La culpabilidad del régimen
Serrano Súñer, desde el balcón de Secretaría General, pronunció una de las frases más memorables de toda la historia del franquismo: «Rusia es culpable.» De la misma manera, sin necesidad de subir a halcón alguno, la calle fórmula hoy también sus acusaciones: « El régimen es culpable.»
El régimen, que puede blasonar de haber reconstruido un país que destruyó su propia guerra civil y que durante cuarenta años quiso ser un «Estado de obras», es culpable de que su incapacidad para evolucionar fuera difiriendo los problemas y de anclar a España en las servidumbres de la política de los últimos diez o doce años. Todo lo que hoy ocurre, y que fundamentalmente se centra en una desgraciada coincidencia entre la necesidad de democratizar el país en un momento de recesión económica y de destrucción casi absoluta de la fe en la inversión y de la creación de nuevos puestos de trabajo, es culpa de las ataduras personales del régimen.
Pero una vez establecidas las culpas, una vez lijado el desahogo de las premoniciones o de las advertencias desoídas, hay que hacerse esta pregunta: ¿Y qué?
Porque, en efecto, señalar a los -responsables delimita un campo de investigación universitaria o establece ciertos supuestos de descalificación política. Pero nada más. Porque, para colmo, muchos de los que desempeñaron cargos ejecutivos del Estado lo sabían y trataron inútilmente de luchar contra ello. Si las cosas no salieron bien no fue seguramente por su culpa. El defecto último del sistema estaba en la cúspide de la pirámide del poder. Fue allí donde se confundió la duración de los problemas de España con la supervivencia personal de quien encarnaba el régimen. Fue allí donde el envejecimiento y la lentitud progresiva de las reacciones no se correspondió con la demanda de un país joven y dinámico.
Puede ser peligroso, en consecuencia, que una vez conseguida la libertad crítica para acusar creamos que nuestra primera obligación es iniciar un proceso para establecer las responsabilidades. Y me temo que la situación es tan grave que hay otros deberes mucho más prioritarios. Por ejemplo, salvar al Estado. Por ejemplo, asegurar nuestra supervivencia como país si no en enteramente desarrollado sí en la puerta misma de las sociedades industriales.
Y eso desgraciadamente, no se consigue tan sólo con certeros dardos en los que la lucidez mental se agota en la diagnosis del tiempo pasado. Hay que inventar el futuro. Y. para ello, de alguna manera es preciso rehacer el presente. Uno de los errores del régimen es haber demorado la posibilidad de que apareciera la política de partido para un momento en el que se necesitaba unidad y solidaridad en todos los planteamientos. Pero eso, repito, no cambia las cosas. El terna sigue siendo que cada día nos cargamos un poco más el país. Y que cada decisión que se toma, desde el Gobierno o desde la oposición, no sólo no contribuye a mejorar este clima general, sino que normalmente lo empeora.
En estas condiciones, naturalmente, junto a las culpabilidades que hoy dirigimos a los responsables del pasado inmediato hay que estar atentos a quienes pueden señalar como culpables los hombres de la próxima generación. Culpables de lo que ocurrió o pueda ocurrir en 1976. Seria grave que dijeran: «Culpables fueron todos.» Hay momentos en que las obligaciones patrióticas anteponen a otras consideraciones. Si el régimen hubiera sido otra cosa no le habría, dejado tan patética herencia a la Monarquía. Pero ya sabemos que el régimen que lo que fue. Lo importante, ahora, no es la añoranza sádica. Lo urgente es salir del atolladero.
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