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Antonio Bienvenida sigue vivo en el recuerdo

Ha transcurrido un año desde la muerte de Antonio Bienvenida. Esta noche hará un año que restalló la más emocionante, la más increíble de las ovaciones. El 7 de octubre de 1975, ya casi al filo de la madrugada, llegaba el cadáver del torero a la casa paterna de General Mola, 3, al domicilio que fue del Papa Negro. Una multitud esperaba allí, hacía horas. Cuando trasladaban el féretro, a hombros, del furgón a la casa, el gentío se agolpó, diríamos que incontenible, prorrumpió en aplausos y hubo en clamor de escalofrío con los gritos de «¡Torero, torero, torero! ».Las lágrimas de los compañeros del maestro fallecido, pocas veces podrán ser más auténticas. Le decían adiós al amigo, pero le estaban diciendo también adiós a toda una época del toreo. Y al tiempo se materializaba ante ellos, por primera vez durante décadas, la insospechada dimensión que puede alcanzar la gloria de un torero.

Antonio Bienvenida permanece hoy vivo en el recuerdo. Se le sigue echando en falta. El hueco que ha dejado en el mundo taurino es muy difícil de cubrir y acaso no se cubrirá nunca. Podrán aparecer diestros de más brillo, de empuje total, arrebatadores en su arte, pero no es fácil, ni mucho menos, que puedan alcanzar la categoría de maestros.

Un maestro en tauromaquia se forma con los años, con la experiencia y con la vocación, y así se configuró la maestría de Antonio Bienvenida. Cada una de sus actuaciones -las triunfales y las de contrario signo- eran para los públicos y para sus propios compañeros una suma de lecciones, en todos los tercios, en todos los terrenos y en todos los toros, Y, a su vez, eran para él una suma de aprendizajes, que añadía a los amplísimos conocimientos sobre el oficio de los que ya era poseedor. La afición siempre estuvo al lado de este torero único, porque él mismo supo estar siempre al lado de la afición, entendida ésta por defensa permanente de los valores esenciales de la fiesta. Su etapa de absoluta regularidad en los triunfos de apoteosis quedó cercenada por la gravísima cogida de Barcelona. A partir de entonces empezó el declive de quien se tenía por figura rutilante del escalafón taurino y, al propio tiempo, la formación de un torero de época, que en muy poco tiempo llegaría a ser maestro en tauromaquia. Lo que en Bienvenida se perdía de «fenómeno», se ganaba en madurez y en sólido aprendizaje de todas las suertes, de todos los pormenores de la lidia. Y fue un gran bien para la fiesta. Llegaron modas, que habrían podido desvirtuarla. Pero pasaron sin dejar rastro de su falsa escuela, porque coexistiendo con ellas seguía inmutable el arte y la técnica de torear en el magisterio permanente de Antonio Bienvenida.

No sabía torear mal, jamás derivó a los efectismos que tan fácilmente llegan a la galería, supo estar siempre en su sitio en la plaza, resucitó la lidia de la degradación a la que la habían llevado los tremendistas, fue torero a toda hora. Y esta autenticidad en el ejercicio de su oficio, cimentada tarde a tarde, año a año, hasta completar una ejecutoria que no tiene parangón en estas cuatro últimas décadas, le llevó a la gloria.

Hoy hace un año de aquella ovación estremecedora, cuyos ecos no podrá silenciar el tiempo. Antonio Bienvenida sigue vivo en el recuerdo.

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