La oposición debe decidir
EL ANTEPROYECTO de ley de reforma política, de ser aprobado por las actuales Cortes tal y como ha sido concebido por el Gobierno, constituye un auténtico reto a la oposición democrática. Es cierto que el Gobierno que va a presidir su aplicación, y más en concreto la convocatoria electoral prevista, tiene o tendrá necesariamente intereses partidistas que condicionarán y desvirtuarán la deseable neutralidad en un proceso de alcance constituyente. Es cierto también que el aparato del poder estatal se encuentra en manos de una burocracia politizada -particularmente en el ámbito del Movimiento-organización, de los Sindicatos y de la Administración provincial y local- que jugará, probablemente sin disimulo, la carta del Gobierno, una carta que éste en la medida de sus fuerzas se cuidará de hacerles jugar.Es igualmente cierto, finalmente, que habrá limitaciones y restricciones difíciles de superar. A fin de cuentas la oposición democrática, como entidad básicamente embrionaria y desorganizada, tendrá que enfrentarse en la pugna electoral con una organización -la del Régimen en trance de extinción- que, mal que bien, lleva funcionando cuarenta años. Todo ello es evidentemente cierto. Pero la oposición democrática debe de resolver si ha de recoger o no el guante y aceptar el reto.
En los últimos meses de incertidumbre y tolerancia la oposición ha ganado palpablemente algunas posiciones pero los resortes de poder real y formal no han cambiado de manos. Siguen donde estaban. Y no parece posible que las fuerzas democráticas, mediante el ejercicio de una presión permanente de orden sicológico y el arriesgado, aunque a veces necesario, procedimiento de movilización de masas, continúen avanzando en el camino de la conquista del poder.
Ha llegado la hora del pragmatismo. Un somero análisis de la realidad circundante aconseja que los grandes partidos políticos de la oposición se pongan de acuerdo y elaboren una estrategia común.
Es desde luego evidente que, de aquí a que se celebren las elecciones generales, pueden ocurrir muchas cosas. Tampoco ignoramos lo que puede haber de trampa en los propósitos gubernamentales. También somos conscientes de que los verdaderos partidarios de la democracia pueden perder las elecciones y contribuir, a su pesar, a dar credibilidad democrática al Gobierno. Pero o se empieza ahora mismo a pensar y concretar esfuerzos en las elecciones o más adelante será tarde. En última instancia, los partidos democráticos siempre tendrían la posibilidad de retirarse antes si existen motivos fundados para estimar que las elecciones van a ser manipuladas o falseadas. Entre tanto, en cambio, habrán crecido en fuerza y organización, es decir, se habrán convertido en auténticos partidos políticos con los que el poder tendrá necesariamente que contar.
El momento histórico en que vivimos, crítico a todos los niveles, es de creciente deterioro y, consecuentemente, la involución, dada la correlación de fuerzas existentes, es un riesgo no descartable. De la oposición depende ahora, en buena parte, que los acontecimientos no desborden el límite de lo tolerable por el poder. De ella depende también, en alguna medida, que lleguen a celebrarse finalmente las elecciones y que se hagan con garantías y libertad. A tal fin debe contribuir a crear las circunstancias precisas y enterrar la estrategia del catastrofismo. Ofrecer alternativas de poder pensables es una tarea urgente que los verdaderos demócratas deben acometer cuanto antes.
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