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La corrupción no es un mal inevitable

En varios artículos de prensa se ha comentado el hecho de que las corrupciones administrativas y de poder van en aumento, si los que detentan los cargos públicos no tienen un control por medio de una prensa libre y veraz. Todo esto venía en relación con unas declaraciones de Girón de Velasco: «Aquí han pasado muchas cosas y todavía tienen que pasar muchas más», y del marqués de Villaverde: «La corrupción es un mal abusivo en la sociedad actual y a nivel universal», e integraba España en este proceso degradante porque «España no es un hecho aislado».Con todos los respetos disiento absolutamente del marqués de Villaverde. La corrupción sí que es un mal abusivo, pero en ningún modo tiene esa necesaria obligatoriedad general y universal que parece atribuírsele. No es un mal inevitable; sí que es, sin embargo, un proceso seguro e irreversible, a no ser que se le pongan las barreras y los frenos necesarios, tal como el editorial de EL PAIS apuntaba. Y aún disiento mucho más de la segunda afirmación de dicha persona. Frente al «España no es un hecho aislado» yo afirmaría, basándome en el análisis de la realidad cotidiana, que «Spain is different». Y no precisamente debido a las castañuelas, a los toros, al vino en porrón y a los Ojos negros de sus mujeres. No, no me refiero a todo este lado turístico y propagandístico del viejo estereotipo de lo español. Cuando digo que España todavía no ha pasado los Pirineos, me refiero a razones muy concretas, y más sutiles, por ejemplo -aunque igual de significativas-, que nuestra no entrada en la Comunidad Europea.

Prohibiciones significativas

Cambio 16 nos comentaba hace muy poco los criterios negativos que habían servido al Consejo del Reino para elegir. Presidente de Gobierno. Lo que éste no debía de ser. Mencionaba que no podía ser marxista, ni divorciado, ni soltero, ni homosexual, ni masón, entre otras cosas. ¡Ah, España! Secretos desvelados, órdenes significativas.

Por una parte, limitaciones de tipo político e ideológico: ni marxista, ni masón. Por otra parte, limitaciones de carácter moral y sexual: Ni soltero, ni divorciado, ni homosexual.

Yo querría centrarme sobre todo en este. segundo paquete de prohibiciones, pues del primero hay poco que decir; sólo sonreír. Ni masón (algo absoleto, evidentemente relacionado con el siglo XIX, con nuestro pasado y nuestras añoranzas), ni marxista (algo presente y futuro, algo que, en mayor o menor grado, se ha introducido en nuestra cultura de una manera más o menos consciente, y que nadie que haya pasado por la universidad puede preciarse de «incontaminado»).

En cuanto al otra tipo de limitaciones -las de carácter sexual y moral-, nos definen a un hombre'intachable, recto y celoso defensor de la familia tradicional, de la sexualidad admitida como buena, y yo diría, incluso, que también del estereotipo de la mujer tradicional.

¡Nada de desviaciones sexuales, por favor! Su vida debe de ser un espejo de pulcritud sexual. Y para esto es necesario que lo de muestre con un ejemplo tangible y evidente: debe de estar casado y bien casado, puesto que no puede estar divorciado (curiosa paradoja, por otra parte, ya que el divorcio todavía no existe en España).

Aparte de la evidente marginacíón de todo hombre cuyas tendencias sexuales no sean las «correctas», de la marginación de los homosexuales, se rechaza también a los separados y a los solteros. Se impone, pues, se quiera o no se quiera, un «status» definido, el tradicional de casado. Y, aunque no se diga, me imagino a la familia deseada: varios hijos, mejor de tres hacia arriba, de la misma manera que, aunque no se especifique, me imagino a la esposa ideal: discreta, elegante, culta, agraciada, ninguna estridencia en su persona, ninguna matización tampoco.

Sí, España es todavía diferente. No digo que esta doble moral, hija del puritanismo, a la que estas limitaciones obligan -la disociación entre vida pública y privada- no funcione otros países (por ejemplo, el escándalo Profumo está todavía demasiado cerca para olvidarlo, o bien la todavía más reciente acusación de homosexualidad hecha a un conocido político inglés). Lo que quiero decir es que aquí, por la falta de «luz y taquígrafós», todavía más patente. Y tanto si se trata desahogos desenfadados o de elecciones íntimas más profundas y auténticas, para las pequeñas o grandes libertaes sólo ha cabido el silencio y la clandestinidad.

Otra diferencia es también de grado. Sucede que España produce, desgraciadamente, menos escándalos públicos. Y digo desgraciadamente porque su falta no es una consecuencia en relación directa al grado de santidad de españoles, sino a la mordaza que este país sufre desde hace años. Años de silencio no son, pues, tiempos de honestidad y rectitud de costumbres, sino tiempos de censura. «Aquí han pasado muchas cosas y todavía tienen que pasar muchas más», han dicho.

Pero el estereotipo perfecto en las altas esferas de la vida pública ha venido impecablemente funcionando sin escándalos. España tenido que dar aun a costa de marginaciones y represiones un alto «tono moral». Las instancias personales e íntimas, los instintos han venido solucionándose en otro mundo privado. La diferencia con otros países no está en el que se produjeran o no aquellas transgresiones de la norma, sino en el que ástas no llegaran a ser públicas.

No es casualidad, ni mucho menos, que palabras «picaresca y machismo», que tanto tienen que ver con el mundo sexual, sean genuinamente españolas, tanto en su etimología como en un peculiar modo de entender la vida. En un comportamiento social, en suma. Tampoco es casualidad que en este país se haya centrado el «tono moral» especialmente el comportamiento sexual. Ya es hora que demos cuenta que, sobre todo para los pocos, hay otros baremos éticos mucho más importantes: el económico, por ejemplo.

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