Fiesta española en el teatro de la Comedia
Me siento muy conmovido. Este espectáculo español tumultuosamente trágico, esclarecedor, dirigido e interpretadoción rabia y fervor me ha traspasado de tal manera que lo primero que deseo establecer es mi gratitud muy honda a quienes en el participan: gentes de mi casa, de mi pueblo, de aquí y de ahora, que de un so berano puñetazo acaban de colo car la fiesta teatral en el impor tante y altísimo lugar que en este país le corresponde. Las arrecogias del beaterio de Santa María Egipcíaca, de José Martín Re cuerda, que ha montado en la Comedia Adolfo Marsillach, abren otra vez las ventanas del viejo ámbito de nuestra escena y lavan, como agua lustral, rutinas y mimetismos, importaciones abochornantes, cobardías y desánimos, mediocridades e insuficiencias. Ninguna distancia hay que perdonar aquí entre la concepción y la ejecución. Todo es como debe ser. Como va a tener que ser desde ahora.Se trata, en cuanto al texto de Martín Recuerda, de un análisis teatral de la peripecia sufrida, bajo Fernando VII, por un grupo de mujeres granadinas, militantes en la lucha por la libertad, en cerradas en espera de juicio, público o secreto, en el beaterio regido por las monjas de la orden de Santa María Egipciaca. Una de estas mujeres es Mariana de Pineda, la heroína liberal, conde nada a muerte por su adhesión al sistema constucional revolucionario después de ser acusada, falsa y secretamente, de haber bordado una bandera. Resulta inevitable observar que Martín Recuerda, otro granadino, nos trae nuevamente el tema de la luchadora bajo el absolutismo bárbaro a los cincuenta años justos, al medio siglo del estreno de la Mariana de Pineda, de Federico García Lorca. Y resulta urgente decir que si bien políticamente -éticamente- los textos son, por supuesto, idénticos, dramatúrgicamente la obra de Martín Recuerda me parece muy superior a la de Lorca, aunque es posible que sin las propuestas teatrales de Lorca no existiese Martín Recuerda. Y no lo digo por la cascada lírica sino por la utilización y desarrollo de aquellos modelos plásticos, gestuales, literarios y sonoros con cuya integración en un espectáculo tanto soñó Federico. Bien: aquí está la integración. Un análisis altamente crítico, muy politizado, cargado de rebeldía, arrebatos, impulsos salvajes y ferocidades españolas pierde la sequedad del realismo trágico y se envuelve en cánticos, burlas, carnavalada y espectacularidad. De Lope a Lorca, Martín Recuerda no renuncia a nada. Pero lo que retumba y retumba en su obra es el esperpento valleinclanesco. Martín Recuerda elige el beaterio como el espacio granadino ideal para mostrar un ceremonial de crueldad. Copias, romances y flamenco son, a la vez, recuerdo de un pasado y fiesta de un presente. Los temores y las alegrías propuestas a lo largo de la obra se imponen brutalmente para integrar en la colectividad a las «arrecogías», a: Mariana y a los espectadores. En esas condiciones la buena habilidad técnica de Martín Recuerda consigue emparejar la doble acción, interior y escénica, para que su propuesta sea, al mismo tiempo, patética, grandiosa y emocionante. Una singular maestría permite una escritura directa, carente de toda abstracción, donde la alegría es cante, la pena es rabia y la lucha un enfrentamiento físico. Granada incendia los ecos de la Celestina y del Romancero. La riquísi ma presencia del pathos andaluz configura enérgicamente imágenes sexuales y místicas, soberbias mortuorias y rebeldías vitales, ritos, memorias y coplas purifica doras. Son muy claros los signos dramáticos de Martín Recuerda. Sobre todo para los españoles.
Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca
de José Martín Recuerda. Dirección: Adolfo Marsillach. Escenografia y figurines: Montse Amenos e Isidro Prunes. Música: Enrique Morente. Coreografía: Mario Maya. Principales intérpretes: Rosa Muñoz, Carmen Linares, María Luisa Ponte, Carmen Lozano, Margarita García-Ortega, María Paz Ballesteros, Concha Velasco, Antonio Iranzo. Teatro Comedia
Hay que tener muchísimo valor para poner esta obra de pie. Cuando las gemebundas congojas de gran parte de nuestras empresas nos tienen el ánimo suspenso un empresario pudoroso -discretamente oculto bajo dos simples iniciales:, «A. G.» se lanza a la teórica rutina de este fantástico montaje. Y, como es natural y lógico, tira «la casa por la ventana» y barre todo lo que ha que barrer. ¡Dios mío, que fiesta!
Sala y escenario
Para empezar -y desde antes de empezar-, algo tan sencillo como esto Adolfo Marsillach ha unificado, por fin, la sala y el escenario, integrando un sólo ámbito escénico, un espacio global en que todos somos, a la vez, testigos, destinatarios y actores, al vernos obligados a participar en la organización general de un nivel de comunidad: la búsqueda de la libertad. Este primer «invento» está seguido por un espectáculo de plasticidad bellísima propuesto a partir de un montaje naturalista con un zócalo de leves puntadas expresionistas. Habrá que volver y volver sobre este montaje. En la urgencia de esta nota sólo es posible entretenerse en dos singulares hallazgos: el agua -tan andaluza, tan granadina- como elemento del decorado y de la acción y la utilización dramática, tealtralísima del cante y baile flamenco. Y no me refiero a esta o aquella significación de las letras, sino ad hetcho enorme, virginal, insólito, de que la música, la plástica, las tensiones del mundo flamenco, se incorporan en plenitud de significados al espectáculo total.Ese tremendo rigor de Marsillach, presente en el más nimio detalle, resplandece en la dirección de intérpretes. Gran ejercicio de maestría. Gran placer poder escribir esto: todos bien. Todos divinamente. Todos en su lugar. La transparencia de Concha Velasco, el desgarro de María Luisa Ponte, la frescura de Carmen Lozano, la dramaticidad patética de María Paz Ballesteros, la dignidad de Margarita García. Ortega, la autoridad de Antonio Iranzo... Y el cante de Carmen Linares, el «vito» escrito por Morente y los rígurosos dibujos coreográficos de Mario Maya. No hay lugar para referirse a esa larga y entregada nómina de actores y colaboradores. Pero no les olvidaremos nunca. Querido Adolfo Marsillach: voy a volver muchas veces al teatro de la Comedia. Este no es más que mi primer aplauso.
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