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Raúl Sánchez se ha ganado un puesto en San Isidro

La hombrada de Raúl Sánchez el domingo frente a los torazos cinqueños de García Romero, seguramente le va a valer a este torero un puesto en San Isidro. El Calatraveño, que también nos tiene acostumbrados a los clientes de Las Ventas a hombradas de similar fuste, es posible que entre, asimismo, en la feria.No con lo fácil, ya puede suponerse, sino con lo suyo, que ef el gran toro, el toro-toro; el que debiera ser habitual en toda corrida, y con más motivo cuando el cartel es de lujo. Hay muchas probabilidades de que los tulios, el domingo 22 de mayo, den de nuevo la medida de estos toreros cabales, a lós que llaman toscos porque no aciertan a ponerse relamidos con los borregos.

En cuanto empezaron a rebajar la presencia, la edad y el poder del toro -ya ha llovido desde entonces, desde la guerra están metidos en la operación los taurinos que manejan el cotarro- el toreo y el torero perdieron categoría y grandeza, aunque siempre quedó un reducto, pudiéramos decir una reserva, de sus valores esenciales, que sirvió para que la.fiesta mantuviera unos perfiles de autenticidad y no acabara por consumirse en su cancatura; para sustentar una afición, aunque disminuida, y para que no llegara a olvidarse la plenitud de la lidia, al tiempo que se conservaba, como reliquia, el corte clásico del torero recio y con recursos.

Pero el negocio total estaba en el torito con su torerito, a los que casi nos hemos llegado a acostumbrar, y el tar-ero de una pieza quedó relegado al montón indiscriminado de los modestos. Y así se ha llegado a producir el fenómeno de que hablábamos ayer: que hay quien mide la calidad del torero no por su poderío frente al toro, sino por sus habilidades con el borrego. Existe cierta tendencia a calibrar no lo que es capaz de hacer la figura con el cinqueño o incluso el cuatreño pujante, sino lo que es capaz de hacer con el torillo romo, mortecino y dócil, el valiente acreditado dominador de corridas broncas y pasadas de edad. En tales términos de comparación anda hoy metida la fiesta, y si este criterio prospera a nivel de aficionado, podríamos darla por muerta.

Pero ahí está un Raúl Sánchez; es un ejemplo entre tantos, que se planta ante el cinqueño reservón, aguanta tarascadas, le consiente lo justo, pisa el terreno adecuado, manda en el muletazo, y saca faena; una faena que es verdadera guerra de nervios, con el público en tensión, miles de corazones encogidos. Y provoca los olés y las ovacíones, porque los pases salen largos y limpios. Revive la grandeza del toreo en ese contraste de la fiesta pavorosa que puede coger -quiere coger-, frente al aplomo del diestro, bien asentadas las zapatillas en la arena, la cabeza fría para librar en un instante la fugacidad de la comada, bien aprendida la técnica para conjurar el peligro con maestría y belleza.

Lo de Raúl Sánchez el domingo, lo del Calatraveño y muchos otros toreros cabales en innumerable s tardes calientes de toros avisados y triunfos a la desesperada, no es nuevo; es la historia de la taurornaquia misma, lo cotidiano en ella hasta que apareció el apoderado con un mando que nunca debió ejercer, y luego el exclusivista, y uno y otro montaron su chalaneo, aprovechando que er. las circunstancias singulares del país, el manga por hombro contaba con la vista gorda, cuando no con las bendiciones de altas instancias. Tan altas cuan torpes instancias.

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