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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cómo no satisfacer a ninguno

EL PROGRAMA económico que el Gobierno ha aprobado en su reunión del viernes es el de más larga gestación de los últimos tiempos. Se pretende con él, además, hacer frente a la crisis económica general más importante que ha sufrido la sociedad española desde hace más de quince años. Aunque el programa no se conocerá en toda su extensión hasta mañana lunes, a juzgar por las línea generales que se han hecho públicas es ya posible decir que nos parece incierto y contradictorio.Incierto, por cuanto no se han evaluado sus efectos, no pueden calcularse en estos momentos con los datos disponibles. He aquí, verbigracia, algunas preguntas que es posible hacer: ¿Qué se pretende en política monetaria? ¿Se quiere subir el tipo de interés? ¿Cuál va a ser la política presupuestaria? ¿Cómo se concretan las pretendidas reducciones del gasto? ¿Cuáles son las vías de aumento de los ingresos?

Contradictorio, ya que junto a una anunciada congelación de precios se impone una subida arancelaria del 20 por 100, de claros efectos inflacionistas, así como un aumento de los costos de energía, sobre todo en los usos industriales (a favor de las compañías eléctricas) y sin afrontar el tema clave de las subvenciones al fuelle de la racionalización de la producción y del consumo.

En el terreno laboral, al lado de una suspensión real de la negociación colectiva, las empresas saben que, dejando pasar diez días, en otros tantos habrá laudo, con aumentos salariales máximos similares al coste de la vida; la flexibilización del despido puede utilizarse, además, contra los grupos más activos en las empresas y desde este punto de vista puede suponer un enconamiento mayor en las tensiones entre patronos y trabajadores.

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Los empresarios, que ven recogida su reivindicación acerca del despido, sufren, no obstante, por otro lado -como ya hemos dicho- un aumento de aranceles, un encarecimiento de la energía y una posible subida del tipo de interés. Los trabajadores ven desaparecer las posibilidades de negociación y contemplan- al tiempo, que se facilita su despido.

Hay además un dato importante que resta credibilidad al programa, y es la falta de negociación con que se ha elaborado. Los ministros económicos, después de reiteradas y largas reuniones, han elaborado las medidas y una paternidad única de las mismas es incuestionable. Ni empresarios, ni sindicatos, ni fuerzas políticas han tenido ninguna oportunidad de expresar sus opiniones ni comprometerse con el programa. Hacer así las cosas, además de que resulta poco democrático, desvirtúa los llamamientos a la «tregua social» hechos por el Gabinete Suárez. La tregua exige un pacto. Aquí estamos con los métodos de siempre, y a la trágala es muy dificil resolver hoy la situación.

El programa nace, pues, viciado de origen, por cuanto si no obtiene el consenso necesario su cumplimiento será mínimo y su eficacia nula. El país necesitaba un programa enérgico, claro y amplio, y eso sólo se podía conseguir con consenso político y aunando voluntades. La ineficacia previsible de muchas de las medidas acordadas deteriorará aún más la credibilidad del Gobierno. La situación económica y social requería un pacto político y no se ha hecho así. Los españoles pagaremos las consecuencias.

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