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Tribuna
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Vecinos, amigos, clientes

Francia, con unos 53 millones de habitantes y algo más de 550.000 km2 de superficie, incluída la isla de Córcega, se constituye, geográficamente, en nuestro vecino europeo más inmediato.Las relaciones históricas entre España y Francia, -con distintos avatares a lo largo del tiempo- han estado condicionadas, siempre, por ese factor de inmediatez geográfica. Para referimos sólo a la historia más cercana puede recordarse que el Gobierno de París reconoció al Gobierno de Burgos el 27 de febrero de 1939, es decir poco más de un mes antes de proclamarse oficialmente la victoria del general Franco. Aunque las relaciones en los años siguientes son tensas -cierre de la frontera gala, retirada de embajador, problemas derivados de la acogida francesa a los exiliados españoles- 1957, marca una fecha de progreso ininterrumpido en la normalización de las mismas que se acentúa, visiblemente, con la constitución de la V República Francesa. De Gaulle inicia un camino claro en este sentido que se ensancha con sus sucesores Pompidou y Giscard d'Estaing.

La presencia del señor Giscard en la proclamación de don Juan Carlos como Rey de España -a los funerales por Franco había asistido el ministro de Defensa- constituye un gesto valorado por los observadores internacionales como clara actitud de apoyo del Gobierno francés a la política que iniciaba la monarquía española. Este dato, generalmente aceptado, podría completarse con el hecho de que las relaciones higpano-francesas se inscriben, en definitiva, en el marco de las relaciones exteriores y la política exterior francesa, dirigida hoy más que nunca por el propio presidente de la República, intenta fortalecer un complejo de alianzas mediterráneas para fortalecer la posición francesa en Europa y, más concretamente, en las áreas del centro y del norte.

Dentro de estas líneas generales, Francia no ha ocultado su deseo de que la política española se decidiera inequívocamente por opciones democráticas y, en este sentido, la postura del señor Giscard podría contribuir a consolidar desde el exterior la nueva política española; todo ello, obviamente, con protestas formales de no injerencia en los asuntos internos de nuestro país.

El esquema de las relaciones franco- españolas hay que completarlo, necesariamente, con las fricciones esporádicas que provocan las actuaciones de los elementos exiliados de ETA, en el sur de Francia. Por no referirnos sino a los acontecimientos más recientes, hay que destacar la visita del ministro de la Gobernación, señor Martín Villa, a su colega del Interior, señor Poniatowski, tras el asesinato del presidente de la Diputación de Guipúzcoa, reivindicado por elementos de ETA, días más tarde, en una conferencia de prensa que tuvo lugar en San Juan de Luz.

Las medidas adoptadas por el Gobierno francés -docenas de confinamientos de refugiados vascos en la isla de Yeu y otros puntos de Francia- no parecen, o al menos esa es la opinión más extendida, una mera maniobra, como gesto de buena voluntad, ante la presencia de los Reyes de España en París, sino una toma de postura, por parte del Gobierno francés, ante una situación que ha originado gravísimas preocupaciones a ¡as autoridades de Madrid en los últimos años. No es posible aventurar cuáles vayan a ser las consecuencias finales de esta actitud, ni los límites que el propio Gobierno francés se haya marcado en este terreno.

Si a todo este entramado se añade que Francia es el primer cliente de nuestro país y España el octavo para Francia y se observa que las exportaciones españolas al país vecino se han cuadruplicado en los últimos cinco años, se comprende mejor la importancia inmediata de un desenvolvimiento cordial, de las relaciones entre un país que pugna por ser el centro de las interrelaciones europeas y otro que inicia una política de acercamiento a los presupuestos políticos del continente y necesita valedores que apoyen sus tesis y sus pretenciones.

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