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El arte de los falsarios

El arte se ha convertido en uno de los grandes negocios de nuestro tiempo. Junto con el oro las piedras preciosas, la pintura es una de las formas más codiciadas de atesoramiento de calificación social. Un Renoir, un Chagall o un Picasso, por no nombrar sino algunos más obvios, califica social y económicamente a su propietario. Los precios de los cuadros han experimentado alzas continuas desmesuradas que no parecen corresponder a ninguna explicación racional. Un cuadro de Matisse, que podía comprarse por el equivalente de 2.000 dólares hacia 1910, llega a valer hace veintitantos años 40 ó 50.000 dólares, y hoy podría venderse por 300 ó 500.000dólares. El caso de los impresionistas de los cubistas, no es diferente. Hace poco tiempo un importante cuadro de Monet, La terraza de Saint André, se compró para un museo de los Estados Unidos por más de un millón de dólares. El precio actual de un Picasso o de un Braque de la época cubista es astronómico. Se calcula que el valor probable de los cuadros que dejó Picasso a su suerte, debe andar en el orden de los 200 millones de dólares¿A qué se debe este curioso fenómeno que no tiene precedente? Muchos factores, sin duda, influyen en este resultado. La inflación e inestabilidad de las monedas, que hace que la gente busque formas fáciles y realizables de inversión. También el inevitable snobismo que ha convertido la posesión de buena pintura en una señal importante de status social y de nivel cultural. El hombre que cuelga un Renoir o un Juan Gris en la pared de su salón, paga el alto precio de ser considerado de pronto como persona no solamente rica, sino culta y refinada, aunque no entienda mucho de lo que esa pintura significa.

Pero hay también, y acaso sobre todo, influencia de los «mercaderes de arte». Es una especie nueva Y poderosa, que ha llegado a dominar de un modo casi absoluto el mercado artístico. Poseen las obras, poseen los artistas y poseen el dinero. Con todas las astutas y conocidas prácticas de un comercio primitivo han llegado no sólo a concentrar en sus manos toda la obra disponible de los grandes pintores, sino a ser quienes los califican, los cotizan, y los lanzan. Hay quienes monopolizan una verdadera cuadra de pintores. En vida, los tienen bajo contrato de exclusividad, que les impide producir ninguna obra que no sea para ellos. Con los artistas muertos llegan a ejercer el doble monopolio de las obras existentes y de la calificación de la autenticidad. Son ellos quienes disponen del absoluto poder de decidir si una obra es auténtica o no y de Fijar su -precio.

Es muy difícil que de este dominio y de este poder, que tiene a su disposición artistas, críticos y, expertos, no se pase, con facilidad, al abuso. El mundo de los artistas está lleno de historias de escandalosas manipulaciones de los mercaderes de declarar falsas obras que son auténticas, para desvalorizarlas, o de reconocer como genuinas otras que son falsas, para darles valor. A veces, el caso llega a los tribunales para escándalo y consternación de comerciantes y coleccionistas.Varios juicios se ventilan en la actualidad en los tribunales de París, en los que los demandados son algunos de los más ricos y famosos mercaderes de cuadros. No sólo se les acusa de manipular inescrupulosamente con las experticias y con los precios, practicando formas de acaparamiento y engaño, que en el comercio ordinario están vedadas, sino que se les acusa. también de usar, deliberada y descaradamente, falsificaciones.

Pleito de verduleras

La Televisión Francesa presentó recientemente un programa sobre este tema, al que asistieron algunos expertos, críticos e historiadores de arte, dos pintores y dos mercaderes, uno de los cuales, Ferdinand Legros, está sometido a un juicio enorme y escandaloso por venta de obras falsificadas a un millonario de los Estados Unidos. Asistió, además, un falsificador profesional confeso.

El tono del programa, a ratos, fue el de un pleito de verduleras. Se cruzaron insultos, se lanzaron acusaciones de todas las formas de dolo y de engaño, hasta dejar la impresión de que se estaba en presencia de una escena de la peor picaresca.

Se habló de falsificaciones como de un procedimiento y una práctica frecuentes y casi admitidas. Se llegó a decir que, en ciertos casos, había complicidad en la compra de cuadros falsos entre el comprador y el mercader. Podía, en ciertos países, ser una manera ingeniosa de burlar al fisco. Se descontaba del impuesto el precio abultado de la obra auténtica y no se desembolsaba, en la realidad, sino la mucha menor cantidad que podía valer la hábil falsificación. Por otra parte, la vanidad quedaba igualmente satisfecha, porque serían muy pocos, si es que alguno aparecía, quienes pudieran darse cuenta de que el cuadro prestigioso que adornaba el muro era una mera falsificación.

La frase final y definitiva la dijo uno de los pintores asistentes. Dijo que no solamenteno le dolía que estafaran a esos compradores con obras falsas, sino que hasta se contentaba, porque era una forma de merecido castigo.

La mayoría de los compradores de costosas falsificaciones eran, a su vez, especuladores y logreros que querían no solamente hacer un buen negocio comprando arte cotizado, sino adquirir un prestigio social y cultural que no les pertenecía. No compraban nintura por amor, por gusto o por comprensión de la obra y del artista, sino por una forma grosera de! codicia y de orgullo.

No era injusto que resultaran castigados por mercader, digno rival de su codicia y de su inescrupulosidad, que les vendía a precio de oro la flagrante falsificación.

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