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Acaba "el año de los independientes"

El año está acabando y se va a cerrar con la buena imagen de dos espectáculos de la línea independiente: Fogo, que A comuna de Lisboa trajo a la sala Cadarso como cierre de la Muestra de teatro independiente, y Para que todos sepan que no he muerto (Federíco García Lorca), interpretado por el colectivo Pueblo en el aula de teatro del Ateneo de Madrid.

Este ha sido el año de los independientes. Cierto que se ha cerrado la sala de Magallanes pero, en cambio el TEI ha saltado, con gracia y fortuna, a un escenario comercial y se ha instalado profesionalmente en nuestra vida teatral. En contrapartida de ese cierre, una programación regular y continua ha estabilizado la corriente renovadora del Alfil y ha dado continuidad a la sala Cadarso. Aún tuvo algunas dificultades el Alfil con su primer intento de muestreo, pero se rehizo con Los emigrados y se ha apuntado otro tanto con la presentación de Cipe Lincovsky. En cuanto a la sala Cadarso, es de su poner que habrá sacado las consecuencias lógicas, tras el gran desfile de grupos que han participado en la muestra. La primera y más obvia es que hay grupos excelentes, grupos mediocres y grupo pésimos. La insatisfacción producida por las trivialidades del teatro comercial generó una gran floración de grupos con preocupaciones mayores. A la hora de los montajes todos estaban bien intencionados. Pero, naturalmente, en la fase ejecutiva aparecieron insuficiencias técnicas, limitaciones, confusión mimetismo y torpezas. Esto es lo que la sala Cadarso está decantando. Bastará con que media docena de grupos alcancen capacidad y maduración para que su presencia sea el gran revulsivo que nuestro teatro necesita. Por eso, terminado el desfile, la sala puede empezar a programar con más rigor, y de esa forma, ampliar la onda de los espectadores interesados.El aula de teatro del Ateneo, con Basilio Gassent al frente, mantiene abierto otro gran frente teatral. El aula está levemente especializada en la presentación de grupos procedentes del campo laboral. Quiere decirse que, por el origen de los actores y por el destino eventual de los espectáculos, se trata de creaciones que aspiran a un contacto más profundo con el propio pueblo. Algo más claro, sobre todo, a través de montajes que buscan, temática y formalmente, una expresión directa y de fácil percepción.

Por eso son tan representativas las dos últimas presentaciones. Fogo es una mezcla llameante de política y crítica vital. Es imposible recordar a la Familia Hernandez, de hace unos años. Fogo es un brillantísimo ejercicio de intérpretes muy ajustados, buenos observadores de su entorno, un espectáculo con sentido del humor que hace sonreír sin trivializar el tratamiento. Para que todos sepan que no he muerto es un espectáculo con Lorca como hombre y com poeta, contemplado en una perspectiva casi integral. El grupo Pueblo está dirigido por Julio Roco, que explora muy bien la delicada técnica de convertir la materia lírica en materia dramática.

Con todo ello entra una buena bocanada de aire fresco en la habitual claustración de nuestra vida teatral. El año próximo nos deparará, sin duda, asentamientos y serenidades. Pero las cosas aprendidas -aprendidas por todos: actores, autores, directores, empresas público- ahí quedan como modelo y lección. Si una España se te mina también ha de terminar con ella su correspondiente etapa teatral. El teatro, naturalmente, ser lo que sea el país. Forma parte de la grandeza y servidumbre del teatro pegado a la piel de la sociedad que lo sostiene.

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