El teatro Español: su convenio y su seguro de incendios
Por favor, querido Adolfo, compañero del alma, por favor... Has escrito una hermosa carta al alcalde de Madrid. Una carta rezumante de dolor, intranquilidad e ironía. Lleva un año muerto el teatro Español, y los transeúntes de la plaza de Santa Ana, los habituales, comienzan sin duda a familiarizarse con la visión del edificio cerrado, con sus negras y chamuscadas ventanas. Tú no puedes acostumbrarte, claro. Ningún amigo del teatro puede aceptar sin protesta esa terrible imagen del abandono y el menosprecio. Y, como desde esta papelera ventana la visibilidad es aún mayor, te ha contestado el señor alcalde. Es muy de agradecer. El señor alcalde de la ciudad responde a uno de sus ciudadanos, inquieto. Le has dado las gracias y ahí querido Adolfo, ya no te sigo. A mí el señor alcalde no sólo no me ha tranquilizado, sino que me ha puesto la carne de gallina. ¿De verdad, de verdad, te ha tranquilizado a tí?Si mi información es correcta -y, por Dios, que si alguien me desmiente, me voy a llevar la primera alegría del año-, el teatro Español es un teatro municipal que programa el Ministerio de Información y Turismo. Hace años, bastantes años, que la cosa es así. El Ayuntamiento se reserva algunos derechos: cierto personal fijo, algunas localidades, el estreno del «Lope de Vega», su premio teatral. El Ministerio, por su parte, nombra y desnombra directores, costea la temporada, programa y, con razón, considera al Español una pieza clave de su política teatral. En terminos naturales e incontestables, el Ayuntamiento es el dueño y el Ministerio es el empresario. Pero, claro está, querido Adolfo, nada es normal...
En primer lugar tal convenio, sencillamente, no existe. Existió, sin duda, pero expiró un día. ¿Para qué renovarlo si las piedras no escriben cartas ni utilizan el derecho de manifestación? Créeme, Adolfo, el tal contrato no se renovó. No existe. En esas condiciones ardió el teatro una noche. ¿La fatalidad, Dios, Rusia, el viento, los ciudadanos todos, el señor alcalde o el señor ministro de Información y Turismo? ¿Quién fue responsable del .incendio? El Ayuntamiento responsabilizó al Ministerio, pero el juzgado ha dicho que no. Ha habido un juez que ha dicho que el Ministerio no era responsable. ¿Y entonces? Te voy a dar la segunda sorpresa porque, claro está, querido Adolfo, nada es normal...
El seguro contra incendios no existe. También existió, sin duda, y también expiró otro mal día. ¿Para qué renovarlo si, como te decía antes, las piedras no escriben en los periódicos ni ejercen el derecho a manifestarse? Vuelve a creerme, Adolfo. Había un seguro de incendios. No se renovó la póliza. No hay póliza. El teatro ardió y la fatalidad, Dios, Rusia, etc, etc., son o fueron responsables del atroz abandono. Ahí creo que el Ayuntamiento no ha podido responsabilizar a nadie. La culpa es suya y el tema está virgen. Así que te doy la tercera sorpresa porque, lógicamente, querido Adolfo, las cosas liguen sin ser normales...
En los primeros momentos de su apoltronamiento el señor ministro le Información y Turismo le prometió al señor alcalde hacerse cargo de los gastos de reconstrucción del teatro. Yo creo que el señor ministro tomó esta estupenda decisión por ignorancia de la decisión judicial que lo liberaba de culpa, o por razones políticas, o -esta es mi opinión- por ambas cosas a la vez. Y aquí creo que puedo aliviar ligerísimamente tu intranquilidad: el proyecto de reconstrucción es, según mis noticias, un magnífico proyecto. Pero, claro está, las cosas, querido Adolfo, siguen sin ser normales...
Y esta es la cuarta sorpresa que te doy. El señor ministro no va a poder cumplir lo que tan estupendamente ha prometido salvo que haga un milagro. Es cierto que hace mucho tiempo que ningún ministro ha hecho un milagro, pero tendrá que romperse la tradición. Porque yo he leído con bastante atención el presupuesto y no sé de dónde va a salir ese dinero. No existe, sencillamente. Milagro gordo será que el señor ministro lo encuentre...
¿Qué dices, querido Adolfo? ¿Hacienda? ¿Te he oído bien? ¿Has dicho Hacienda? No, Adolfo. Hacienda, no. Si tienes algún amigo procurador en Cortes, cosa que dudo, conociéndote como te conozco, o algún amigo de un amigo, consúltale sobre el presupuesto nuevo y pendiente de aprobación. Es superior, naturalmente, al anterior. La vida ha subido mucho. Pero no para el teatro. La mínima, paupérrima, mezquina, miserable, ofensiva, ruin, indignante, irritante, humillante, atroz consignación anterior, se mantiene. Una Dirección General cubierta de deudas, unos funcionarios ruborizados que negocian día a día con sus acreedores utilizando la triste técnica de los quebrados, un centro director en retirada, ¿cómo va a afrontar un gasto que iguala a un presupuesto ya comprometido y debido?
¡Ay, Adolfo, no somos nadie! Gentes conflictivas -actores, autores, directores, tú, yo- que han molestado a sus buenos patronos abandonando el viejo destino de los bufones para tratar de conectar la sociedad con la cultura y el pueblo con el teatro... Gentes comprometidas, politizadas, que piensen en los espacios escénicos como lugares de revelación... No puede ser, Adolfo. No les gustamos. No nos quieren. No vienen a vernos y no desean que nos vea nadie. Ahora, lo digo en su honor, Francisco Mayan, un director general silencioso, modesto y aficionado, se niega a prohibir cosas y se acerca a los teatros. Se ve que le gusta el género. También es muy de agradecer. Pero va y viene con las manos vacías. Supongo que haría un presupuesto realista e ilusionado. Se lo tumbaron.
Y aquí, querido Adolfo, terminan mis noticias. No escribas más cartas. Las Cortes, pobrecitas, con todo el trabajo urgente que tienen encima, aprobarán ese presupuesto que nos coloca donde ellas piensan que debemos estar: fuera. Te conozco, compañero. Sin contrato, sin póliza contra incendios y sin dinero para la reconstrucción, nos quedamos sin teatro Español. Por ahora, claro.
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