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Evtuchenko, poesía y política en Londres

Juan Cruz

El acontecimiento cultural de la semana en Londres es irrepetible. Evtuchenko, el actor soviético, autor de todas las obras que recita, no volverá a la capital británica en algunos años. Actuó el miércoles pasado en el Royal Festival Hall, que es el monumento que los británicos le han levantado a la música. Evtuchenko, traducido en el mismo escenario por un actor inglés, leyó sus poemas clásicos y otros que eran desconocidos para el público internacional. La prensa le buscó los tres pies al gato: quiso encontrar en Evtuchenko algunos vestigios de sus viejas rebeldías, pero el poeta los ha decepcionado a todos. Dijo en unas declaraciones en la televisión que él no era un político, aunque había defendido a Siniavsky y Daniel: «Ya soy un poeta, yo defiendo a los hombres, a la belleza, al amor. Yo no hago política». Los británicos esperaban, al menos, que Evtucheriko hubiera seguido escribiendo versos en la línea de aquéllos que hizo para apoyar la causa de los juicios rusos, pero da la impresión de que el poeta espectacular se ha concentrado más en sus otras obsesiones estéticas. Evtuchenko, que negó también que fuera un enviado de Moscú para convencer al mundo de que en su país son también posibles personas como él, aprovechó su intervención televisiva para criticar algunas de las más frecuentes informaciones que aparecen en la prensa inglesa sobre la Unión Soviética. Se rio de buena gana, ante un entrevistador al que casi no dejó hablar, de las acusaciones que se hacen sobre la implicación soviética en las guerrillas de Irlanda del Norte y basó sus chistes en algunas expresiones de la líder conservadora Margaret Thatcher, cuyo tema favorito es la amenaza de la URSS y a la que la prensa de Moscú llama, como recordó Evtuchenko, La dama de acero.En definitiva, el poeta, que firmó libros en una galería de arte y cumplió el deseo del que habla en uno de sus poemas («Quiero ir a Londres, caminar con la gente, hablar con mi inglés maltrecho con todos los transeuntes»), hizo de su recital un happening teatral en el que la espectacularidad no pudo anular en un momento determinado la presencia de la política. Un grupo de exiliados soviéticos se acercaron al escenario para entregarle una carta del protesta por la persecución de que es objeto en la Unión Soviética el escritor Bukovsky. Evtuchenko recuperó el gesto: recogió la carta y siguió el recital. El defendió a Daniel y a Siniavsky. No se iba a inmutar ahora porque se le presentara otro caso parecido a su consideración. El recital siguió, Evtuchenko se ganó al público y al final el aplauso que se le dedicó no tuvo que ver nada con la temperatura que siempre ha tenido la guerra fría.

Ya es imposible ver a Evtuchenko, porque como decimos su recital fue único y no se repetirá en mucho tiempo. Sí nos atreveríamos a aconsejar a los españoles que vengan a Londres en estos días, que permanezcan atentos a la apertura de la tercera sala del Teatro Nacional, de la que ya hemos hablado en alguna ocasión. Se abre el próximo día 4 de octubre, con Tamber laine, de Christopher Marlowe. El escenario se llama Olivier, en homenaje al actor inglés.

En Inglaterra, donde el teatro sigue siendo el principal tesoro cultural, el estreno de Tamberlaine y lo que lo rodea será un acontecimiento de primera magnitud.

También en el Teatro Nacional en la ribera sur del Támesis, dos compañías diferentes presentan dos obras capitales del nuevo teatro británico: Weapons of happiness, de Howard Brenton, y Jumpers, de Tom Stoppard. Stoppard quizá sea el mejor autor joven inglés de la generación posterior a Osborne y Pinter. Jumpers se estrenó hace algunos años pero ha sido remozada por su autor, quien la ha convertido en la pieza más preciada del teatro de Londres de estos días.

Babelia

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