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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El reto de hoy

«Hace falta tener la serenidad de aceptar lo que no se puede cambiar, la valentía de cambiar lo que puede cambiarse, la sagacidad de conocer la diferencia» (Marco Aurelio).

Nació en 1937 en Salamanca

Doctor en Ciencias Económicas. Procurador en Cortes en su condición de consejero nacional por la provincia de La Coruña.

Esta sabia cita nos viene como anillo al dedo hoy, 20 de noviembre de 1976, efemérides del fallecimiento del Generalísimo Francisco Franco, cuando España debate la. dimensión de su cambio institucional y político.El Generalísimo se nos murió hace hoy un año, y digo bien «se nos murió», pues entiendo que su persona, su mito, su legado, con enormes aciertos e innegables equivocaciones, son patrimonio de todos los españoles, pues con él marcamos la vida patria durante cuatro décadas. Algunos, desde convicciones opuestas, gastaron buena parte de sus vidas en combatirle. Otros, simplemente, vivieron bajo su mandato, acaso, por su edad sin conocer otro. Muchos otorgándole su aqui escencia o siguiéndole entusiástica y fielmente durante sus largos años de absoluto mandato. Franco, en fin, fue algo para la mayoría de los españoles, y de ellos debe ser su memoria y su legado. Otra cosa sería empequeñecer a un hombre singular de la Historia y menospreciar el esfuerzo colectivo de unos hombres y mujeres que forjaron una España notablemente mejor.

No creo que los pueblos deban condicionar la adquisición de las máximas cotas de libertad al alcance previo de unos niveles económicos europeos, pongo por caso, pero sí es indudable que altos niveles de renta, de cultura y salubridad son factores estabilizantes para el ejercicio pleno de las libertades.

En suma, la libertad y la democracia se asientan mejor sobre el desarrollo que sobre la miseria.

Muchos son los que han dicho (y el último, el insigne periodista Aquilino Morcillo, en el Club Siglo XXI) que nuestro país jamás ha gozado realmente de una verdadera democracia, aunque las constituciones así lo pregonaran.

Puede que condicionantes económicos, y otros no fueran los propicios para el florecimiento democrático. Hoy, en cambio, y a pesar de la inflexión coyuntural, nos encontramos en el mejor momento de nuestra historia para que las nuevas fronteras democráticas puedan ser una realidad duradera.

En los últimos cuarenta años hemos pasado del analfabetismo a la Universidad masiva, y de la cochambre a la sanidad compartida. La infraestructura para la democracia está hecha; no podemos perder esta oportunidad.

El camino andado ha sido duro, y el precio pagado, alto. La libertad de expresión, controlada; la corrupción, incontestada; la cultura, minimizada, y el triunfalismo, insultante.

Decía Napoleón que en política hay situaciones de las que el hombre no puede salir más que por errores. Puede que el error de la situación de la transición haya sido no haberla abordado tres o cuatro años antes. Pero yo no creo que debamos mirar hacia atrás, ni para apologías de lo conseguido ni para lamentar lo que se pudo hacer y no se hizo.

Este es un país en el que se empiezan muchas cosas, pero en donde rara vez se termina algo; donde la imaginación ha tenido .más audacia que la tenacidad, y donde los derechos se invocan más a menudo que las obligaciones.

Este, también, ha sido un país cuya unidad ha sido forjada más expulsando que integrando. De aquí echamos a los moros, a los judíos, a los moriscos, a los franceses y también a los europeístas, a los masones, a los demócratas, y ahora hay quien quiere echar a los fascistas, a los orgánicos, a los franquistas o a los comunistas.

¡Qué diferencia histórica con América! Allí se hizo la unidad conjugando a españoles, ingleses, holandeses, polacos, griegos, irlandeses, negros, católicos, luteranos, calvinistas y hasta budistas. Allí conviven liberales, conservadores, socialistas y hasta nazis y maoístas.

Nosotros, España, con un glorioso pasado, ¿no podemos aprender algo de esos jóvenes países cuya historia hemos en mayor o menor grado forjado? Creo que sí. Una cosa al menos: que no es hora de dogmatismos empecinados, sino de diálogo, de transacción, de pacto; en suma, de entendimiento. Para mí, lo importante de cara al futuro es conseguir que la moderación y el pragmatismo convivan con el uso pleno de la libertad. Y que nadie coarte nuestra libertad indívidual, pero que todos la ejerzamos con madura responsabilidad.

Que entendamos que cada derecho implica una responsabilidad, cada oportunidad una obligación, cada posesión un deber. Después de tantos vaivenes pendulares en política, después de tanto empezar, la moderación comenzó a tener su andadura. Aunque dirá que andadura excluyente y andadura tenida por las bridas de la autoridad.

El sistema orgánico, que no comparto, es, fue, una vía para articular la moderación por el camino de la transacción en los intereses, ya que tan difícilmente lo conseguimos en las ideologías. Hoy es esencial que la moderación perdure.

La plena democracia que estamos a punto de alumbrar, asentada en bienes tangibles de una sociedad desarrollada, puede muy bien poner el énfasis en la transacción de los intereses y en la negociación pacifica de las reivindicaciones más que en los dogmatismos ideológicos.

Los Reyes Don Juan Carlos I y Doña Sofía son buen exponente de esa moderación saludable y conveniente. De convicciones escuetas y firmes, y con talante de comprensión y de diálogo. Nuestras Fuerzas Armadas son garantía de nuestra integridad nacional y de nuestra paz. El pueblo español debe, pues, poder ejercer esa moderación democrática que tiene hoy su gran oportunidad histórica.

El debate del pasado no ensanchará las libertades del futuro ni dará de comer a nuestros hijos.

El reto de hoy, al año de la muerte del Generalísimo Franco, reside en si somos capaces entre todos, sin trampas ni exclusiones, de conseguir lo mejor y lo más justo en paz y libertad.

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