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Aleixandre: "La poesía, o es multitudinaria en potencia, o no es"

Vicente Aleixandre es uno de nuestros grandes poetas vivos. El mayor, seguramente. Y quizá, el único que ha creado una escuela, si es que se puede llamar escuela a esa influencia provechosa y amiga en las jóvenes generaciones. Internacionalmente conocido, eterno candidato al premio Nobel, pertenece al grupo poético que llaman del 27, de la república, y a veces, los poetas surrealistas españoles. Esperando que operen sus ojos, en ese exilio interior del que no se mueve desde el final de la guerra, concedió a EL PAIS una entrevista que es, casi, una excepción.

-Yo no he sido un poeta político nunca, pero mis simpatías acompañaron el éxito de aquel intento democrático, que fue malogrado - y rematado. Unicamente como intelectual. La guerra la pasé en Madrid, y no salí al exilio por imposibilidad, por problemas de salud entre otras cosas. Sí, a lo mío le llaman exilio interior: aislarniento, en que sólo me acompañaban un grupo de jóvenes escritores que fueron mi aliento. Mis libros no se podían vender, mi nombre no era visto con simpatía y fue prohibido. Fíjate, cuando un amigo quiso aludir a mí en un artículo, tuvo que decir «el autor de La destrucción o el amor»...

Cincuenta años de poesia personal le contemplan a usted

Aleixandre pasa por ser un poeta hermético, difícil, el más minoritario de su generación.-Yo he trabajado con lealtad y fidelidad a los elementos qué humanan la vida del hombre. A los principios en que fui criado, y a mis maestros. Mi generación no vino rompiendo.Yo me formé en la lectura de los maestros del 98, en Rubén Darío, Antonio Machado, Juan Ramón, Ortega... Cuando no había escirito una letra, me sabía de memoria novelas de Baroja. Nosotros no fuimos beligerantes contra lo anterior, sino que nos hicimos con ello, y a partir de allí, avanzamos. Yo he tenido la suerte de poder haber seguido, solidario, el destino de mi pueblo. Y aunque he tenido dificultades, no me quejo. Los jóvenes han sido una respuesta viva seres que laten y viven, que nos escuchan y hacen la merced de oírnos. Para mí ha sido muy importante poder atender a lo que hacían. Fíjese, hace más de cincuenta años que empecé a publicar. Y eso que empecé algo tarde, porque me mostraba indiferente ante la poesía. Hasta los dieciocho años no la descubrí. Y luego estuve ocho años sin publicar ni un poema, sin intentar siquiera leérselo a nadie, ni a mis amigos, que eran los del 27.

José Luis Cano, al estudiar a Aleixandre, marca dos épocas, muy claras en su escritura, distanciadas por la guerra civil. En la segunda, todo lo que en lo anterior era fuerza amorosa y telúrica, panteísmo, surrealista, se convierte en preocupación por el hombre concreto, por la desgracia cotidiana. Y siempre, sin claudicar de su expresión, de ese lenguaje complejísimo y suyo.

-El hermetismo no fue nunca nuestro postulado estético. El mío era ser poeta para todos: la poesía, o es multitudinaria en potencia, o no es. Los lectores concretos son ya otro problema, porque no se trata de rebajar el nivel de comunicación o de dificultad: se trata de conseguir una sociedad que lleve a todos a la posesión de la comprensión artística y literaria. Se trata de conseguir la elevación humana, no el rebajamiento de la poesía.

«... esa semicultura desviadora»

-La mayor satisfacción literaria que he recibido nunca, una satisfacción silenciosa, y pura, que no tiene que ver con honores, sino con la relación autor-lector, ha sido con Pasión de la tierra, el libro que considero de más difícil expresión y que escribí con la conciencia de que no tendría más allá de cincuenta lectores. Era el más difícil de cuantos se escribieron alrededor, y yo, que he intentado en ése como en todos, comunicarme con los hombres, con el común de los hombres, con los que nos une, tenía la pena de que iba a ser difícil, por su lenguaje. Pues bien, ver que ha sido como los demás, funcionando como los demás y con millares de ejemplares vendidos en América, esa ha sido mi mayor satisfacción.«Yo, entre los públicos más mezclados, he tenido siempre la sensación de hablar para todos, y de ser comprendido. Desde el principio he visto que la poesía se entiende mejor o entre los muy cultos, o por el hombre desnudo, el que sólo tiene la intuición de la cultura. Esa intuición desnuda y pura no enturbiada por una semicultura desviadora.

Esta es la compleja poética de Aleixandre, que parece un mentís a los postulados de las estéticas realistas. Y que, de cualquier manera, llevan la ventaja de ese respaldo que es una poesía de creación que ha saltado sobre otras, que es fresca y legible, que está absolutamente a la orden del día. Y que, va, no resulta tan... difícil. He tenido a mi favor la evolución del gusto. Entonces sí será muy difícil, pero la evolución del gusto la hizo encajar en el nuevo espíritu. Es algo como adelantarse a sí mismo en treinta o cuarenta años.

Aleixandre me ha pedido que no tome sus palabras al pie de la letra, que cuente a los lectores la impresión que me ha hecho, lo que se me ocurre. Pero es muy difícil traer al papel su casa, su manera de mover las manos, su voz, su preocupación por la hermana con la que vive («cuatro operaciones esperamos: dos ella y dos yo») sus libros: «Perdí mi biblioteca en la guerra, porque esto era el frente». O Sirio, ese perro eterno, que es todos sus perros. Por detrás de los recuerdos incontenibles, de su palabra certera y definitivamente literaria, Aleixandre, para terminar, conoce y aprecia la poesía que se hace hoy: «No quiero decir nombres, porque mis olvidos podrían lastimar a poetas que quiero y aprecio. La de hoy es una poesía inquieta y alterada como los tiempos, seguramente en trance de serenamiento. Hay una serie de poetas, algunos ya jóvenes maestros, verdaderos renovadores, que están cambiando el gusto de las nuevas generaciones.»

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