El limpio teatro de humor
Texto, espectáculo e interpretación con serios altibajos, fallos rítmicos, saltos, caídas, torpezas. Pero también, por encima de todo eso, casi borrándolo, la mejor de las memorias: la olvidada línea de Enrique Jardiel Poncela refrescada y puesta al día con todo cuanto ello significa: humor adulto, humor inteligente, frescura inventiva, desparpajo en la resolución de escenas, burla y falta de énfasis, alegría y hasta temeridad. Excelentes y maravillosas cosas que se estaban echando mucho, muchísimo de menos como un revulsivo contra los ramalazos de horrible endiosamiento y pretenciosa solemnidad que a veces, en muy excesivas dosis, convierten a nuestros escenarios en púlpitos, cátedras y ateneos de cuarta categoría. Así nos viene de bien este chorro de aire limpio que ha inyectado en nuestra vida teatral Germán Bueno, debutante según creo, a quien no es difícil augurar un preciso lugar en nuestra vida teatral.La comedia comienza con una larga, premiosa y podable exposición que ironiza sobre una agrupación familiar bien tipificada y bien puesta en solfa. Llega después el instante del planteamiento del tema y ahí el autor derrocha maestría: efectos calculados, ponderación, escalerilla implacable pero suave y un toro perfectamente cuadrado: la aceptación voluntaria de un disparate que cae sobre el convencional esquema individualizando una creación cómica de gran talante. La técnica de Germán Bueno debe, sin duda, muchísimo a Jardiel, bastante a Ionesco y algo a Mihura y Alonso Millán. Están muy bien esas deudas, que el nuevo autor paga con honradez exhibiendo una doble personalidad, la del hombre de teatro y la del humorista, que se elaboran sobre técnicas rigurosamente personales. Las sirtes de las sorpresas cómicas son innumerables y de muy rica ley. Germán Bueno roza la farsa sin perder el falso compás de una narración tan naturalista que a veces parece un mapa del género. Y así el absurdo del tema puede ser bebido sin dificultad, así los personajes disparatados adquieren una risueña apariencia de realidad concreta y así el diálogo subraya la potencia humorística de la situación sin rebuscar un solo chiste y sin hacer desmayar la sonrisa de los espectadores.
Kitú, de Germán Bueno
Director: Angel García Moreno. Escenografía: Juan Antonio Cidrón. Intérpretes: Amelia de la Torre, Carmen Utrilla, Mari Carmen Prendes, Lili Murati, José Vivó, Miguel Ayones y Alfredo Alba. En el teatro Alfil,
Requiere este tipo de teatro intérpretes de reconocida autoridad y de oficio muy seguro. Germán Bueno los ha tenido. Se nota mucho en el Alfil, por encima del color del espectáculo, lo muchísimo que los actores se divertían haciéndolo. Es que estaban en una zona de emergencia tan necesaria que afloraba la buena tradición cómica de nuestra escena. El cuarteto de mayor experiencia -Mar¡ Carmen Prendes, Lili Murati, Amelia de la Torre y José Vivó- tiene tan a lo vivo esa indefinible condición histriónica que se llama la presencia que la complicidad -yo casi diría la participación- de los espectadores los empuja literalmente a jugar, uno de los verbos más hermosos del teatro. Así que Mari Carmen Prendes enloqueció de júbilo con la composición libre de una dama tan disparatada como encantadora, Lili Murati compuso un personaje en frenético juego con sus propios medios físicos, Amelia de la Torre destruyó a demoledora conciencia el casi arquetípico personaje que debía encarnar y José Vivó hundió -el suyo en un fino y lúcido magma crítico. Uno de los tres jóvenes -Alfredo Alba- dio una corta clase de expresión corporal y superó con decoro la delicada carga sentimental que le cayó en la última parte. Se defendieron con dignidad Carmen Utrilla y Miguel Ayones, en unos tipos con menos ganchos y recursos.
Por lo visto es amplia la panoplia de sensibilidades de Angel García Moreno. Hace falta valor para venirse con Kitú a tan poco tiempo de haber dirigido Los hijos de Kennedy. Contuvo a los actores, clarificó las escenas y marcó una representación que es de lo menos enfático que yo he visto en mucho tiempo. Todo, en fin, muy reconfortante. Porque nada de lo bueno que hay en este espectáculo se debe a la casualidad. Nos hemos reído sin avergonzarnos. Parece mentira.
Babelia
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