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San Isidro 77: sexta corrida de feria

Las palmas de son dieron cuerda a Curro Romero

Sonaba el clarín para que saltaran a la arena los toros de Curro, y unos espectadores del tendido bajo del siete se colocaban un casco, para defender la sesera de objetos arrojadizos. La afición de todo el mundo taurino está muy mosca con el zeñó Curro. Ocurrió que su primer toro, justito de trapío, tenía una cabecita astigorda y roma y se escucharon gritos de «¡afeitado! ». Al público no le gustó el toro ni a Curro tampoco. Hasta tal punto no le gustó, que ni le miraba, y si lo hacía era desde el otro confín. ¿Picaban al toro en el nueve? Pues el zeñó Curro tomaba el sol por el cuatro. ¿Andaba el toro por el cuatro? Pues el zeñó Curro lucía el terno verde y oro por el nueve. Ni llegó a abrir el capote. Con la muleta, ya puede imaginarse: carreras y suspiros. La bronca atronó la plaza y hubo bombardeo de almohadillas. Los del casco, a salvo.El cuarto, que era más toro, podría haberle infundido mayor respeto, y quizás llegó a suceder así, pero los de la andanada del ocho, en un arranque de inspiración, hicieron palmas de son para animar al artista. Y surtieron efecto de inmediato, porque el palmoteo tuvo continuidad en los tendidos y el zeñó Curro, hasta entonces sumido en brumas, arrastrando las zapatillas como penitente cargado con la cruz de zu cino, aligeró el pie cual si le hubieran dado cuerda (no tanto como para ir al marathon, las ceisas en su justo término) y la carrerita le acercó al toro. Tres capotazos a lo punible. Noble el berrocal (o borrego, que también esta calificación cabe), el zeñó Curro, en terrenos del ocho, desplegó la muleta para un pase por alto y tres pince.ladas con la derecha, que arrancaron otros tantos olés, como fragor de mar embravecido. Al natural, tres enganchones, y uno de pecho que habría sido soberano, de no derrumbarse el de la cornamenta. Se oyeron protestas en las alturas, que molestaron, y más aún molestó el viento. Punto y aparte. Ahora, en el cuatro, al pairo de los elementos, otros tres derechazos de los de cante jondo, y de pecho; tres más, que son la naturalidad del arte o el arte de la naturalidad, ¡y olé mi niño, cómo pronuncia!. Uno de pecho con la izquierda, lento, interminable. Tres ayudados por alto de una suavidad, un mando y una hondura como acaso no volveremos a ver en la feria, hasta que vuelva el genio y figura. Un trincherazo sensacional y el kikirikí de gracia y torería. Y para rematarlo todo, ¡ay, zeñó Curro!, el bajonazo echándose fuera de rigor, que le quitó la oreja, y bien quitada, pues una cosa es el deleite del toreo de sentimiento y la personalidad arrebatadora, y otra el manga por hombro. La plaza fue seria aquí, estuvo en su justo término. Ovaciones encendidas y silbidos penetrantes acompañaron a Curro en la vuelta al ruedo. Era la apasionada discusión entre aficionados que tanto vivifica a la fiesta.

Plaza de las Ventas

Sexta corrida de feria. Cuatro toros de Martín Barrocal, con el trapío justito, salvo uno -el cuarto-, flojos, sin malicia y sin clase; uno del Jaral (segundo), protestado por afeitado, manso, y un sobrero de Ruiseñada (sexto), también protestado porque no tenía trapío, dócil.Curro Romero: Bronca y almohadillas. Vuelta al ruedo protestada. Paco Alcalde: Indiferencia en los dos. Luis Francisco Esplá, que confirmó la alternativa: Saludos, aún no se sabe a quién. Palmas.

Y esto hay que contar de la corrida, porque lo demás fue filfa. Los toros, justitos de trapío, flojos, sin la mínima pujanza y codicia que debe exigirse al ganado de bravo; los toreros -los otros dos- sin garra, con los amaneramientos y la vulgaridad que tienen invadida la profesión, pésimos rehileteros ambos, y más pendientes de los saludos y los ringorrangos que de parar, templar y mandar (esa habilidad de «antiguos»).

Alcalde, incapaz de torear con el capote e incapaz de sacarles faenas ligadas y aunque sólo fueran aseadas a dos borregos, dio un sainete con las banderillas. En su primero, después de recurrir a los peones, elegir terrenos, ir de un lado para otro, corretear, esperar, y ni se sabe, mientras pasaban minutos y minutos hasta la desesperación, sólo pudo poner par y medio. ¡Qué vergüenza, papi! En el otro renunció a coger los palos.

Esplá puso tres pares muy meritorios al torito de la confirmación. El segundo, por los terrenos de dentro, fue de gran emoción, y muy bueno, asimismo, el tercero. ¡Al fin veíamos un matador-banderillero! Pero no pudo matar al animalito. Apenas iniciada la faena, se le derrumbó y hubo que apuntillarlo. Pero, ¿puede creerse que, arrastrado el cadáver, salió a saludar porque sonaron tres palmas? Quisiéramos saber dónde quedó la vergüenza torera. Estas figuritas prefabricadas, de tan acelerada carrera profesional, está claro que no tienen tiempo de hacerse esa solera de torería, sin la cual no son más que pegapases y no siempre buenos. Es el caso de Esplá. Al sexto, devuelto al corral por falta de trapío, le sustituyó un torito de menos trapío aún. La bronca y las rechuflas no impidieron, al confirrnado, sin embargo, coger las banderillas, y esta vez cantó la gallina de mala manera: puso un palo en la tripa, dos en el suelo y otros dos arriba, pero a cabeza pasada. La faena al borreguito, no pasó de superficial aunque fue animosa: muchos pases sin calidad, poco temple. demasiadas vueltas. Y mató a la última.

La corrida acabó con otra desilusión. La fiesta sigue sin ser fiesta en este San Isidro que, día a día, están llevando al fracaso los reventadores. Que no son los aficionados de la andanada, ¡quiá!, sino la empresa, que monta estos sinapismos; los ganaderos, con el género que mandan; los apoderados y exclusivistas, con tanto cuidar a los mushashos, y más que nadie, quien se lo tolera.

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