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Reportaje:Sumarios con tierra encima

Siete años de litigio frente a un monopolio / 1

Cuando casi todo Madrid duerme en la madrugada, una pequeña legión de personas, generalmente disgregada en manojos de cuatro, detiene los taxis que remolonean ante los corros para bajar a Legazpi. Con el madrugón en el rostro, cada cual se imagina la jornada que, empieza como buena, sustanciosa en ventas, ventajosa en compras o pródiga en carga que desmontar desde los camiones. Poco a poco, todos han ido llegando al mercado central de frutas, y verduras cuyo interior está dispuesto en forma de herradura, con naves de distinto tamaño a cada trecho. Las luces, con sus revestimientos cromados y potentes, proyectan sus haces sobre los puestos que al poco van a cobijar compradores, asentadores o descargadores.Algunos se han puesto, babys de vergara, azules, otros manguitos para guarecer los puños de las camisas y otros más, con sus batas grises, acuden a los rincones para recoger sus carretillas. Antes, en las básculas, los funcionarios municipales han tomado los cánones que rigen ahora. En unos segundos, toda una madeja de usos, fórmulas y frases convenidas se pondrán endiabladamente en marcha, de tal manera, que el que la desconozca apenas podrá descifrarla. Los murmullos crecen hasta un estruendo soportable cuando el mercado ya bulle desde detrás del alambre trenza do de los puestos. Allí les llaman bancas y las bancas se van llenando velozmente de mercancías envasadas, que cada asentador dispondrá sobre una zona u otra de cada puesto. Con indicaciones rápidas del asentador, los descargadores sitúan los paquetes brillantes, de envase reluciente y tal vez superior mercancía en lugares bien visibles. En instantes, las bancas se ven repletas de frutas cuajadas de color, de verduras magras, de cajones que ocultan piezas que esconden sus lomos a los compradores ávidos de lograrlas. Como también las mercancías entran por los ojos, las indicaciones de los asentadores tienden a prestigiar más los productos listos para la venta. En ocasiones dan grandes voces, o palmas, alguno canturrea a sus frutas, pero todos los detallistas están pendientes de alcanzar, antes, la mejor compra. Los cajones abren poco a poco su celofán o su papel suave y las manos se alzan para exigirlos. La puja acaba de comenzar

El circuito

No obstante, el proceso de compra al productor posee ciertos mecanismos previos. El asentador pacta con el agricultor las condiciones de compra, bien directamente, bien a través de conferencia telefónica o e correo. Se fija la comisión que el asentador percibirá por la mercancía vendida y se compromete a recoger el producto y transportarlo hasta el mercado. En las Puertas del recinto, y ante las básculas, se descarga la mercancía y se pesa, pagando el asentador un canon de entrada ante los funcionarios municipales. Cada bulto queda gravado y pasa luego al interior del mercado dentro de los camiones que recorren las naves. Frente a los puestos, se inicia la descarga, que guarda también unos baremos de remuneración para los, descargadores. Los bultos cuyo peso oscila entre siete y 14 kilos, se pagan a dos pesetas, a tres pesetas los paquetes que pesan entre 14 y 20 kilos y aquellos que en la báscula dan entre 20 y 25 kilos se pagan a 3,50 pesetas. Los bultos pequeños, fresas o frambuesas, por ejemplo, afluyen a Legazpi en envases reducidos de unos pesos no superiores a siete kilos y se abonan a una peseta y 50 céntimos.

Cuando la mercancía ha sido vendida totalmente, o no, el asentador gira al productor la factura que señala lo que va a percibir por la venta. La ganancia neta del productor, que se hace sobre la mercancía vendida, se ve elaborada por la resta entre la ganancia total de la operación y una serie de partidas que se detraen. La primera de éstas consiste en la comisión que el asentador ha pactado, también sobre el producto vendido. Aparece luego el transporte de la mercancía, los gastos del asentador en cuanto a conferencias o correo, además del canon municipal de entrada, en ocasiones ahora muy pocas el envasado, y por último los gastos derivados de la descarga. De la ganancia del agricultor, remiitente de la mercancía, queda pues excluida esta serie de conceptos.

Por ello, un nutrido grupo de descargadores del mercado de Legazpi se planteó en 1968 la creación de una cooperativa de descarga que pertenezca a los trabajadores y eluda intermediarios del mismo modo que la existente en el Mercado Central de Pescados de Madrid. Con el argumento inicial de que el remitente es quien a la postre, paga la descarga, de su producto en el mercado, 96 operarios intentan desde entonces lograr viabilidad para un proyecto que todavía y pese a mediar sentencias favorables a su pretensión, no ha sido ejecutado. .

