Las canciones de la lucha obrera
La llegada a las pantallas de nuestro país de una película sueca que no esté firmada por Bergman constituye una auténtica rareza salpicada por excepciones muy contadas, unas veces por escándalos arqueológicos, como Los juegos de noche, de Mal Zetterling o por el atractivo de estrellas internacionales, como Liv Ullman y Max Von Sydow, en Los emigrantes, de Troell. Joe Hill no tiene nada en común con estos dos casos, por lo que su presencia entre nosotros es aún más inesperada, máxime con los siete años que ha durado su itinerario administrativo o las gestiones de sus distribuidores.(Bergman es un indiscutible maestro, pero su brillo no debe ocultar ni servir de freno a los autores más jóvenes, muchos de los cuales se han rebelado contra su predominio, en un intento simbólico de matar esta figura paternal que ahoga la difusión de cineastas posteriores, entre los que hay algunos de gran calidad, como el mismo Widerbergy, sobre todo, Vilgot Sjoman, cuyas dos versiones, de Soy curiosa merecen una repesca antes de que nos muramos todos y desaparezca así, como en tantos otros títulos malditos, ayer ilustres y hoy patéticos, su supuesta peligrosidad.)
Joe Hill,
escrita, dirigida y montada por Bo Widerberg. Fotografia de Peter Davidson. Intérpretes: Tommy Bergren, Anja Smichdt, KeIvin Malave.Estrenada en el Drugstore.
Bo Widerberg es conocido en España, sobre todo, por Elvira Madigan, una realización romántica muy cuidada, que obtuvo un cierto éxito. Joe Hill es su última película -que yo sepa- y constituye un experimento curioso, ya que está hablada en sueco e inglés, lo que no sólo está justificado por el guión, sino que revela una legítima ambición de asaltar los mercados internacionales. Si quisiéramos caracterizar esta obra habría que mencionar su dignidad expresiva y las honestas intenciones propagandísticas que la distinguen.
Frente a las historias comerciales, este filme intenta ofrecer, además, un relato comprometido y una recreación histórica del comienzo de la rebelión obrera en el mundo capitalista americano. Se trata de una temática cuyo interés social no es preciso destacar, muy cultivada por el cine sueco de la última hornada -recuérdese también El fuego de la vida, de Troell, estrenada en España, y Un puñado de amor, de Vilgot Sjoman, que espera mejores momentos-, aunque también roce el género de la emigración e incluso el judicial.
Las buenas intenciones son muy estimables, pero necesitan apoyarse en hechos que las soporten. Joe Hill es una obra digna, bastante plana y monótona, sin el mordiente necesario para convencer plenamente. Su autor ha elegido una línea sencilla y directa, sin forzar nunca los tintes dramáticos, lo que quizá redunde en un desarrollo impreciso y evanescente, más atento a acentuar los buenos sentimientos del protagonista -una especie de San Francisco de Asís del proletariado- que a describir un ambiente y unos hechos contemplados con distancia. La película convencerá a los convencidos e irritará a los adversarios de la clase trabajadora, pero su estreno puede ser muy oportuno para aportar unos datos históricos sobre el origen de la rebelión obrera, tan necesarios hoy como ayer.
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