La economía está perdiendo crédito
Tras examinar la situación política de Brasil, nuestro colaborador dedica el último capítulo de este serial al estado de la economía de un país que hasta hace unos años había sido destacado por su «milagro económico » y que hoy está perdiendo crédito ante los inversores extranjeros.
Los votos de la oposición han sido más contra el Gobierno que a favor del M DB. Ha habido muchos votos en blanco o con inscripciones irrisorias: «Carter», «Ford» o el «feijao».El «feijao», el frijol, o mejor su ausencia, ha sido un elemento que ha hecho perder puestos al Estado en Río de Janeiro. En un país que come «feijao» todos los días indefactiblemente -como el romano la pasta- ha visto su ciudad más conocida con colas en los mercados de dos y tres horas para obtener dos kilos del producto, que natural mente pasó al mercado negro con el precio de seis cruzeiros el kilo (unas 30 pesetas), multiplicado por seis.
Ha sido uno de los incontables errores de un gobierno divagando tanto en la agricultura como en la economía. Un gobierno que con la extensión y los varios climas de que dispone permite la falta de un producto básico como el frijol, un gobierno que está llegando al cincuenta por ciento de inflación este ano con un aumento del coste de vida casi paralelo comparado con el año pasado, es un gobierno que ha perdido el norte.
Y las medidas que se toman para taponar las numerosas vías de agua de la economía son, por precipitadas casi desesperadas, absolutamente antipolíticas, olvidándose de compromisos internacionales y del bienestar prometido a la nación.
Por ejemplo: se permite la importación de motortes con aire acondicionado para los autobuses de Río: pero después prohiben la entrada de piezas de repuesto, lo que imposibilita el uso y ocasiona la protesta de los usuarios, que siguen pagando un precio especial en autobuses corrientes.
Por ejemplo: al ser imposible cortar totalmente la importación que ha sido objeto de un tratado internacional se dedican a demorar durante meses los permisos oficiales necesarios para ir ganando tiempo y ahorrar divisas. Como es lógico ello constituye una arma de doble filo, puesto que la represalia a la exportación brasileña en aquel país es automática.
Depósitos de viaje
Lo más escandoloso, sin embargo ha sido la implantación del llamado depósito de viaje. Desde hace unos meses todos los brasileños o residentes que quieran salir del país tienen que ingresar 12.000 cruzeiros (unas 60.000 pesetas), que le serán devueltos al cabo de un año, sin intereses y cuando la continua desvalorización de la moneda los haya convertido en ocho o 9.000 mil.
(Esa pérdida es la que calculan la mayor parte de los economistas independientes que conocen la situación. Como prueba de esa desconfianza se puede citar un caso ocurrido el mes pasado: Un banco ha prestado a otro setenta y cinco millones de cruzeiros por un año. Para cubrirse de esa caída inevitable de la moneda. el prestatario ha pedido el sesenta y dos por ciento -he dicho el sesenta y, dos por ciento - de intereses. Las condiciones han sido aceptadas.)
Si las compañias extranjeras ya dudaban en los últimos tiempos en instalarse en un país con inflación galopante y restricciones cada vez mayores paras sacar beneficios -no hay postores internacionales para la búsqueda del petróleo brasileño- piénsese lo que será ahora, cuando los técnicos que llegan y que automáticamente adquieren la residencia les obliguen a depositar ese dinero para salir del país. Ya ha ocurrido en la Fiat. En los mismos días en que la prensa trompeteaba la aparición del primer coche de esa marca fabricado aquí, noticias de otra página daban cuenta de la indignación de los italianos afectados por la medida y especialmente de sus jefes, que tendrán que desembolsar ingentes sumas de dinero todos los años al llegar al período de vacaciones.
Yo no conozco ningún otro estado «occidental», excepto el de Israel, -que, no lo olvidemos, vive en pleno clima de guerra- que exija a sus subditos el pago de una cantidad para dejarles cruzar las fronteras. Y como ocurre siempre con esas medidas económicas, los millonarios brasileños siguen saliendo mientras las clases media y modesta tienen que renunciar al viaje. Por si fuera poco, el ministro de Educación ha propuesto que se elimine la excepción que hasta ahora tenían los estudiantes- «en las universidades brasileñas -afirman enfáticamente- pueden aprender todo lo que enseñan en las extranjeras». Así de fácil. A la hora en que escribo se habla de subir ese depósito obligatorio. a 16.000 cruzeiros y hacerlo extensivo a las excursiones a los países vecinos, como Argentina, Uruguay, Chile y Paraguay, hasta ahora exentos de él. Ello representaria el cierre de innumerables agencias de viajes que hasta ahora han respondido a la baja del 50% del número de brasileños que salían al exterior. con el despido del 50% de sus empleados.
También hace poco que han inventado una increíble tasa de equipajes, tanto a quien entra como al que sale del país por barco, según las maletas que transporta (unas mil trescientas pesetas pagamos nosotros por catorce). Me imagino que habrán intentado aplicar ese «asombroso» billete de entrada y salida en el aeropuerto, pero allí las disposiciones de la IATA se lo habrán impedido.
DescréditoPero lo peor que le está ocurriendo a la economía brasileña es que está perdiendo algo tan importante en la vida de los hombres como en la de los estados, y que se llama el crédito. Nadie duda que los Estados Unidos son hoy los mejores aliados de un país que como anticomunista representa un alivio en la política exterior americana, pero cuando se trata de dinero las ideologías quedan marginadas. El más duro ataque contra la situación fiscal de Brasil procedió hace muy poco de David Rockefeller y de varios dirigentes del Banco Mundial.
Es evidente que el aumento del precio en el petróleo ha llegado a Brasil, país no productor, en el peor de los momentos posibles, en medio de la escalada al gran Estado industrial que Brasil ambicionaba. El brusco frenazo aplicado a una producción que había desbordado de pronto todos los presupuestos produjo un resultado en cadena, catastrófico en toda la economía del país. Ahí -sostienen los americanos- la responsabilidad viene de más alla de las fronteras. Pero lo que irrita a los críticos es que el Gobierno de Brasilia no haya tomado una sola medida para ahorrar en combustible, tan necesario y tan caro de importar. Hasta ahora no se ha aplicado la menor restricción a la venta de gasolina, y lo que es peor, tampoco ha disminuido el asombroso número de coches oficiales. Se calcula (Jornal do Brasil 6-XI-76) que hay más de seis mil coches oficiales entre Río y Brasilia. Muchos altos funcionarios -Yo conozco varios- tienen a su disposición dos automóviles con conductor: uno para ellos y otro para la esposa, para que pueda ir de compras, a la peluquería etc. (El observador sigue recordando tiempos franquistas.) La «follie de grandeur» de este país llega a tanto que cuando el presidente Geisel viaja al extranjero (Alemania. Imglaterra. Japón) va en un reactor al que le sigue otro. Mientras el primer magistrado de la solvente Venezuela usa solo uno.
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