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Mi Cataluña

Yo no sé bien si son catalanes nada más los que viven y trabajan en Cataluña. Supongo que lo serán también aquellos que habiendo nacido en Cataluña, viven y trabajan, por lo que sea, fuera de ella; y quienes tuvieron que emigrar de nuestra tierra tantas veces inhóspita; y asimismo los padres de los emigrantes que arribaron a nuestras costas en busca de mejor fortuna y, al conseguir éstos una situación confortable, llamaron a aquéllos para que se instalaran entre nosotros, no a trabajar, pues no tenían ya edad para hacerlo, sino, quién sabe, tan sólo a morir cerca de sus hijos. Trabajar, vivir, son términos más relativos y más apacibles que morir. Lo más cruel, lo más sorprendente y lo más trascendental que le ocurre a uno es la muerte. Quizá por eso mismo sea tan catalán como el que más quien decide morir en Cataluña. Se puede elegir, casi siempre, el lugar de morir: no es posible hacer lo mismo con el lugar de nacimiento.No siento cátedra. No pontifico. Ni tan siquiera estoy seguro de lo que digo ahora -ni tampoco me importa mucho estarlo- Pero no admito que cualquier chisgarabis vaya por ahí repartiendo títulos de catalanidad, ni que tres o cuatro terroristas intelectuales atemoricen a un pueblo pacífico y pactista, pero, sobre todo, idealista. «Tocar de peus a terra» no es lo que parece en una interpretación frívola y apresurada. Es Gaudí, es el modernismo, la locura genial, la grandiosidad, el amor apasionado y sin limites, mucho más que «la botiga de betes i fils», la transacción siniestra, el intermediario a sueldo. las citas a escondidas -como quien va a una casa de mala nota-, con un poder espúreo.

Mi Cataluña (que escribo con «ñ» porque escribo en castellano, de la que misma manera que escribo Amberes y no Antwerpen, Ginebra y no Geneve, o Alemania y no Deutschland), es receptiva para todo lo que es nuevo en el arte, en la cultura, en la política; y no es «a mi no em fotareu pas». Es grande. abierta, generosa, vocacionalmente pionera, y no «petiteta i emprenyadora». Mi Cataluña es fuerte frente al fuerte, y débil frente al débil. Es la que acoge al príncipe de Viana cuando éste se refugia en Barcelona, perseguido por su padre Juan II de Aragón. «Lo que por vos hacemos, señor, lo haríamos por el más humilde de vuestros súbditos»; le dicen los catalanes al príncipe. Y amparándose en un estricto sentido de la hospitalidad y en sus derechos frente a la Corona se niegan a entregarlo, pese a las amenazas del Rey.

No tengo miedo a algunas palabras altisonantes, aunque los mercaderes del patriotismo las hayan gastado por un mal uso. El honor, la grandeza, la creación artística, la fidelidad, la imaginación son tan catalanes como el «seny», la laboriosidad o el comercio. Fuimos, es verdad, fenicios, pero también fuimos romanos.

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-Y ahora? Tenemos alma de agricultores, somos capaces de enormes dosis de resistencia: estamos hechos al mal tiempo y a las mediocres cosechas. Pero no querernos estar callados ni resignados, porque no creemos que el silencio sea un bien, ni la resignación conveniente. Salimos a la calle pacíficamente, pero con decisión y esperanza: ¿no nos véis? Estamos unidos quienes creemos que España -yo quiero llamarle España- es una realidad geográfica y una realidad política, y aquellos otros que van más lejos en un nacionalismo catalán más radical, que yo respeto pero no comparto.

¿He dicho ya que queremos ser pioneros? Miradnos bien porque avanzamos juntos: Cataluña ha decidido vivir por su cuenta, alegremente, la hermosa aventura de la democracia.

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