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Tribuna
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La música moderna

Todo fenómeno cultural propone a quien en él sabe leer entre líneas una serie de niveles, que van desde lo puramente intelectual (si es que lo intelectual pudiera considerarse en abstracto, fuera de su emoción, incluso de su aspecto somático; si es que lo intelectual pudiera concebirse sin el desgarro del sentimiento que lo hace vivir) hasta lo sensorial más caótico. La música moderna -la música que nace en el contexto anglosajón, que de allí se exporta y que puebla todas las ciudades del mundo- percute, entre otros puntos de recepción de la realidad, en la inteligencia. Pasa sobre ella y ella no la puede coger, tan sólo se percibe el concepto música y su relación con la sociedad. Conceptos que tejería el sociólogo de los macro-fenómenos, pero no el psicólogo de las profundidades. La inteligencia no la puede coger en toda su plenitud, pero -sin duda- la aprehende. La inteligencia formula: «Esta es la música moderna y se integra dentro de los signos de nuestro tiempo».

Sensibilidad

Pero inmediatamente pasa el retumbar de tambores, la realidad idiomática del lenguaje inglés, a la sensibilidad (claro que no hay procesos en la percepción interior, sino una captación en totalidades de sentido) y la sensibilidad produce, nuevamente, imágenes que la inteligencia puede recoger. ¿Cuáles son estas imágenes? Precisamente aquellas del mundo de la juventud, la cual ha impuesto un estilo, una forma, su propia psicología en los movimientos de contracultura, de rebeldía tan enraizados por los movimientos. revolucionarios..

La música moderna hace que. todas las ciudades viertan sus detritus al un ' isono de,la congoja de los clubsjuveniles, sobre las aceras desoladas donde está otro tipo de contracultura, la de la marginación, la emigración-inmigración, soledad, locura del suburbio. La música trastorna la sensibilidad del adulto, como conmociona aljoven que nace A la ciudad, como -también- al niño atónito. La música: hablando de sexo, de soledad, de protesta, de ropa limpia, ropa sucia, de droga, de alcohol, de miedo, se vierte en estos hogares eventuales donde se revive las músicas primitivas en un primitivismo que está ahí, en la ciudad, en la ciudad contra la que se vive, para la que se vive, no en la que se habita.

En los hogares eventuales -sean clubs sistematizados en el tiempo y en el fogonazo de ¡as luces rojas y verdes- la música anglosajona (que hace que Nueva York y París hayan llegado a igual grado de despersonalización) se adueña del espacio físico, lo hace suyo, lo esclaviza. De la necesidad de dicha, del hambre de sexo, de la sed de espíritu, de la desdicha o maravilla que es ser joven (que es más bien vivirse como joven, con la vida por delante de estas luces que crujen como los anónimos tambores), hace la música ritmo para perder el yo, para eilcontrarlo, para reflexionar en un ambiente en el que nadie puede entenderse porque nadie quiere, en rigor, entenderse.

Símbolos

¿Cuántos símbolos en esa música moderna, uno de los estilos de nuestro tiempo? Cuántos símbolos, cuántos mitos para una juventud que ha hecho de la música una re ferencia, un espejo, algo en que - encontrarse como diez años antes- lo fueron los libros recorriendo el silencio de los campos enfurecidos por las guerras, por el hambre, por la neurosis totalitarista. Quizá la inteligencia prefiera -en el individuo- apropiarse del concepto música y marginar (por lo abrumador) aspectos fundamentales que en el plano sensorial, inconsciente, allí donde no caben las palabras o son insuficientes, despliegan su oscura faz.

¿Qué es lo que diferencia ésta de otras épocas? ¿Cuál es,su piel, su tejido visible, su perfume visual, su rostro de fotomatón?: precisamente las músicas modernas que son una sola, una sola música para la inflación, el desempleo, el consumismo, la proximidad del año 2000 en los periódicos.

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