Arabia Saudita negocia en Madrid
ESTA EN Madrid el príncipe Fahd, hermano del rey de Arabia Saudita, heredero del trono y primer ministro en funciones de su país. Fahd es hoy una de las figuras públicas con mayor influencia internacional. Su estancia en el palacio de La Zarzuela hace suponer que estamos ante una visita de Estado, que trasciende los meros negocios de gobierno.Llega el príncipe a Madrid, procedente de Washington y de París. En la capital norteamericana no ha empañado la imagen de moderación que la opinión mundial reconoce a la política internacional de Riad. En Washington el príncipe ha evitado todo tipo de presión, de los muchos que tiene a su alcance merced a sus inmensos depósitos de petróleo. Ni ha dicho que el carburante será usado cómo un arma. ni ha hablado de embargos en caso de guerra, ni de aumento de precios.
Al príncipe no le ha sido necesario formular tales amenazas. Con la mitad de la capacidad productora de toda la Organización de los Países Exportadores de Petróleo, y con una capacidad excedente que es la unica en condiciones de dar elasticidad a la demanda, Arabia Saudita dispone de vara alta tanto en la OPEP como ante los países industriales del mundo. Como dijo el ministro de Petróleo de Kuwait, príncipe Yamani, en una famosa entrevista, «para arruinar a los otros países de la OPEP, lo único que tenemos que hacer es producir de acuerdo con nuestra capacidad; para arruinar a los países consumiidores, sólo tenemos que reducir nuestra producción».
Este poder reside en unas manos movidas, en buena parte, por designios doctrinales. La monarquía saudita se ve a sí misma como guardián de la herencia del Islam y líder espiritual del pueblo coránico. El comportamiento de Riad ha venido dictado por el deseo de poner paz en la inestable familia árabe, de liberar a los distintos pueblos hermanos de su atraso, mediante una ayuda generosa que apenas tiene parangón. No es poca fortuna que el poder económico saudita haya sido utilizado hasta ahora con prudencia; una poderosa monarquía petrolera desprovista de tal espíritu de misión hubiera sido un desastre para los árabes y para la estabilidad mundial.
Arabia Saudita tiene que tener buenas razones para extraer el petróleo de su subsuelo, un petróleo que le produce un dinero que no puede invertir tan rápidamente como llega a sus manos. Y esas razones sólo puede dárselas Estados Unidos, que empieza ahora, por su parte, a frenar los impulsos de Israel. La visita de Fahd a Washington ha estado marcada por el impacto del triunfo del partido Likud, esto es, por la llegada de la derecha nacionalista a los puestos de mando de Tel-Aviv. El Likud ha abogado por la anexión de los territorios ocupados. Estados Unidos empieza a pensar ahora en el modo de «salvar a Israel de sí mismo».
Es un alivio para la opinión mundial saber que el presidente Carter reconoce el principio del derecho palestino a una patria, que no debe ser otra que la constituida por todos los territorios ocupados. El príncipe Fahd ha pedido a Carter que tome «una iniciativa» en reciprocidad de la que él ya tomó al contener el aumento de los precios del petróleo.
La visita del príncipe a España es importante por varias razones. Fahd ya realizó meses atrás una labor de mediación en el conflicto del Sahara, que tanto interesa a España. Nuestro país, por otro lado, es seguramente aquél que, entre los industrializados, más ha sufrido por la subida de los precios del petróleo, desde 1973. Los sauditas son sensibles a los argumentos de equidad. Madrid padece un déficit de su balanza comercial con Riad de 100.000 millones de pesetas. Y Riad tiene unos inmensos excedentes de capital, y un ambicioso plan de desarrollo. Nada más conveniente para ambas economías que una asociación para la participación española en el desarrollo saudita, especialmente a través de contratos de tecnología y servicios. España puede cooperar competitivamente en la construcción de viviendas, hospitales y escuelas, obras públicas, material de transporte y armamento no pesado. Sabido es también el interés de otros países árabes por la cooperación técnica y la importación de equipos industriales españoles. Las únicas dificultades que se alzan para la ultimación de algunos de esos proyectos son financieras, y Arabia Saudita podría resolver fácilmente ese problema.
De igual modo, no es difícil percibir que España debería poner parte de sus necesidades de petróleo por encima de los avatares a que la quieran someter las grandes compañías que controlan el mercado, en una crisis. Esta es una cuestión clave, bien percibida por el Estado saudita, que ha reservado para sí el control total del 10 % de su producción para respaldar con su política energética una gran política exterior.
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