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Reportaje:

Entre la cesta de la compra y las importaciones / 1

Una vez más la política agraria se halla en vía muerta a la hora de regular los precios de la campaña 1977-78. Entre los buenos deseos -mejoras de las rentas agrarias- y las duras realidades -alza del coste de la vida y crecimiento de las importaciones- el margen de maniobra que se ofrece al «tribunal» de los precios agrarios (FORPPA) no es muy grande.

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Es preciso aceptar que los precios agrarios tienen que subir, pues no se puede acumular sobre este sector el peso de la inflación por el solo hecho de que sea una de las contadas parcelas de la economía cuyos precios pueden ser efectivamente controlados por el Gobierno. Aceptado lo anterior, el paso siguiente consiste en establecer cuánto y cómo deben subir.Precios mundiales

El nivel actual de precios internacionales se presenta como primera barrera en la elevación de los precios interiores. La situación mundial de los precios agrícolas atraviesa un ciclo bajo tras la tensa situación registrada en los últimos años. Así, el trigo se cotiza en Chicago un 30% menos que el vigente de garantía en España, la cebada el 22%, el maíz el 32%; el azúcar se cotiza en el mercado libre por debajo del 50% del precio de garantía. Comparados nuestros precios con los de la Comunidad Económica Europea, las diferencias son muy reducidas; el mismo precio aproximadamente para el trigo, el maíz se garantiza un 8% más en España, en tanto que la cebada tiene un precio de garantía de un 18% más en la CEE.

Sin embargo, no nos engañemos. Aunque se consideren los precios del mercado libre, que es donde nos abastecernos, las diferencias de precios son un espejismo monetario. Una peseta sobrevaluada en no menos de un 20% anula esas disparidades y está ocultando una correcta comparación con los precios mundiales. Probablemente, el hecho de que se haya mantenido una fuerte importación de cereales y creciente de soja. A pesar de las mejores cosechas nacionales, obedece a las ventajas que ofrece un tipo de cambio infravaluado.

Por tanto, los precios «sombra» internacionales no pueden ser hoy un argumento definitivo en la fijación de los precios de la campana próxima; y si se toman como referencia pueden distorsionar más la ya desequilibrada economía.

Precios de campaña

Donde realmente es preciso actuar es en la vertiente de los precios relativos, cuyo panorama muestra más los envites de la coyuntura -remolacha y maíz en las dos últimas campanas- que el desarrollo y posibilidades de la agricultura a plazo largo.

La actual estructura de precios agrarios es inadecuada en orden a un mejor aprovechamiento de los recursos agrarios existentes. A esta situación ha conducido una política agrícola encaminada a mantener un bajo coste de la alimentación compatible con una relativa y reducida dependencia de los mercados exteriores de materias primas agrícolas. El sistema funcionó hasta comienzos de los años setenta con reajustes coyunturales de precios para establecer el abastecimiento interno de algunos productos.

En la vertiente precios, resulta evidente que el cereal con mayores posibilidades en cosechas, la cebada, se encuentra infravalorado en precios respecto a los otros cereales. Si comparamos, por ejemplo, con los precios que sigue la CEE en orden a desarrollar sus propios recursos, tenemos:

En nuestro cuadro de precios de campaña, la cebada está infravalorada en un 25% con relación al maíz y un 40% con relación al trigo. Por el contrano, la Comunidad tiene un precio de garantía para el maíz inferior al de la cebada (3%) y solamente un 13 % inferior para el trigo.

Naturalmente, el marco de precios de garantía en España no es el resultado ni de la ligereza, ni de la arbitrariedad de quienes regulan los precios. Es más bien consecuencia de la orientación de la dieta alimenticia hacia el consumo de carne de pollo, la más barata, pero también la que tiene un menor componente de materias primas aprícolas cosechadas en el país; el maíz y la soja importados se dedican en gran cuantía a la producción de carne de ave. En España. por condiciones varias de suelo, clima y dimensión de las explotaciones, es preciso primar la producción de maíz, con el fin de aminorar la dependencia exterior, si bien los intentos han sido hasta ahora inútiles.

Esta composición de la dieta alimenticia origina una determinada orientación de todos los precios agrarios. En otros países la producción interior,de carnes difiere de la española y se adecúa más a sus propias producciones de cereales. España produce un tercio de carnes de aves en contraste con países con muy alta dependencia exterior, como Italia (27%) y Gran Bretaña (23%). Francia, por el contrario, solamente produce un 17% de carne de ave y Alemania un 6%.

En España la política de apoyo al cultivo de maíz no ha tenido ni tendrá a niveles de precios internacionales ningún éxito. Por tanto, parece más aconsejable actuar por la otra vertiente, el consumo de carnes, y orientar nuestra dieta en mayor medida hacia carnes de vacuno y cerdo.

Si se ha destacado el papel que juega la excesiva participación de la carne de pollo en las importaciones de maíz y soja, esto no significa que sea la única causa. La política de intensificación de algunas producciones ganaderas está conduciendo, fatalmente, a consumos crecientes de piensos de alta concentración cuyos componentes básicos son maíz y soja. Así, la prima a los ario¡os siempre que excedan de un determinado peso en canal, el cebado intensivo de los corderos, incluso las diferencias de precios de la leche con desventaja para las zonas húmedas con pastos naturales, son otros tantos casos de intensificación de las producciones origen de mayores importaciones de piensos.

Sin duda, también, en ciertos aspectos juegan las preferencias del consumidor -carnes de vacuno blancas o de cerdo totalmente desprovistas de grasa-, pero en este caso la política de precios al consumo debería penalizar el coste adicional de la importación.

(Véase editorial, pág. 8)

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