Una clase de interpretación
Este es un texto famoso en el mundo entero. Ha dado la vuelta a casi todos los escenarios y seguramente desencadenará una epidemia de «solos». Es lo bastante discreto como para soportar lecturas muy variadas. El propio autor sugiere que es una crítica «de todos los poderes». ¿Por qué no? Una apreciación menos pretenciosa debería decir, al menos, que se trata de la revelación de un personaje bastante bien conectado con la hora presente, personaje desazonado, a ratos tierno, a ratos histérico, a ratos violento a ratos resignado y a ratos disconforme. Un personaje nada enterizo y, por supuesto, nada banal.El director de la obra dice, en el programa. que se trata de «un apasionado himno a la vitalidad de las palabras». Eso sí que es rigurosamente exacto. Este «teatro de la palabra» pondera, por encima de todo, la significación del texto en el espectáculo teatral. Está emparentado, en cierta forma, con la postulación similar que parece hacerse en Los emigrados. El tema, entre nosotros, está mal planteado porque la general insuficiencia vocal de los actores que defienden la supremacía de la expresión corporal convierte una teoría en una simple forma de enmascarar algunas de sus deficiencias. Pero, en todo caso, el gran ejercicio propuesto por Athayde pide, inmediatamente, una actriz de bandera.
Doña Margarita y la biología,
de Roberto Athayde. Versión española: Juan José Arteche. Dírección: Manuel Collado Alvarez. Dibujos: Ernesto Ripolles y Omar Fiaño. Canción: AIberto Bourbon, Intérpretes: Julia Gutiérrez Caba y Marcelo RubalTeatro de la Comedia.
La tenemos, por fortuna. Julia Gutiérrez Caba está hace años a la cabeza del censo actoral. Por calidad, en primer término. Por regularidad, después. Como no está vinculada a grandes escándalos o grandes temblores extrateatrales, parece como si a veces nos olvidásemos de ella. Para devolverla, instantáneamente, a la primera línea en cuanto aparece en un escenario. Esto es, sin duda, mejor que lo contrario. Gutiérrez Caba es una fantástica actriz, totalmente dueña de sí misma, que se somete, en cada instante, a todas y cada una de las exigencias de una buena y difícil economía dramática. El desorden orgánico no es nunca teatral. Entre la rutinaria seguridad y el brío espontáneo hay un punto de equilibrio que rehuye, por igual, la pereza y el efectismo. Detrás de este admirable trabajo de la actriz hay un profundo conocimiento de los resortes técnicos de la actuación, una maestría profesional altísima, una profunda educación de los dones naturales. Pero en Doña Margarita y la biología también hay entusiasmo, frescura, imaginación. Y, sobre todo, una dicción asombrosa. No me refiero sólo al hecho formidable de no rozar una letra en dos horas de actuación. Hablo, en primer lugar, de una emisión de voz perfecta, una articulación precisa, una puntuación ordenada y una respiración impecable. Es bastante difícil mantener la claridad a través de un discurso lleno de oraciones incidentales, rupturas y desvíos. Georges Le Roy escribió hace tiempo una inolvidable Gramática de la dicción. También hace años que Copeau confesó, aterrado, que era cada vez más difícil encontrar actores que dijeran bien un texto largo y literario. Julia Gutiérrez Caba -mucho más que Doña Margarita- es una lección pura. Su sistema de signos es infalible y directo. Recubriéndolo andan todas esas otras cualidades -la gracia, la vitalidad, la carencia de tensión- que establecen, fulminantemente, una viva relación entre los espectadores y la actriz. Resultará inolvidable el recuerdo del encantador fragmento que canta a la gramática: adjetivos, adverbios, sustantivos y verbos fueron desgranados electrizando a los asistentes. La «clase» en el teatro de la Comedia no la dio Doña Margarita; la dio, como una magistral lección, Julia Gutiérrez Caba, impecablemente dirigida por su marido, puntualmente asistida por el contrapunto de Marcelo Rubal, justísimo en su precisión de expresiones corporales. Una gran noche. Gracias, Julia.
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