La ilegalidad del trasplante
RECOGIAMOS CON tristeza hace unos días la noticia producida en Barcelona que contaba, simple y llanamente, cómo una aplicación rigurosa de una ley arcaica impedía que dos riñones fueran utilizados para salvar a dos seres humanos. Se trataba, con otras palabras, de ganar una muerte a costa de perder dos vidas. Una, de una mujer barcelonesa que esperaba esta única solución quirúrgica; otra, de un súbdito francés, ya que allí iba a trasladarse el riñón para su utilización. Días antes, Francia nos había dado muestra de solidaridad trayendo a Barcelona a través de Eurotrasplant un riñón. necesario.Pero la noticia se produjo. La ley y la determinación de la muerte no se han actualizado a la velocidad que las nuevas técnicas requieren. Los signos de muerte que podrían facultar para la extracción de órganos destinados a trasplante siguen siendo arcaicos. Cierta es la necesidad de una salvaguardia del individuo. Pero no es menos cierto que si al médico se le otorgan los poderes éticos de definir una muerte, se le tiene que dar también la responsabilidad de elegir el.inomento en que, llegada la muerte, los órganos son tadavía utilizables para una hipotética cadena de subsistencia.
En el caso de Barcelona el fallecido había sido víctima del accidente ferroviario de San Andreu de la Barca. Llegó descerebrado. Los familiares habían otorgado ya la autorización correspondiente. Pero no fue posible. Las definiciones de muerte, que implican una permanencia de síntomas, impiden, de hecho, la extracción de órganos. Ello lleva a pensar que sí en este caso, la ley lo impide, podría haberlo impedido en los miles de casos que hoy la medicina puede exhibir como un logro más de su carrera. Porque debe pensarse que en los últimos veinte años por lo menos 25.000 seres humanos pueden seguir siéndolo gracias a unos riñones ajenos. No se trata aquí, como podría prever la ley, de una carrera desenfrenada hacia el éxito con un trasplante cardíaco. No. Porque la experiencia muestra cómo el riñón y la córnea son trasplantes cuyo porcentaje de éxitos permiten incorporar su cirugía a la práctica casi normal.
Y que en este estado de cosas, cuando la escasez de riñones artificiales es apremiante, dos órganos se pierdan por un cumplimento estricto de la ley, nos coloca en la disyuntiva. O un trasplante renal es ¡legal o es inviable. En cuyo caso la solución no es más que una: actualizar ese ordenamiento que impide que el cuerpo muerto de un hombre sirva a los demás. Quizá el más bello y hermoso destino para el hombre.
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