Asesinos y policías
Al lado de los grandes espectáculos cinematográficos internacionales, que copan los mejores puestos en la programación, los locales más céntricos y mejor dispuestos, las fechas más propicias, hay otro cine de consumo, humilde y recatado, que apenas disfruta de la publicidad adecuada y, a veces, ni siquiera obtiene el mínimo honor de ser criticado en los grandes medios de comunicación. Diagnóstico: asesinato es un buen ejemplo de este tipo de productos, con los únicos ganchos comerciales de John Finch y Christopher Lee -muy por debajo de sus actuaciones acostumbradas-notoriamente insuficientes para catapultarle hacia metas más ambiciosas.El cine británico, desde un punto de vista estrictamente industrial, ha sido un puro satélite del norteamericano, con escasos atisbos originales, entre los que merecen citarse las comedias de la Ealing y las películas de horror de la Hammer, sin olvidar el cine negro de la postguerra -Carol Reed, el mismo Joseph Losey- o el de los jóvenes airados de finales de los cincuenta. Pocos resultados a fin de cuentas, salvo algún profesional o técnico -Peter Finch, Jean Simmons, Stewart Granger, James Mason, Alfred Hitchcock, Freddie Young, David Lean...- capaces de simultanear el trabajo en ambos continentes o de intentar un exilio más o menos definitivo.
Diagnóstico: asesinato
Director: Siney Hayes. Guión: Philip Levene. Música: Laurie Johnson. Intérpretes: Jon Finch, Christopher Lee, Judy Geeson. Estrenada en el Regio.
El momentáneo esplendor de las películas de terror de la casa Hammer permitió esperar una producción continuada que acabó por extinguirse, prácticamente, no sin proporcionar algunas obras excepcionales y un nutrido grupo de directores, actores y guionistas que consiguieron renovar inteligentemente un género excesivamente manoseado y despreciado. El policiaco, en cambio, tuvo mucha peor suerte y -salvo algunos ejemplos aislados, entre los que destaca la contribución de Joseph Losey- apenas si ha sido poco más que una copia miserable de los modelos americanos.
El caso que nos ocupa es también gris, monótono y sin encanto, salvo algunos planos aislados en los que el director ha encontrado una tímida inspiración para recrear el mundo monótono y sin salida de los policías, considerados como seres humanos. El espectáculo de la maldad humana -inagotable cantera dramática- es aquí, un tímido pretexto crítico para englobar a delincuentes y agentes del orden en la misma medida, con unas notas sádicas y terroríficas. Policías y asesinos sienten idéntica necesidad de afecto y experimentan iguales tentaciones. La sutil inversión de papeles, sin embargo, es torpe y monótona, sin la audacia que hubiera convenido a la historia. La falta de matices de una acción plana y monocorde ahoga las posibilidades de un relato cuyo único atractivo es la ausencia de pretensiones, y que parece escapado de cualquier televisión en día de fiesta, esa especie de cementerio en el que se ha convertido la imagen electrónica para recibir al que antes hubiera sido simple cine de consumo destinado, en exclusiva, a los circuitos menos exigentes.
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