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La despersonalización del casco antiguo

El despoblamiento del corazón de Madrid por parte de sus clases populares no sólo es un hecho sino que la desidia municipal amenaza convertirlo en irreversible. El procedimiento para lograr que Madrid pierda su población residente y de paso a otra población sin arraigo alguno es muy sencillo. Se deja que el tiempo pase: sin que las edificaciones del casco antiguo experimenten ningún arreglo. A instancia de parte, cuando durante varios años se ha dejado a los inquilinos de las viejas casonas sometidos al deterioro progresivo de sus viviendas, se presenta denuncia y se solicita el derribo. Por un procedimiento no muy complicado la ruina es evidente, se emplaza el abandono de los inquilinos y la casa se demuele por una empresa de derribos.Eso es todo. Lo demás es todavía más simple. Se apalabra con tal inmobiliaria urbanizadora o constructora el despiece del solar en lotes o se conviene la venta global. Se pacta un precio alto, claro, y la entidad se hace cargo del resto del faenaje. Beneficios para el vendedor, para el comprador también -más pingües todavía- y el antiguo inquilino, el que tuvo que dejar tal vezuna casa donde vio nacer a sus hijos, donde fue feliz, descansó, soñó o sufrió, pierde de la noche a la mañana el arraigo que muchos años de vida allí le costó trenzar.

No hay alternativa posible. La única salida que queda es, si el desahuciado tiene solvencia económica, ánimo y energía para emprender un traslado, desplazarse a una de esas urbanizaciones periféricas donde lo único que va a resultar conocido, cereano y próximo será el garfio de esa vieja amiga de los madrileños, la especulación. Salvo excepciones dignas, al desahuciado no le van a faltar motivos cotidianos para experimentar la angustia del que es impotente para vencer a una máquina tan bien trabada como la de las urbanizaciones que no cumplen lo que pactaron con sus clientes. Las dotaciones, mal; mal la infraestructura, los transportes, los accesos, igual los servicios, y la calidad de vida, global, pésima, inexistente.

Si el desahuciado no tiene recursos económicos, a lo mejor el Ayuntamiento lo aloja una temporada en una pension, con suerte esto, sucede; sin embargo, cualquier día puede recibir una circular donde se le pide que abandone el hotel o la pensión donde ha vivido quizá hacinado junto a otras familias igual de débiles que la suya. Comienza luego el éxodo, las personas de edad lo sufren todavía de peor modo, porque ven que su presencia en casas de parientes o familiares altera las situaciones establecidas. Entre,tanto, las gestiones se han multiplicado; visitas al Ministerio, es igual cuál sea, pues nadie va a dar una solución inmediata; tal vez buenas promesas, quizá un enchufe, con certeza nada.

Y aquí se terminó todo para los que desde el principio perdieron la batalla. En ocasiones, una multa municipal pudo demorar unos días el apetito especulador de un casero sin escrúpulos, que quiso en su día acelerar lo más posible la declaración de ruina de su inmueble sin importarle demasiado el destino de los inquilinos que lo habitan. Tarde o temprano, la ruina llegará y la tenacidad en la espera siempre va a ser más llevadera para el propietario que para el que arrienda una vivienda. Para aquél, el baile de los millones espera al fondo del camino y, para éste, no hay camino alg uno salvo el callejón sin salida de aferrarse a una ley que cuando se observa, no sirve y, cuando sirve, no se observa.

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