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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Hielo en primavera

UN AÑO más la climatología parece decidida a jugar en contra del campo español. Después de 41 años de pertinaz sequía, las condiciones no podían ser más favorables. Había llovido abundantemente en el otoño y en el invierno, y aun cuando en algunas zonas el exceso de humedad perjudicaba los sembrados, la abundancia de los pastos naturales hacía concebir amplias esperanzas a una ganadería al borde de la asfixia financiera por la sangría que representó el pasado año la compra de piensos artificiales.De pronto, el brusco giro del tiempo y las heladas sufridas durante los últimos días parece que van a reducir las expectativas de grandes cosechas. Aun cuando las inforrnaciones son todavía muy fragmentarias, las zonas más castigadas parecen haber sido Extremadura, Cataluña y la región levantina.

En ocasiones anteriores (véase EL PAIS del 1 de febrero y 2 de marzo) hemos defendido las reclamaciones de los agricultores frente a una situación de olvido, situación que les ha convertido de hecho en el pilar sobre el cual se ha fraguado parte del desarrollo que este país experimentó en los últimos lustros. La llamada «guerra de los tractores» constituyó una llamada de advertencia al resto de la sociedad, y muy especialmente al Gobierno, de la necesidad de encarar de una vez y seriamente las reclamaciones, tanto tiempo preteridas, del campo español.

Es en momentos y en circunstancias como los actuales cuando conviene guardar la calma y no dejarse llevar por la impresión inmediata. Todavía sin recontar los daños, se empieza ya a calificar de catástrofe el resultado de las heladas de los últimos días. Es por ello conveniente poner las cosas en su justa perspectiva; si se acepta la cifra de 15.000 millones de pérdidas, ello supondría alrededor del 10% del producto agrícola del año 1976.

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Ciertamente es una pérdida sustancial para los de agricultores que han dedicado su esfuerzo a la tarea ruda y poco remuneradora de la agricultura, pérdida para la que habrá que estudiar posibles paliativos. Ahora bien, esas, tragedias persiónales no deben utilizarse para solicitar subvenciones indiscrirninadas.

El otro tema de indudable trascendencia es el de las consecuencias que la pérdida de los mencionados cultivos pueda tener sobre el paro agrícola. Los datos del Instituto Nacional de Estadística sobre paro, correspondientes al trimestre julio-septiembre de 1976, cifraban el paro agrícola en, aproximadamente, un 10% de la población activa del sector; es decir, que el paro en la agricultura era casi el doble que el paro total. Ciertamente, la situación va a agravarse con las heladas y las consiguientes pérdidas de cultivos. El paro podría aumentar en punto o punto y medio.

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