Derribado arcángel
Derribado arcángel -y lo digo con verso del poeta, de un poeta, de no sé qué poeta-, derribado arcángel la muchacha desnuda que cayó del monumento al Dos de Mayo, como desgajada del costado heroico de Daoíz y Velarde, cuando la fiesta de la libertad ardía en esa plaza castiza donde se cuadra el círculo madrileño.Ramón Gómez de la Serna tiene una novela -póstuma- que se llama Piso bajo y ocurre en esa plaza. Coso cuadrado, ruedo ibérico en forma de cubo, plaza a la que se asomaba la planchadora belicosa Manolita Malasaña (algo así como la Mariana Pineda de Madrid), barrio de Maravillas escrito y descrito por Rosa Chacel en prosa reciente, rinconada final adonde paran todos los motines, pronunciamientos y asonadas pacíficos o heroicos del pueblo de Madrid.
Y allí fue el dos de mayo, en la plaza del Dos de Mayo, entre el día 1 y el día 2, cuando ardían por las esquinas las hogueras blancas de la marihuana, el pálido fuego que hubiera dicho Nabokov, cuando todo eran grupos de silencio, o de risa, o de sueño, o de locura, o de libertad o de vino, y una niña blanca de las calles, trepada y desnuda, vino a dar en tierra desde cuatro metros, rompiéndose el puño frágil, la muñeca, la mano apretada de la agresión, abierta a tiempo en lirios de caricia.
Un Madrid, otro Madrid, este Madrid joven de hoy nace en el fanal de la primera luz revolucionaria y madrileña, en el patio vecinal que es esa plaza, en la corrala ilustre de la independencia. No sé sí era Daoiz o era Velarde el que tenía una novia que murió aquellos días, caída del nivel de la gracia, como dijo el cronista de entonces, y digo y pienso que la novia renacida, reencarnada, de los héroes populares, es esa madrileña púber y desnuda, esa canéfora dominical y ácrata, derribado arcángel que alegorizó por un momento al nuevo pueblo de Marid.
Tú suprimiste la alegoría literaria, ministro Reguera, pero no contabas con esa alegoría humana, y todos debemos meditar, al margen de siglas y banderas, en que toda la política que estamos haciendo es insuficiente, burguesa, precaria, pequeña, cauta y corta, frente a la bandera ancha y sin color de la libertad que trae una juventud nueva -desde Rimbaud a Manolita Malasaña-, y que es la bandera de la libertad grande y la vida auténtica.
Las fuerzas del orden tomaron una colina en la Casa de Campo una colina en la que sólo habla bebedores y orfeones, pero las longitudes de futuro que trae la gente no caben ya ni en la Casa de Campo, y encima ahora se denuncia una conspiración para achicarnos esa selva popular que la República devolvió al pueblo. A Cascorro le ponen una bandera subversiva los domingos por la mañana, pero la chica del Dos de Mayo fue bandera ella misma, desnuda bandera apresurada en brazos de héroes antiguos, derribado arcángel del azar y la acracia, un viento que sopla desde San Sebastián de los Reyes. Y el amor.
De vuelta a casa, leía yo en Adorno: «El idealismo supone superioridad, la superioridad supone dominio y el dominio supone fascismo. » No se puede decir mejor y más corto. Idealismo/fascismo. Pero las últimas generaciones se van pasando la rosa y el tam-tam (que diría, más o menos, Carlos Oroza), y lo que pervive es una fiesta rebelde, la gran orgía de la desobediencia, frente a los estucados caducos de la vieja moral, el viejo orden, el viejo paraíso y el viejo régimen. Derribado arcángel, diosa de un día, la chica desnuda del Dos de Mayo es esa estatua fugaz y nerudiana, borrada por el crepúsculo y las bombas de humo. Lo que todos sabemos y callamos es que tías el minué electoral, aquí y en el mundo, está la libertad, desnuda como una muchacha. Está la verdad, muchacha ella misma, derribado arcángel -y quebrado- que sólo sobrevuela una vez cada siglo en la plaza del Dos de Mayo.
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