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El escultor, en su "papel"

Al reseñar los mitos referentes a los forjadores celestes, aventuraba Mircea Aliade estas palabras: «El herrero es igualmente arquitecto y artesano de los dioses. Kôshar modela los arcos divinos, dirige la construcción del palacio de Baal y equipa los santuarios de las demás divinidades. «Que los mitos tienen en su origen las hazañas que otros hombres ejecutaron es cosa ajena a toda duda. Junto a las mañas del guerrero, los secretos de la fabricación y del construir han sido motivo, más que suficiente, para asegurar, a aquellos que supieron ejercitarlos con manifiesta habilidad, un lugar en los relatos acerca de un pasado más glorioso. Si constatamos que Eduardo Chillida es, por demás que herrero, artesano y arquitecto, no hacemos sino descender al lugar común de lo evidente, lugar éste que, por el mejor hecho de su obviedad, ha de cimentar cualquier reflexión sobre la producción del escultor. La obra gráfica, que hoy tenemos oportunidad de ver en su totalidad, no escapa al esquema anteriormente formulado, en la medida que reproduce los planteamientos fundamentales del autor. En un primer acercamiento a estos trabajos, el observador queda en primer lugar sorprendido por su calidad. Esto, que hace referencia directa al Chillida artesano, bien pudiera ser entendido como mero virtuosismo, Como buen hacer de un hombre que conoce perfectamente, y se ufana en demostrarlo, el terreno donde libra su batalla. Mas existe, a mi juicio, una diferencia de grado que revierte, inevitablemente, en otra de calidad. La naturaleza de la ejecución se sitúa por encima de unos límites que excluyen al espectador, a menos que éste fuera a su vez artesano. El virtuosismo, que efectivamente hay en estos trabajos, no se refiere a la esfera de lo aparente, sino que da la medida de la calidad del diálogo que el artista ha establecido con los materiales y útiles a los que se enfrenta. Unicamente quien de algún modo ha participado de una experiencia semejante, que necesariamente debe darse en intimidad puede saber hasta qué punto dicha relación encierra un tour de force sólo en la medida en que todo comercio debe establecer un equilibrio de poderes, donde es preciso ceder frecuentemente a las ansias del contrario, pues no es el caso imponer el triunfo de la propia fuerza, sino urdir en toda su magnificencia el arabesco de la, relación. Al profano no le queda sino sentirse ajeno a un rito que lo elude, recibiendo tan sólo los ecos de unjuego que adivina fascinante y, precisamente a causa de esa dependencia por simpatía que la sospecha de lo maravilloso siempre produce, vincularse en la distancia.El temblor de los límites

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Chillida

Existe entre los grabados de Chillida una serie, la única figurativa, donde se reunen diversos aguafuertes y puntas secas bajo el genérico de Esku y que resulta por varias causas reveladora. Se trata, como indica el título vasco, de manos que, teniendo en cuenta el carácter literalmente excepcional de esta incursión en el naturalismo, deben ser en tendidas en el sentido cuasi emblemático como expresión simbólica de su mitología de la acción, al privilegiar de todo el cuerpo aquella parte. que posibilita la manufactura artesanal. Por otro lado, si atendemos al dibujo (magnífico a todo punto) por medio del cual estas manos han sido figuradas, cabe advertir de qué modo rotundo la simple línea insinúa el volumen. Encontramos aquí al Chillidá escultor en su preocupación por el problema de los límites, de cómo éstos acortan la relación entre un cuerpo y el espacio en que se inserta. Las Esku V, VIII y IX, realizadas a punta seca van aún más lejos, ya que la aparición de la rebaba, que dicho método permite, confiere a la línea una mayor evanescencia que redunda en la vía de ese temblor en el que Chillida busca definir la imprecisión de los límites. Con una lectura establecida desde un punto de vista ligeramente distinto, se nos permite enlazar con un tercer nivel dentro del universo del artista. Si fijamos de nuevo nuestra, atención en la línea, veremos que ésta no se cierra prácticamente nunca, que al introducir un orden en ese caos espacial que es el papel en blanco, ello se da sin violencia, no oponiendo el interior al exterior sino preocupándose, más bien, de la transición que se establece de un espacio a otro. Se trata aquí de una cuestión esencialmente arquitectónica y que, a mi juicio, resulta clave en toda la producción gráfica del autor. Desde el momento en que trabaja sobre la convención del plano, puede plantearse problemas acerca del espacio y su ordenación que en la tridimensionalidad desbordarían el campo de lo. meramente escultórico, para acceder al de una arquitectura afuncional o, incluso,en algunos momentos al urbanístico. Así, la hendidura que penetra en un bloque, el trazo que es a veces muro y a veces delimita un camino, van concretando la circulación de la luz, dando forma a lo inconmensurable, inventando un cosmos, esto es, un espacio, a partir de la nada. Pero este otro juego. que se cree legislador, sécomplica a su pesar y, se acerca en las láminas del libro de Guillén, que son ya más que esbozado laberinto, a esa ordenación absoluta que revierte, por la confusión que su mera complejidad provoca, en el puro caos inicial. Y así, el artesano que excede al ámbito del quehacer operante, el demarcador que borra los límites por él instaurados y el arquitecto que se extravía en su propio dédalo, quedan unidos en un mismo artífice qué transciende el marco de su voluntad industriosa por semejarse ésta en exceso a esa ociosidad atareada que alguien atribuyó a los antiguos dioses.

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