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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La música callada de Francisco Pino

Francisco Pino es un poeta eminente, una culminación en solitario de la poesía española contemporánea. Alojado y alejado en la tierra vallisoletana, ha ido construyendo en el transcurrir de los días, los años y el tejido de personales y colectivas experiencias, una cuantiosa obra poética de singular calidad. Esta obra ha pasado ampliamente inadvertida para los centros de interés (o de intereses) de nuestras metropolitanizadas culturales. Los centralismos de la inteligencia van a la par de los otros. El centro es el cetro.Cuando hemos escrito anteriormente solitario, atendíamos al modo de ejecución de la obra de este poeta y no a gusto o preferencia individualista, de ningún modo a fundar la excelencia en la soledad. Su obrar se incluye necesariamente en la experiencia social y artística española y transespañola. Así es siempre. No hay duela de que el maestro resulta enseñado.

Ventana oda,

de Francisco Pino. Valladolid. 1976

Francisco Pino comenzó a expresarse con la generación de 1927, siendo muy joven. Estuvo y está vinculado a ella, a sus figuras sobresalientes. Quizá sea Jorge Guillén por coterráneo, y también por afinidades electivas, el más significativo de los próximos. Ha publicado desde 1952 -casi con regularidad anual- cuidadas y limitadas ediciones de su trabajo poético. Siempre por su cuenta y riesgo. Ediciones numeradas de 100 ejemplares deleitosamente presentados que hallan más audiencia fuera que dentro de España. Contabilizamos en nuestra memoria más de 30 publicaciones, entre las que destacan: Vida de San Pedro Regalado, El pájaro y los muros, Vuela pluma, Las raíces del aire, Pet, Poema, Este sitio, Solar, Textos Económicos, Poema. Y ahora, Ventana Oda.

La consagración de las figuras se hace en La Corte. De ella proceden los milagros. Lo que pasa en la agricultura se traspasa a la cultura. Se arruinan estructuras y se miman superestructuras. Todos andamos sujetos a los centros decisivos del poder y la gloria. Ocurre en poesía como en escultura, pintura, música u otras artes. Se «capitaliza», se «invierte», en 7 ó 9 novísimos o inveterados: son los fuera de serie. El resto..., es silencio. Seguimos cultivando una elitista idolatría. En los areópagos metropolitanos de nuestra cultura no hay dioses desconocidos; todos tienen nombre y apellidos. Y son los mismos.

Sirva el exordio, incordio o prologuillo, para repetir significativamente acerca de la concentración o centralismo monopolista de nuestras vidas y «haciendas del espíritu», para decir sobre la dificultad de hacerse notar si no se anda metido en algún grupo de impresión.

Francisco Pino ha ejercido su oficio de poeta en soledad rayana con el suelo de estos campos de Castilla, campos casi santos de puro abandonismo, rayanos con el cielo. ¿Con el cero? «Descapitalizados» y casi «decapitados». Francisco Pino ha mantenido descentralizada su musa, callada su música en el ángulo claro de su rincón. Hora es de que suene más en el propio ámbito y en el ajeno, pues pese a la localización de la emisión, el radio del mensaje es de tensión universal.

Música callada. Bien pudiera nombrarse de esta suerte el último libro del poeta que nos mueve al comentario: Ventana Oda. Ese es el claro nombre. ... Y ese es el libro abierto: arquitectura, música, escultura, cantería o carpintería, en paisajes suaves. Fina materialización del espíritu y ágil espiritualización de la materia: semejándose. «Las palabras son dioses, con el silencio mueren». Así se expresa en mi memoria ahora un retazo venido de no sé dónde. Francisco Pino pone sólo la palabra como «seña» en el indicio e inicio del ¿canto o cántico? Luego deja la cal abierta de las páginas al puro albor o al oscuro ramaje: signos apenas o señales, aventando los símbolos lingüísticos. Silencio con ventanas al viento. Agujeros, ceros. No hay escritura.

Paul Valery eleva las riberas a rumor; Mallarmé, la espuma virgen a la ausencia; Pino se acerca a la destrucción de la Literatura, a la forma-objeto de la escritura, de la no-escritura; al grado cero. Así el soliloquio es más coloquio y el estilo se purifica de la propia soledad. Porque, somos historia. La cita de Roland Barthes es ya obligada: «La forma se ha transformado en término de una «fabricación». como una vasija o una joya. Mallarmé ha coronado esta construcción de la Literatura-objeto por el acto último de todas las objetivaciones, el exterminio. Sabernos que todo el esfuerzo de Mallarmé se encaminó a la destrucción del lenguaje, del que la Literatura sólo sería el cadáver». Roza el asunto, pero no es claro que el último avatar sea la total ausencia en nuestro poeta. La solidificación y soli-edificación que cobrarán semejanzas con el nulismo del maestro Evckhart, presenta otra cara que es solicitud a celebrar el cántico unitivo de todo lo existente. Si las palabras son dioses, el blanco, sonoro silencio de Francisco Pino no parece ser la historia de un deicidio, ni de un puro nihilismo. Todo lo más un acorde del renovado ocaso de los dioses que, velay, existen disfrazados de cortesanos.

Los eufónicos nombres en aposición que dan título -Ventana Oda- se adjetivan y cualifican mutuamente: clara oda es la ventana y ventana es la oda -clara- al viento. El poeta hace «danzar» los nombres en columna en las páginas iniciales, revelándonos también así el suave fondo de seda de su experimentalismo: ven- tan- aventa- ent- ana- ven-... Después se hace silencio claro, oscuro, coloreado. y un «chisss» de invitación, un silencio con ventanas: como las cinco intimísimas del alba.

La escritura se ha tornado, en el libro, silencio; la lectura, contemplación. Se define a la oda como a composición lírica de gran elevación y arrebato. dividida en estrofas regulares. En verdad le cuadra al sonoro papel la definición. No quisiéramos mitificar ni «mistificar», pero sí hacer constar que a veces se deja traslucir en la experiencia-contemplacion de la lectura mental un suavísimo olor a tradición castellana, cuya cifra sería San Juan de la Cruz. El poeta no ha negado nunca sus cimientos, raíces, en ese aire. Por eso nos acompaña también en este sentido, el eco solar de un verso redondo de Miguel Hernández que pondremos enforma de interrogación interpretativa: ¿La celeste substancia oculta su presencia tras una forma blanca?

Esta es, pues, una oda sin cenizas visibles. Pero las de la historia no dejarán de estar en ellas, como en las de todo el arte, quizá especialmente en el nulificante y nítido de la modernidad. R. Barthes lo interpretaría, fina y verosimilmente, como un atributo de la desgarrada conciencia burguesa. No es ociosa la interpretación.

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