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Francia espera con impaciencia el fin de las vacaciones de Giscard

«En attendant Giscard», el presidente de la República francesa llegará a París mañana jueves. Pero, entre la caza, en Africa, y la pesca submarina, en el fuerte de Bregançon, sólo mediarán unas horas, hasta su vuelta definitiva a la capital, a mediados de la semana próxima.

Nunca, desde que se instaló en el palacio presidencial del Elíseo, había sido tan «esperado» el presidente: problemas políticos, con una espada de Damocles sobre el primer ministro y el Gobierno. Dificultades económicas que han hecho del franco la divisa víctima de los 250.000 millones de dólares que administran los «cambistas». Y, por fin, tercer elemento, del que incluso hicieron publicidad su hijo Henri y los jóvenes giscardianos, en un reciente viaje a China. A su regreso a París, después de estudiar la realidad del maoísmo, afirmaron, en un comunicado, que la gran batalla ideológica de finales del siglo se libraría entre el maoísmo y la sociedad liberal preconizada por el giscardismo.Problemas políticos, cuestiones económicas y la carta de Giscard van unidos. Y las soluciones que los franceses esperan no sin inquietud, como las reflexiones de Giscard sobre «la sociedad liberal avanzada», es imposible disociarlas. Dado el carácter presidencialista, de hecho al menos, que Giscard ha imprimido a su mandato, el encarrilamiento de la situación tiene un responsable supremo, por no decir único: Giscard d'Estaing. ¿Conseguirá el presidente el minimo de confianza indispensable entre él y sus conciudadanos para superar la primera dificultad seria de su septenato?

Cada vez que el primer ministro Chirac, encargado de conducir el Estado en ausencia del presidente, pronuncia la palabra más trivial, los observadores ya se dan por contentos: cada cual concluye, a la vez, que va a ser sustituido o lo contrario. Sería inútil hacer más cábalas sobre la suerte del próximo Gobierno, mientras Giscard no abra la boca, a su regreso de vacaciones.

Situación económica preocupante

La cuestión, tal como la planteó ayer un dignatario del movimiento gaullista, es de lo más plausible: «Si Giscard cambia de primer ministro provocará la cólera de la UDR (Partido Gaullista) y, en caso contrario, será una consagración del primer ministro actual. El problema, pues, si reemplaza a Chirac, consiste en saber si el próximo primer ministro será o no de la UDR. Y quién será. Porque, en efecto, poner un «UDR» cualquiera sería muy fácil. Es menester que sea un «UDR» que nosotros reconozcamos, ya que, de lo contrario, antes o después, las mismas causas producirían los mismos efectos».

«Todo es una cuestión de confianza, entre Giscard y la UDR» declaró otro diputado gaullista: para resumir la situación. El mismo problema, de confianza, se evoca al estudiar la delicada situación de la divisa francesa, que ha perdido más del 11 por 100 de su valor en los tres meses últimos y que aún está a merced de todas las tempestades monetarias probables. Pero, en este terreno, la confianza tiene otro calibre y se ventila a otros niveles. En efecto, técnicamente, la enfermedad del franco no se la explica nadie de manera totalmente satisfactoria. Salvo en lo concerniente al mal crónico, la inflación (entre 13 y 15 por 100 anual en estos momentos), la economía francesa, según las estadísticas periódicas y oficiales, navega cara al horizonte fin de la crisis.

Pero ayer el propio ministro de Finanzas, desde su cuartel general veraniego, se vio obligado a intervenir públicamente para re conocer: «La situación económica es preocupante, aunque no dramática». Y, en el mismo sentido: «Nuestro panorama no estan malo como piensan algunos operadores», añadiendo que «el Gobierno debe definir, ahora, una política económica, clara y explicarla al país». Esta política es la que está preparando el primer ministro, Chirac, con una especie de plan nacional, que propondrá a los patronos y a los sindicatos un paréntesis: los salarios, que, actualmente, aumentan al ritmo de un 16 por 100 anual, serían frenados. Y los precios limitados de manera razonable.¿Será posible este consenso social? No sólo los sindicatos, sino los observadores y, más aún, los patronos, se manifiestan reticentes. Días pasados, el presidente del CNPF (Patronato francés), Francois Ceyrac, declaró sobre el particular: «Yo no creo en un grenelle bis (por grenelle se conoce la gran negociación, sindicatos-patronos que puso fin a la revolución de mayo de 1968).

En los países centrales y nórdicos europeos, la política de negociación entre las centrales sindicales y los patronos es norma. En Francia, esto ocurrió en tiempos de Chaban Delmas y el contrato duró lo que una nube de verano. Para los sindicatos franceses, ese tipo de negociaciones «son la expresión de una relación de fuerzas en un momento determinado. Si la situación cambia, el contrato ya no vale». En esta actitud revolucionaria de los sindicatos galos influye la naturaleza superconservadora del poder y del patronato, que, generalmente, no prevén sino que dan cuando ya no tienen más solución.

Y de la falta de confianza, en los planos económico, social y financiero, no hay más que un paso para deducir la falta de confianza política, es decir, que la oposición de izquierdas pudiera ser la beneficiada en un plazo más o menos corto.

¿Será capaz la Carta de la sociedad liberal avanzada de enderezar el septenato de Giscard d'Estaing? Los forofos del presidente ya adelantan que será necesario aprender de memoria este libro rojo del giscardismo. Michel Jobert, antiguo ministro de Asuntos Exteriores de Pompidou, hoy líder del movimiento de los demócratas, que aun perteneciendo a la mayoría gubernamental y al gaullismo, se sitúa, por cuenta propia y sin decirlo expresamente, «en reserva de la nación», declaró sobre el célebre documento inédito: «Será probablemente un documento de circunstancias, escrito con vistas a las elecciones municipales de 1977 y a las legislativas de 1978. Y cuya explotación sería juicioso encomendarla a otro equipo ministerial».

Consecuentes con su política, los sindicatos ya están rechazando de antemano el plan Chirac de austeridad. Aun sin conocer este plan, los sindicatos adelantan el suyo, que, muy probablemente, diferirá sustancialmente del Gobierno: bloquear los precios de producción de las grandes empresas, suprimir los impuestos para los artículos de primera necesidad, gravar las super ganancias y suprimir los privilegios fiscales de las grandes sociedades. Y lucha, a muerte, contra la evasión de capitales: según informó días pasados el International Herald Tribune, durante los dos últimos meses los franceses han expatriado entre dos y cuatro mil millones de dólares. Esta fuga, parece ser, no se hace en maletas, sino a través de los bancos, sobre los que las autoridades tienen cierta influencia.

¿Por qué esta falta de confianza, también, del gran capital? En los medios de la alta finanza, en efecto, nadie se muerde la lengua: primero, se arguye en estos medios, Giscard y su ministro de Finanzas han cometido errores de apreciación de dos años a esta parte, operando siempre con retraso.

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