El congreso de Alianza Popular: una útil clarificación
EL PRIMER Congreso de Alianza Popular clausuró el pasado domingo sus sesiones. La única novedad de la reunión ha sido el acuerdo de transformar el pacto electoral en federación; sin embargo, las reticencias de los señores Femández de la Mora y Silva Muñoz a llegar a la fusión en un solo partido de los siete grupos, da motivos para pensar que no todos los componentes de la familia están tan convencidos como el señor López Rodó de hallarse unidos por un vínculo sacramental que sólo la muerte puede disolver. Las simpatías de los dos ex ministros de Obras Públicas por otras franjas del espectro político no son ningún secreto: mientras el señor Fernández de la Mora tiene una clara vinculación ideológica con la tradición contrarrevolucionaria de Acción Francesa y Acción Española, que le podría llevar en el futuro a una confluencia en la práctica política con quienes defienden parecidos objetivos de manera. doctrinalmente menos refinada, el señor Silva Muñoz no pierde la esperanza de que las aguas democristianas se encaucen algún día por los canales, hoy secos, de su particular versión autoritaria de esa ideología pluralista.Algún orador en el Congreso se ha quejado. de que los críticos de Alianza Popular presten menos atención a las ideas de su programa que a los hombres que las exponen. El reproche no parece ¡usto. El papel medominante de las personalidades en el pacto electoral constituido el pasado mes de septiembre quedó confirmado cuando dos de estos siete líderes, desautorizados por sus propios partidos -el señor Silva Muñoz, por UDE, y el señor Thomas de Carranza, por ANEPA-, optaron por abandonarlos y fundar otros de nuevo cuño, a fin de seguir a la cabeza de la actual federación. La ausencia de votaciones en el Congreso, la proclividad a los acuerdos unánimes y por aclamación, el autonombramiento de los dirigentes y las constantes referencias a sus méritos como políticos franquistas, hacen explicable que se busque la definición de la FAP más en los antecedentes y el carácter de quienes la dirigen que en el contenido de su programa.
Por lo demás, los discursos pronunciados el pasado domingo tienen un denominador común: la añoranza del franquismo, el elogio de sus. logros y la capitalización política de esa idealizada etapa en beneficio de los oradores, todos ex ministros de Franco, con la única excepción del señor Thomas de Carranza (a quien le gustaría, al parecer, aplicar su experiencia como censor de libros durante su devastadora gestión como director general de Cultura Popular a la prensa diaria). Nosotros no compartimos ni esa añoranza ni esos elogios, pero admitimos como un hecho natural e inevitable que parte de nuestros compatriotas, sobre todo aquellos que han disfrutado de los beneficios y de las glorias del poder en esos años, se sientan embargados por ese sentimiento y hagan esa valoración. En ese aspecto, el Congreso de la FAP constituye un acontecimiento positivo, en tanto que instala una cierta congruencia entre las palabras actuales de los líderes de Alianza Popular y su propio pasado, y contribuye a la clarificación de la vida política española. Por lo demás, esperamos que, a partir de ahora, los componentes de la federación acepten como denominación puramente clasificatoria, y no denigratoria, el calificativo de «neofranquistas».
De cara al electorado, Alianza Popular combina el falseamiento del pasado con la deformación del presente y el chantaje hacia el futuro. Atrás está la Edad de Oro; adelante, si Alianza Popular no lo remedia, los terrores del Año Dos Mil.
Las dos palancas para la distorsión de la historia de los últimos cuarenta años son bien conocidas. Como el corcho encima de la ola, los ministros de Franco, que administraron con manifiesta incompetencia las consecuencias inducidas para la economía española por la ola de prosperidad europea de la posguerra, se atribuyen los méritos del crecimiento de la renta nacional y se absuelven a sí mismos de los graves errores que cometieron en su gestión y que el país comienza ahora a pagar.
Parecería como si las obras de infraestructura las hubieran realizado con sus manos los señores Silva Muñoz y Fernández de la Mora, como si el desarrollo económico hubiera sido planificado personalmente por el señor López Rodó en sus noches en vela.
Y, junto a la prosperidad, la paz de Franco es. el segundo mito que Alianza Popular se propone explotar electoralmente, aunque ello le obligue a deformar nuestro inmediato pasado. Porque una paz basada en la represión de las libertades básicas y el secuestro del ejercicio de los derechos cívicos y políticos sólo es una caricatura del bien común. Sin olvidar que ni siquiera esa paz formal que es el orden público en las calles resistió el embate de las nuevas generaciones, de las reivindicaciones de los trabajadores y del autonomismo vasco.
La descripción que del presente hace AP está, obviamente, al servicio de la formación del próximo futuro. Los sondeos de opinión realizados por el propio Gobierno conceden a los comunistas un bajo porcentaje electoral; Alianza Popular, sin embargo, presenta al partido de Carrillo como una fuerza amenazante a punto de tomar el poder, a menos que su ¡legalización, por un lado, y la victoria en las urnas de la FAP, por otro, lleguen a tiempo de impedirlo. La clave de semejante estrategia electoral es de pura cepa franquista: Alianza Popular, si; comunismo, no. Para que la realidad cuadre con esa fantasía sadomasoquista hay que deformar los hechos hasta el absurdo: votar al PSOE «conduciría, a medio plazo, a resultados muy próximos al comunismo», y el Centro Democrático, transformado en «puente para el marxismo» encierra en su seno las posibilidades de disolución y desgobierno que derrumbarían al país por la pendiente del caos, la anarquía y el comunismo. Poco importa que el PSOE haya sistemáticamente descartado la perspectiva del Frente Popular. Poco importa que el Centro Democrático postule soluciones políticas semejantes a las grandes formaciones centristas europeas que se alternan en el poder con los socialistas desde hace treinta años. Y menos importa aún que las transformaciones en la sociedad industrial avanzada y el carácter represivo del sistema soviético lleven a los comunistas occidentales a una revisión no sólo de su estrategia, sino también de sus objetivos. Si los hechos no cuadran con los deseos y las necesidades propagandísticas de Alianza Popular, peor para los hechos.
La estrategia electoral de Alianza Popular es transparente como el cristal: apelar a las emociones y no a las ideas, suscitar temores y no confianzas, mitificar el pasado en vez de analizarlo, profetizar un sombrío porvenir en lugar de esclarecer las grandes líneas que permitirían asegurar en el futuro la estabilización de la Corona.
Y como trasfondo, la vieja, falaz y siempre rentable idea de que España es patrimonio exclusivo de quienes piensan de una determinada manera; de que los valores del patriotismo, el orden, la moral y la dignidad humana son un monopolio cuyo usufructo y administración corresponde, por derecho divino, a los dirigentes de un partido. Todo lo demás es discutible y opinable. Pero la pretensión de tener la exclusiva para interpretar los intereses nacionales es la línea fronteriza entre el autoritarismo y el sistema pluralista. España es de todos y todos somos españoles. Incluida, por supuesto, Alianza Popular, aunque sus portavoces no reconozcan a buena parte de sus conciudadanos tal condición y traten de desterrarles a ese espacio geopolítico imaginario al que gratuitamente llaman la Anti-España.
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