Los precedentes de la descarga en Legazpí pueden situarse en la etapa inmediatamente posterior a la guerra civil. En 1939, el Ayuntamiento de Madrid concedió autorización única a Angel López Navarro para la explotación del servicio de descarga en el mercado central de frutas y verduras. En 1946, el mencionado concesionario fue sustituido por una agrupación denominada Afruma que, tres años más tarde, sus dirigentes convirtieron en otra entidad conocida bajo las si alas Afrusa. Al poco tiempo, mediando ya comisionistas y asentadores, sobreviene Infrusa y en 1966, hasta, ahora, nace de. la que le precedía una sociedad, anónima, Desfrusa.

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Desfrusa es una sociedad mercantil cuyo objetivo consiste en la explotación única del servicio de descarga en Legazpi. La concesión municipal, no homologada a otras entidades, le otorgó esta explotación en exclusiva y, desde entonces, amalgama a su alrededor y en régimen de monopolio estas funciones. Cuenta con más de 200 empleados, además de administrativos, y posee locales propios. Su consejo de administración lo componen 18 de los aproximadamente 220 asentadores del Mercado Central madrileño y, según varios descargadores consultados, su caudal de beneficios anuales se mueve entre niveles de discreción, si se compara con el volumen ganancial de un mercado que, abastece una urbe tan grande como Madrid.

No obstante, la viabilidad de la cooperativa Codes todavía no es plena y tanto su constitución, cuanto su legislación, han sorteado tortuosos y dilatados senderos en distintos ámbitos. Su pretensión principal consiste en desarrollar la función de descarga en Legazpi, sustrayendo o, compatibilizando esta mision con Desfrusa, pero desde su origen real en 1968 hasta su legalización, en 1969, tras rebasar con informes y sentencias favorables una cadena enmarañada de obstáculos todavía en 1976 Codes no funciona.

También en su articulado estatuario define sus objetivos primordiales en torno a la reunión y asociación cooperativa de todos los descargadores que en la fecha de la constitución de Codes, tra bajaban en las tareas de la descarga de bultos un el Mercado Central de Frutas y Verduras y en el de Patatas de Madrid. Creada como empresa. labóral «con el fin de poder efectúar mancomunadamente y por su cuenta y riesgo las tareas de descarga », Codes pretende ofrecer sus servicios a los mayoristas madrileños y contratar con ellos las operaciones mencionadas. Económica mente la coopérativa «excluye totalmente el lucro mercantil derivado de la intermediación y los excesivos gastos de administracion para que, a costa de ambos, se incremenlen los ingresos de los descargadores con retribuciones más en consonancia con la dura tarea que ejecutan»..

Un descargador puede llegar a desmontar,diariamente, hasta 15 toneladas de carga bultos no es una cifra imposible para él y cuando la edad avanza, algunos de ellos sufren artritis en las rodillas, las caderas o los brazos. Con todo, lo que más les perjudica hoy es la contaminación dentro del mercado, según manifiestan muchos de ellos. En medio de su esfuerzo físico para cargar las mercancías hasta los puestos los camiones, que constantemente realizan maniobras en el interior del mercado, pueblan la atmósfera del recinto de humos y deyecciones fatígantes. Además, durante las noches del invierno, los callejones de aire, las corrientes de frío suelen causar bajas frecuentes, no siem pre eventuales. En ocasiones -nos han referido-, cualquier bocadillo -de su almuerzo desaparece de cualquier rincón donde lo dejaran, devorado por las perseguidas pero siempre presentes ratas del mercado.

A medida que los años pasan, decrece el caudal de ingresos por el deterioro de sus condiciones físicas. A menor cantidad de bul tos descargados, menor volumen de ingreso, esto es una ley. Cuan do las espaldas se comban irreversiblemente, los descargadores abandonan el mercado y de cuando en cuando regresan a saludar a sus compañeros.- Si bien la totalidad tiene hoy contrato de trabajo y seguros sociales, desde - nunca se ha cobrado nocturnidad. Hay actualmeante, tres turpos, diurno, vespertino y de madrugada y acostumbran a trabajar en cuadrillas de tres pata descargar cada camión.. Algunos de ellos, han manifestado sus dudas respecto a que algún día su cooperativa sea una realidad en marcha.

Si en poder de los descargadores obra la autorización de Codes, la legalización por parte del Ministerio de Trabajo y existen varías sentencias de la Sala IV del Tribunal Supremo resolviendo varios recursos a . su. favor, ¿por qué Codes aún no tiene vigencia? Esta es la pregunta que gran parte de los descargadores de Legazpi se hace desde hace varios años.

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