogart o Anna Magnani, por ejemplo- o, más todavía, de una programación de largo alcance, como la del Cinestudio Griffith, donde se contempla un mes de exhibiciones unitarias y coherentes, en torno al criterio fundamental de ofrecer buen cine, primer y único mandamiento del programador, son espléndidas muestras de estos nuevos caminos. La especialización de cada local es otro camino para luchar contra la uniformidad y el formulismo de la rutina. Se puede y se debe apreciar el cine en las mejores condiciones y estas salas -entre las que sería justo citar las dependientes de la Filmoteca Nacional, modelo de calidad en la programación- cumplen una función social de la mayor importancia.

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