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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Basta ya de decir que "no"

Yo, entre otros muchos, he sostenido que el régimen de Franco, en vida de éste, y de su presunto continuador, Carrero, era imperfectible, No había lugar para el cambio en cuestiones que ambos consideraban fuera de toda discusión. La antología de textos de Franco sobre los partidos políticos, que no hace mucho nos ofrecía Josep Meliá, y los artículos de Ginés de Buitrago algún tiempo antes de la muerte de Carrero, no presentaban la menor duda al respecto: todos los males de la historia reciente de España obedecían a la existencia de los partidos políticos. Removidos éstos, era suicida volver a pensar en restablecerlos, porque significaban la causa de la vuelta de todas las desuniones entre los hombres y las tierras de España, frase repetida oportuna e inoportunamente, pero que expresaba un pensamiento y una convicción profundamente sentidas por ambos, Franco y Carrero.Pero toda teoría es susceptible de modificación cuando cambian los hechos. Y los hechos de la muerte de Carrero y Franco alteran sustancialmente los supuestos en que se basaba la teoría de la imperfectabilidad. Anclarse en la teoría de la imperfectibilidad, como hacen la mayoría de los partidos de la oposición, es negarse a reconocer los hechos nuevos y, por otra parte, alejarse de las masas, que con los simples ojos de la cara pueden comprobar que el régimen está evolucionando. Hechos como el del reconocimiento de los partidos políticos, y hasta la amnistía recién concedida. son hechos que están ahí, para asombro Y sorpresa de muchos, entre los que me encuentro yo mismo, pero que sería del género necio desconocer. El resto de las reformas prometidas y todavía por cumplir, hasta llegar a las elecciones de antes de junio de 1977 -queda menos de un año-, se vana cumplir normalmente, y ello cierra -en mi opinión- un ciclo del proceso de cambio, que se vuelve a abrir necesariamente con las primeras elecciones de Cortes por sufragio universal, directo y secreto, porque las convierte automáticamente en Cortes constituyentes, se quiera o no. Lo cual abre un nuevo ciclo en el proceso democratizador.

Aferrarse a la teoría de que la reforma, hecha desde el propio régimen, no es posible, y que no hay más solución que la ruptura, aunque sea en su forma de ruptura pactada, no se corresponde con la realidad que el ciudadano español actual está viviendo. He dicho en otro sitio que el mayor error del régimen de Franco fue no adaptar el sistema político a las transformaciones económicas y sociales que, en parte, eran fruto del propio régimen. Sigo pensando que en vida de Franco y de Carrero ese error se hubiese prolongado «ad calendas graecas». Pero ambos han muerto, el país quiere las formas políticas que se correspondan con sus transformaciones económicas y sociales -es decir, las formas políticas del mundo occidental-, y eso es posible, al menos en sus bases sustantivas, desde lo que ha venido después del régimen de Franco. Que desde el régimen actual no se consumará en extensión y profundidad un régimen auténticamente democrático, no me ofrece la menor duda. Pero que desde esas bases fundamentales hay que empezar a vivir ya la democracia, tampoco me produce la menor vacilación. En cambio, si la oposición toma por norma anclarse en la tesis de que el postfranquismo es incapaz de evolucionar hacia formas democráticas, se cierra en banda y dice «no» a todo lo que se va haciendo, y espera sentado al «inevitable» momento de la ruptura en que le digan: «Ahí tienen ustedes todos los poderes del Estado», se corre el riesgo de que un tránsito pacífico a la democracia se pierda y, en su lugar, no aparezca la panacea de la ruptura, sino alguna forma de vuelta al régimen autoritario, y eso es lo que interesa evitar a toda costa.

Seamos sinceros: ¿quién aventuró la profecía de que a los siete meses de la muerte de Franco habría partidos políticos y amnistía, en la que estaban incluidos los miembros del Partido Comunista? Ni científicos de la política, ni columnistas políticos, ni analistas políticos se imaginaron que semejante cosa iba a ocurrir. Yo tengo la impresión de que la oposición planteó su entrada «posible» en un régimen democrático para una eventualidad más lejana y en otras circunstancias: según el modelo griego o el modelo portugués. Pero el modelo que consiste en que un régimen autoritario se transforma desde dentro de sí mismo en un régimen democrático no cabía en la cabeza de nadie. Ya he empezado por decir que no cabía en la mía propia. Pero me pliego, como el pueblo español y nuestros vecinos del mundo occidental, al poder de los hechos. ¿Qué hace entretanto la oposición? Decir a todo que «no». No rectificar de la hipótesis concebida en vida de Franco y Carrero y, a mi parecer, válida en vida de éstos. Responder con reticencias, negativas y desplantes, en general, a toda iniciativa que sale de los dos últimos gobiernos. Yo puedo comprender que en la dialéctica entre el poder y la oposición, sobre todo cuando la oposición no está institucionalizada, es necio esperar una oposición «colaboradora» y «agradecida» por las mercedes recibidas desde lo alto. Pero eso es una cosa, que puede tener su liturgia y su retórica, y otra muy distinta es el decir sistemáticamente «no» a cualquier reconocimiento de que «algo» está ocurriendo en el proceso democratizador emprendido por los dos gobiernos de la Monarquía.

El riesgo que se corre con ese «no» es el distanciamiento de las masas. Y para poner un ejemplo de lo que puede pasar, la oposición, al menos una parte significativa de la oposición, ha empezado ya su campaña del «no» al referéndum. No sabemos ni cuándo será, ni lo que nos van a preguntar, ni en qué condiciones se dará entrada a la propaganda de la oposición, pero ya, vaya por delante, el «no». Mi pronóstico es que los españoles votarán y que el porcentaje que consiga la campaña del «no» arrojará una cifra de abstenciones sensiblemente igual que la que produce todo referéndum en cualquier parte.

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