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Tribuna:TRIBUNA LIBRE ELECTORAL
Tribuna
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La desproletarización, en marcha

Candidato a senador por Madrid de la Unión de Centro DemocráticoEl joven Carlos Marx afirmaba que el obrero era una mercancía en sí mismo, cuyo valor depende de la oferta y la demanda. La apropiación de este valor por el patrono supone correlativamente una pérdida para el trabajador que, al ser herramienta y producto al mismo tiempo, es víctima de una alienación o enajenación a favor de otro hombre, el propietario, quien, a su vez, tiene tal condición como resultado de¡ trabajo objetivado y enajenado de otros hombres.. El Marx maduro dedica un capítulo de «El Capital» al fetichismo de la mercancía, a la que atribuye un carácter místico, para concluir que el hombre no tiene más Dios que el hombre (1).

Mis cortos conocimientos sobre el marxismo, que se extienden tan sólo a la lectura superficial de tres o cuatro libros, no me permiten abordar una crítica seria de esta alienación del hombre por el hombre, pero el simple sentido común me lleva a concluir que asistimos a una progresiva desproletarización. Del obrero inglés, que tomó como ejemplo Marx, con una jornada. laboral de dieciséis a dieciocho horas, al trabajador de hoy media una diferencia abismal. Las funciones humanas están sujetas a una racionalidad libre y la enajenación del trabajo no afecta a la esencia del hombre.

La sofisticación compleja de nuestra vida social hace que surjan progresivamente nuevas clases. de trabajo, y todo un sector terciario de servicios que acelera tal desproletarización. Con ello me parece indudable que, sin negar el conjunto de intuiciones extraordinarias de Marx y su importante aportación a la ciencia económica, el socialismo marxista de nuestros días cada vez tiene que enfrentarse más violentamente con una dicotomía interna entre doctrina y praxis.

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Este proceso de desproletarización es una utilísima válvula social. El conservadurismo vital de los españoles de hoy y las consecuencias de la mejora de su nivel de vida, pese a todas las injustas desigualdades todavía existentes, permiten una dialéctica de concertación que puede germinar en una sólida base de convivencia, en la que ideologías distintas, y hasta teóricamente enfrentadas, acampen juntas sin 'excitar sus larvados antagonismos. La izquierda y la derecha están siendo erosionadas por la propia incoherencia entre su' teoría y sus hechos, acusada por ambas, y una nueva fuerza intenta centrar la vida política e impregnar de sentido social las relaciones económicas.

En determinados aspectos la confrontación tiene vocación de síntesis, superadora de ese equilibrio inestable que es la gran acusación que hoy en España se imputa al centro. Después de las elecciones, ¿se convertirá en derecha o en izquierda? Esa es la pregunta que muchos se formulan. Para Tierno, el centro es la ,derecha. Tal vez porque no es la izquierda. Para Fraga puede ser el caballo de Troya que abra las compuertas a la izquierda; un centro blando frente al centro berroqueño que se supone es Alianza. En definitiva, cuestiones de topografía, geometría o maleabilidad, que el pueblo español, con su gran sentido político, sabe discernir con certero olfato. Porque al final los indecisos, no hay indiferentes, se inclinarán por la opción que menos riesgos comporte, por la que entiendan más segura para templar las destemplanzas.

Unos quieren llegar al socialismo por la democracia; a- otros no nos importa que la vía a la democracia tenga que atravesar un entorno de socialización. Porque la bandera de lo social no es privativa del marxismo y, por el contrario, es propia de una concepción cristiana de la vida. He ahí la gran tentación de la aparente convergencia entre marxismo y cristianismo, irreconciliables en el plano doctrinal.

Hay, sin duda, un socialismode mano tendida, pero de puño cerrado. Una contradicción que refleja simplemente la que va de lo pintado a lo vivo, entre la libertad, con su fuerza creadora, y la colectivización, con su igualitarismo negador de la iniciativa privada.. El socialismo doctrinarío rechaza los trasplantes de libertad que a veces pretenden realizarse y, en todo caso, carece de una eficiencia comparable a la del mercado para aprovechar con la máxima productividad los recursos económicos. Por ello es difícil creer que cuando el Estado quiere poseer el control de la producción para, teóricamente, orientarla en beneficio de la colectividad, las pequeñas y medianas empresas puedan conservar su perfil humano y su libertad de acción. Y no es porque resulten peligrosas para el socialismo, sino por la simple razón de tener que amoldarse en su comportamiento a las exigencias del sector público. De ahí la importancia de esa voca-ción de centrar la vida política y económica a través de una opción que permita conciliar los intereses generales y el ejercicio de la libertad individual sin la asfixia de la iniciativa rprivada.

Ahora España va a ser de todos y entre todos hemos de decidir unas nuevas normas de convivencia, pero también muchas cosas más que ya no pueden ser patrimonio intelectual ni material de unos pocos. Necesitamos aclarar bien las ideas y considerar que la política española no debe seguir siendo un melodrama de buenos y malos, de héroes y de traidores. Las radicalizaciones debemos desterrarlas para siempre de nuestra convivencia ciudadana.

No soy marxista. No -podría serlo. Comprendo, sin embargo, que cumple su papel en unas sociedades que, a veces, se llaman cristianas, pero viven muy poco el Evangelio. Hay que combatir el marxismo con una buena capacidad de gestión económica, con un auténtico sentido social y una nueva concepción de la sociedad, que se rija por una tabla de valores distinta del puro consumismo y en la que el nivel se convierta en género de vida.

La clave está en la desproletarización. Un proceso que evoluciona en sentido contrario al supuesto por Carlos Marx. Hoy, como desenlace de un dilatado régimen personalist.a, tal proceso sólo puede impulsarse-sin riesgos ni enfrentamientos, apoyando las opciones políticas de centro, sumando ideologías y tendiendo la mano a la izquierda y a4a derecha, porque el problema, recordémoslo, no es de ir haci-a uno u otro lado, sino de acortar distancias entre los de arriba y los de abajo, sin exclusivas paternalistas, redentoras o violentas.(

1) Estas ideas, muy resumidas, proceden de «Marx y los neohegelianos», del profesor Armando Segura, Editorial Luis Miracle, SA, Barcelona, septiembre 1976.

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