_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cáritas, en estos momentos de cambio

Presidente de Cáritas Española

Estos últimos tiempos Cáritas se ha encontrado en la encrucijada de vientos contrarios sintiéndose azotada por críticas procedentes de campos opuestos. Tan pronto se la fustiga desde posiciones integristas por apoyar la objeción de conciencia (Fuerza Nueva del 8 de enero) como desde las marxistas por ser, con su acción asistencial, adormecedora de conciencias (Los que vi ven de la caridad, en Mundo de 30 de octubre).

La reciente publicación de las conclusiones de la XXXI Asamblea de Cáritas, aprobadas por abrumadora mayoría y sancionadas por la Comisión Episcopal, ha vuelto a suscitar polémica sobre cuál es la misión de Cáritas y si ésta es, o no, fiel a la misma.

Las conclusiones, tras reafirmar que la razón última de Cáritas es ser expresión del amor cristiano, reúnen en perfecta simbiosis su preocupación y propósito de colaborar en la solución de los problemas asistenciales, que en forma, por cierto creciente, tiene planteada la sociedad española con su propósito de ejercer una función crítica de lo que nuestras estructuras tienen de deshumanizante, así como de denunciar toda situación de injusticia u opresión. En perfecto equilibrio, Cáritas reafirma su vocación de ayuda a los ancianos, los niños, los alcohólicos, los transeúntes y demás grupos marginados de la sociedad, y un apoyo a las iniciativas que promueven los cambios necesarios para llegar a una sociedad más fraterna, su deseo de ser conciencia crítica ante las situaciones de injusticia como son el fraude fiscal, el paro, la especulación, etcétera, y defensa de los derechos humanos, como pueden ser la igualdad de oportunidades o la objeción de conciencia.

Estas conclusiones que vienen a ratificar los propósitos asumidos en las dos asambleas anteriores, han reavivado las críticas de ambos extremos. Dicen unos que Cáritas, al asumir funciones críticas de las estructuras, .traicionan a su vocación benéfica que debe reducirse a la estricta y tradicional limosna. Claman otros porque, acudiendo en ayuda del marginado, creen que coopera a prolongar la situación, impidiendo la agudización del conflicto que propiciará el estallido revolucionario del que por lo visto habría de salir una sociedad sin problemas. Unos y otros o bien olvidan que Cáritas es una institución de Iglesia o desconocen lo que el Concilio Vaticano II ha supuesto para la manera de vivir la fe y situarse desde ella ente el mundo y sus problemas de hoy.

El Concilio ha dado, en efecto, un giro copernicano en la manera de situarse la Iglesia ante el mundo. De sentirse extraña al mundo y considerar las estructuras temporales como inamovibles y basadas en el derecho natural, la Iglesia ha pasado a reconocer la autonomía de lo temporal y el hecho de que «ella misma avanza juntamente con la humanidad y experimenta la suerte terrena del mundo».

La Iglesia pasa de una visión escatológica que aplaza todo para la otra vida y recomienda en ésta «resignación» ante las injusticias y respeto a todo trance del «orden establecido», a admitir que el reino prometido comienza ya en este mundo mediante la transformación según sus líneas y valores de las estructuras terrenas.

Una Iglesia de este talante lleva a una serie de consecuencias prácticas que estamos viendo aparecer y que no todos comprenden o aceptan. En el campo de la acción caritativa, propio de Cáritas, esta postura lleva a no limitarse a la mera solución de casos concretos sino a volcarse además en un serio estudio de las causas de la pobreza, a la advertencia previsora de los peligros de un desarrollo basado en el egoísmo y el lucro, a la denuncia de tantas situaciones injustas y al apoyo de quienes luchan por la transformación del mundo. Y sabe Cáritas que está obligada a este trabajo porque como la Iglesia, al encarnarse en el mundo, se siente impulsada a buscar una sociedad más justa, más fraterna y libre, en que sea el amor a los hombres, a todos los hombres sin distinción, la norma suprema. Trabajar por este objetivo es, especialmente en España, sacudida estos días por el horror y la repulsa de importantes asesinatos y secuestros, y de la siembra de odios a veces usurpando de forma sacrílega invocaciones religiosas.

Sin embargo, el entusiasmo por la hondura y urgencia de estas tareas no nos distrae ni un ápice de esa tarea asistencial tan urgente hoy como antes, y que en palabras de Lombardo-Radice, el teórico marxista italiano, es uno de los «caracteres del amor cristiano que se entrega a la criatura humana aunque esta entrega sea improductiva, porque para el cristiano es importante dar su tiempo con gozo y alegría al enfermo incurable, o acompañar con amor y paciencia al anciano inútil en su camino hacia la muerte, cuidar bondadosamente a los seres humanos últimos, a los más infelices y a los más imperfectos, incluso aquellos en los que resultan ya casi indiscernibles los rasgos humanos». Hoy, como siempre, Cáritas dedica a esta tarea todo su esfuerzo, no sin ver con angustia que sus medios no llegan a todas las necesidades. Labor asistencial y crítica, ayuda al oprimido y modificación de estructuras opresoras son dos aspectos inseparables de una única tarea, que Cáritas asume consciente de sus limitaciones y pobreza de medios, pero decidida a avanzar tanto cuanto le sea posible por este camino. Es lógico que este planteamiento produzca la confusión y el distanciamiento de aquéllos que apoyaban a la Iglesia porque veían en ella una cobertura y protección de sus situaciones privilegiadas o un seguro para la otra vida, y que se sienten lógicamente sorprendidos por los nuevos vientos. Pero su pérdida viene compensada por la de aquéllos otros que se plantean en serio que ser cristiano no consiste en una etiqueta que nos ponen al bautizarnos o en asistir pasivamente a una misa dominical, sino en poner en práctica de forma integral el mensaje del cual fue portador Jesús de Nazaret, en el centro del cual está el amor a los demás, y un amor no teórico, sino práctico y comprometido que lleva a una comunicación real de toda clase de bienes.

Porque creemos en el poder de atracción, belleza moral y eficacia práctica del amor cristiano, creemos que una institución como Cáritas tiene hoy y ahora en nuestra sociedad española una función importante, que no es otra que la de ser en medio de tanta palabrería y de tanta confusión, un punto de encuentro de aquéllos que, cristianos o no, sientan la urgencia de trabajar a favor de los oprimidos y contribuir a ser la voz de los que no tienen voz, convencidos de que de esta forma están ayudando a que nuestra sociedad, la que entre todos estamos y tenemos obligación de construir, sea más fraterna, más justa y basada en el único elemento capaz de superar los odios, egoísmos y contradicciones actuales: el amor a todos, incluidos los enemigos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_