Encrucijada palestina
La fluida situación en el Próximo Oriente que ha seguido al fin de la guerra civil libanesa y al triunfo de los puntos de vista norteamericanos -ilustrados por las alianzas contra natura surgidas entre regímenes como los de Sadat y Assad, y el mismo encuentro entre el rey de Jordania, convicto de soborno por la CIA, y Yasser Arafat- otorga al pleno del Consejo Nacional Palestino que se reúne hoy en El Cairo un carácter de acontecimiento histórico. Lo que se espera, ni más menos, es la renuncia implícita de la mayoría de las tendencias palestinas al sueño de un Estado laico y democrático, en el que los judíos serían una comunidad más, asentado sobre los territorios de la Palestina histórica.El pleno del Parlamento palestino en el exilio, en el que ahora se integran 180 miembros, va a abordar su propia reforma para permitir la entrada en el consejo a los representantes de las tendencias más moderadas; desde los residentes en los países del Golfo Pérsico, hasta los enviados por las zonas ocupadas de Cisjordania y Gaza, que Israel se anexionó en 1967, favorables en general a la coexistencia con el Estado judío. Aunque sea a costa de renunciar a los proyectos que alentaron la lucha palestina hasta que la pax siria puso fin a la, guerra libanesa, sin otra opción para los guerrilleros que un digno sometimiento a los dictados de sus en otro tiempo, protectores.
El comité ejecutivo de la OLP, que preside Arafat, al que el Consejo reelegirá según todas las previsiones, ya ha iniciado una ofensiva diplomática, en la que España está incluida, para hacer buena la tesis de la viabilidad de un pequeño Estado palestino, asentado sobre la orilla occidental del río Jordán y la franja de Gaza, que no estaría obligado a reconocer a Israel.
No obstante, y a pesar del evidente retroceso que suponen tales formulaciones, ningún indicio permite por el momento aventurar que Israel haya moderado o vaya a moderar un ápice su intransigencia acerca del establecimiento en sus fronteras de un Estado palestino independiente. La política israelí frente a la decisiva cuestión de conciliar un Estado judío y un Estado palestino sigue aferrada a un triple rechazo: no a la autodeterminación de¡ pueblo palestino; no, a la creación de un Estado independiente; no, al reconocimiento y a la negociación con la OLP. Las posiciones de Jerusalén están firmemente apoyadas por Washington, cuya postura oficial es la negativa a reconocer formalmente a la Organización de Liberación mientras ésta no acepte la existencia del Estado judío.
Las connivencias entre sirios, egipcios, saudíes y norteamericanos van, sin embargo, todavía más allá en la domesticación de los guerrilleros: el pequeño Estado que aceptarían la mayoría de los fedayin no sería tal, sino una provincia, la Cisjordania, sometida a la soberanía de Hussein, lo que significaría el triunfo definitivo de las tesis judías y, con él, el resurgir de la desesperación palestina.
Las últimas declaraciones del primer ministro Rabin y las matizaciones aportadas por Carter al problema de las fronteras en Oriente Próximo, estudiadamente ambiguas, apuntan a que los palestinos se hallan de nuevo ante los hechos consumados.
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