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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

"Antonio Ramos, 1963", drama redondo y grave

Por fin... texto político, social y moral, un texto de denuncia, no panfletario, no primario, no mimético. Por fin un texto adulto, reflexivo, integrador de los factores humanos en su entorno social, técnicamente maduro, dramatúrgicamente redondo éticamente grave. No es frecuente que el soberbio espectáculo del nacimiento de un autor pueda ser acompañado por estas densidades. Es curioso: desde que comenzó Antonio Ramos, 1963 hasta el momento de escribir estas líneas la sombra ilustre y entrañable de Antonio Buero acompaña en mi reflexión al trabajo de Miguel Signes. Seguramente por el empeño dialéctico. Seguramente por cierta capacidad para asumir los términos del sainete tradicional conceptuándolos, básicamente, como soportes de tragedia. Quizá por algún les e toque de populismo. Quizá por el profundo latido sordo y totalizador del tema de España. Puede, también, que por la infinita piedad hacia unos seres condenados al dolor.

Antonio Ramos, 1963

De Miguel Signes

Director: Ricardo Lucia. Espacio escénico: Ricardo Lucia. Producción: Actores Unidos. Principales intérpretes: maría Luisa Ponte, Anabel Montemavor, Maruja Recio, AIberto Alonso y Juan Vicario entre otros de un extenso reparto.

Teatro María Guerrero

¿De que se trata? Antonio Ramos, 1963 cuenta la historia final de un obrero que ha sufrido un accidente de trabajo. Este hombre. Antonio Ramos, no aparece en escena jamás. Signes proyecta la peripecia trágica sobre sus compañeros de trabajo, sobre sus familiares, sobre algún amigo, sobre las parcelas de la sociedad que se conectan con el avatar del protagonista. No hay en el texto un solo latiguillo, una sola palabra directamente acusatoria, no hay un grito, no hay una frase. Pero Antonio Ramo, 1963 constituye una de las requisitorias sociales más duras de cuantas yo he visto sobre un escenario. Tampoco se trata de la acusación generalizante. No. No es posible rehuir el bulto en el gran lago de las culpabilidades sin nombre. El texto de Signes nos implica a todos implacablemente. Dado que no hay antagonistas específicos ni malos de cartón una fuerte representatividad de los personajes nos impide la huida. Yo me he sentido turbado y maltrecho por este lúcido texto de Signes. Dice una breve nota biográfica del programa que el autor ejerce la abogacía en Salamanca. Posiblemente, supongo. Antonio Ramos, 1963 es la proyección de un hecho verídico, conocido por un abogado laboralista. Pero esta adivinación no me ofrece, en este momento mayor interés. El abogado es un autor teatral muy serio, muy sabio, dueño de un excelente lenguaje dramático, habilísimo en la formulación coloquial y experto en el manejo de los personajes.

Personajes que están ahí

Estos personajes son, ciertamente, representativos. Pero Signes les ha dado la humana justa carga diferencial. Dicho en otras palabras: están ahí. Antonio Ramos, su mujer y sus hijos, sus compañeros de trabajo, sus amigos están ahí. Quiero decir delante de nosotros y entre nosotros. El reconocimiento -una voz muy aristotélica, hablando teatralmente- es inmediato. Pero también lo es la reflexión. El tratamiento dado al espacio escénico, los apagones, alguna que otra solución de continuidad podrían reclamarse de Brecht. Pero tampoco esto me parece importante. Signes no está explorando el mundo de la expresión teatral. Ha encontrado su tono, su voz y su acento para contarnos la historia de un ser humano. Y ha acertado.

Dice el autor en el programa que su obra está ligada al nombre de Ricardo Lucía, el director. Lucía, en efecto, ha debido luchar años con pasión y rabia para forzar los obstáculos que la estructura comercial de nuestro teatro presenta en casos como éste: extenso reparto, autor novel, temática sin atractivos espectaculares. Habrá que levantarle un monumento al director. Y a la cooperativa de esos autores unidos que también asumen, sin duda, el contenido de la propuesta. Todo ello da a la representación un rigor, una pasión contenida, una tremenda sinceridad. Raras veces, aún con las naturales diferencias de capacidad, se contempla una representación tan empastada. Ni tan acorde con la propuesta del autor, Ni tan ceñida al tema. Una representación sobria y jugosa a la vez, representación entrañable y controlada, representación que aprieta hasta la última significación del texto de Signes.

Antonio Ramos, 1963 es también, en esas condiciones, un hermoso ejemplo de la toma de conciencia de los actores españoles. A ellos se debe, en grado máximo, la transformación que está sufriendo nuestro teatro. Reunirse en cooperativa para presentar esta obra es un acto revelador, Y. de alguna manera, ese amor y esa concienciación se transparentan iluminando con resplandores insólitos todo el trabajo del teatro María Guerrero. Yo recomiendo a mis lectores, muy encarecidamente, este soberbio ejemplo de buen teatro. Les garantizo que serán tratados adultamente. Y que no olvidarán, en la primera esquina, la revelación que el teatro, casi siempre, les debe. Por supuesto -y por suerte— que hay muchas más fórmulas teatrales. Pero ésta se cumple en todas sus intensidades y con todos sus requisitos formales o de fondo. Ese equilibrio entre la racionalidad y la emocionalidad tan bien conseguido en el escenario del María Guerrero ha ce de esta obra y esta representación algo verdaderamente inolvidable. En fin, entre otras ilustres cosas, ha nacido un autor.

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