El miniporno
El miniporno es la pornografía casera, ese cine porno en dieciséis milímetros, milímetro más o menos, que ya se puede hacer, vender y observar en España. Las familias que, han decidido permanecer unidas en el confort conformista de lo que va a venir ya están comprando sus minipornos. Y se sienten tan demócratas, con la pornografía en casa, que ya casi ni necesitan ir a votar. Votarán lo que les digan por la tele, porque con el miniporno no han tenido tiempo de enterarse bien de la ley esa de incompatibilidades de la cosa.Antes, el único miniporno que entraba en una familia decente era la criada, que por treinta duros fregaba todo el piso de renta antigua y le enseñaba las corvas al señorito en sesión continua. Luego, las criadas se cansaron de esta servidumbre humana, que es como lo llamaba Somerset Maugham (el novelista progre de los niños de posguerra) y se fueron a Alemania a trabajar en una fábrica de penicilina, que las chicas de servir han sido las primeras emancipadas y liberadas de este país, aunque no las saquen en Vindicación femenina, que al fin y al cabo es una revista para intelectualas y bachilleras, mujeres sabias y demás moliéres.
De modo que, como un matrimonio a la española no hay un dios que lo aguante hasta que el infarto nos separe, pues ahora nuestra buena burguesía ha sustituido a la fregona por el lavavajillas y a la primera doncella que se maravillaba el señorito por el miniporno. Nuestros buenos burgueses gentileshombres no cambian tan fácilmente de hábitos, y todos siguen estando entre el don Lope de Galdós, el Miguel de Mañara y el caballero andaluz -tan formal- cantado por Machado. Cuando ibas a una casa a felicitar un cumpleaños, durante la democracia orgánica así llamada, la burguesía franquista te echaba unas películas de los niños en la playa y la señora estrenando su primer bikini, que era una cosa más bien anafrodisíaca, de gorda que estaba.
Hoy, corno todo anda desatado y bien desatado, en vez del tomavistas de papá con los niños haciendo. Porquerías en la arena, te echan el miniporno, que es lo malo que tiene la democracia, que la gente cree que ya es demócrata porque juega a las prendas, va al strip-tease y al travesti de PavIovski y dice que Felipe, si no tuviera ese empacho de Marx que tiene, sería un chico majo. -
-Mire usted, Umbral: Felipe, al fin y al cabo, es como Suárez, si va usted a ver. Lástima que tenga ese empacho de Marx que tiene.
Yo le diría a la señora de la casa que Suárez también tiene sus empachos, y de peores meriendas ideológicas, pero en esto que enchufan el miniporno, aprovechando que los niños se han ido con las motos a matar viejas en el paso de peatones, y ya hay que dedicarse muy serio a la Linda Lovelace de imitación, que suele ser una choricilla cazada a lazo en las cafeterías que hay por detrás de la Gran Vía, donde están las que aún no han decidido si van para tiples que tragan o para respetuosas que cantan.
A mí es que me resulta cómico. Toda la familia tan seria viendo el miniporno, como antes miraban por el caleidoscopio y antes por el ojo de la cerradura. El ojo de la cerradura ha sido el minicine porno de la familia tradicional española durante siglos, y todos se pasaban la vida, dentro de la casa, acechándose unos a otros por el ojo de la cerradura: el señorito miraba a la criada, el abuelo a la abuela, el sobrino a la tía y el esposo a la santa esposa, pues a las santas esposas de antes sólo las veías desencueradas si las cogías en un descuido.
El voyeurismo ha sido el solo juguete con que ha permanecido encerrada la pequeña burguesía española, como bien sabe Juan Marsé, y ahora que un desarrollismo bobo y una liberté hortera les mejora el ojo de la cerradura con el miniporno, ya se creen que les han hecho justicia, están encantados y dispuestos a votar lo que sea, porque se sienten muy europeos, muy modernos y, en el fondo, muy agarrados a lo seguro, como siempre. La pornografía -ay- sigue siendo de derechas.
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