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El nacionalista racional

Ha muerto Fernando María Castiella. Ha muerto un intransigente. Un intransigente de los intereses de España. No un político, sino un diplomático. No un triunfador, sino un planificador de los triunfos de otros, y entre ellos de España, triunfos perdidos por quienes los recibieron de sus manos para realizar las jugadas decisivas en la mesa de la gran política internacional de España. Descolonización de lfni, intento de ingreso en el Mercado Común, Gibraltar, descolonización de Guinea, puesta en jaque al rey americano en el tablero de las bases: todos ellos casos ejemplares de precisión diplomática, de tesón profesional, de dureza y ductilidad negociadora, de extracción paciente de la última gota de jugo que interesaba a España (como la famosa declaración Rusk-Castielia, arrancada por éste en el último minuto, casi sobre los postres de un fugaz almuerzo, y que, al revés que las muelas, dio dolores a Washington una vez extraída) fueron todos esos asuntos resonantes fracasos políticos, porque los responsables supremos no estaban dispuestos a sacar las consecuencias que la maximación de los intereses españoles tendrían para su mando y poder personal.Castiella quiso desarrollar esta ecuación: la concentración absoluta del poder en Franco más una racionalización de los intereses españoles, explicitados en la política exterior que él luchó por planificar durante doce años, sumarían la rehabilitación moral y política de España en el concierto internacional, pero sobre todo europeo. Esto resultó ser una ilusión. Castiella no percibió la imposibilidad de esa ecuación porque las vivencias de su biografía se hallaron ligadas siempre al nacionalismo, no a la democracia, y si ésta hubiese sido el móvil de sus acciones, no hubiese entrado jamás al servicio de Franco o habría comprendido desde temprano que la concentración del poder personal de éste era irreconducible a una situación que no incluyese su dictadura vitalicia.

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Fernando Castiella

Creo que Castiella comprendió esta situación con absoluta claridad. Lo comprendió cuando ya era tarde para convertir su disentimiento en fecunda objeción al estado de cosas. Creo que por esto, por comprender tarde y sin resultado, Castiella no estuvo dotado del instinto práctico ni tampoco de la grandeza del político. Su grandeza, que la tuvo, es de otra naturaleza, y es la de haber podido respaldar con su biografía de diplomático esta frase suya, que resume lo que constituyó un ideal de vida y de servicio: «La política exterior es asunto serio y requiere, por tanto, seriedad y una pasión fría y una capacidad inagotable de entusiasmo y de valor para sostener la mirada en los supremos intereses del país sin ceder a ningún otro, dispuestos siempre a jugarnos nuestra posición personal por la superior posición de la Patria.» Castiella se jugó su posición personal y la perdió. ¿Cuántos servidores de Franco pueden decir otro tanto, ya que perdieron todo sin, haberse jugado nada? Castiella creyó que con él quedaba derrotada una causa de España, la que había encontrado eco popular en el caso de Gibraltar; consenso cualificado en el asunto del Mercado Común; agradecimiento de la Iglesia porque la habla ayudado a ver la verdad en la tolerancia hacia «los hermanos separados»; comprensión en la oposición gracias al envite a los norteamericanos, y aplauso internacional en su planteamiento de la descolonización.

Eran razones muy altas para que Castiella guardara agradecimiento al autor de su ruina política. Carrero, y al que le dejó caer después de darle todo su respaldo, Franco. Despreciaba de aquél lo que consideraba su sectarismo, y aborrecía de éste su invencible egoísmo, que manchaba con el tinte del interés lo que él consideraba correcta percepción de los intereses de España.

Castiella guardaba un inmenso tesoro documental sobre la política internacional de España en la era franquista. Había sido parte de numerosos secretos de Estado. Por otro lado, ayudó a gran número de investigadores y periodistas en sus escritos. Sus amigos le pedían que escribiese sus memorias. Castiella no decía nada. El suyo parecía el silencio de los que ya han otorgado.

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